Opinión

¿Quiénes son las víctimas del Holocausto?


Por Lic. Diana Wang

Las víctimas del Holocausto fueron los judíos masacrados y asesinados solo porque eran judíos, o lo eran sus padres o lo habían sido algunos de sus abuelos.
Las víctimas del Holocausto fueron los sobrevivientes, los que salvaron sus vidas contra toda expectativa y se han empeñado en dar sus testimonios de manera incansable.
Pero no solo los asesinados y los sobrevivientes. Hay víctimas del Holocausto que permanecen en las sombras. Son las esperanzas puestas en el progreso, el humanismo y la educación. Estas esperanzas suponían que después de la Gran Guerra el mundo habría aprendido que la guerra no era el camino. Que las personas comunes respetarían la moral cristiana más elemental. Que los ingenieros, médicos, académicos y burócratas se opondrían con firmeza a construir y hacer funcionar la maquinaria asesina. Que la gente común, los testigos pasivos, los que vieron y no pudieron o no quisieron hacer nada, no sucumbirían presos del terror o la indiferencia, haciéndose cómplices por omisión. Que el efecto poderoso de la propaganda no podría lavar los cerebros de un modo tan trascendental. Que los gobiernos de tantos países no harían la vista gorda ni permitirían la ejecución de este horroroso plan exterminador. Todas esas esperanzas se hicieron trizas durante el Holocausto, hirieron de muerte a la fe en el progreso y al poder de la educación, nos dejaron desnudos, desvalidos e impotentes frente al derrame de la iniquidad.
Porque la gran víctima del Holocausto es la Humanidad toda que debe digerir que la vara de lo imposible descendió hasta el infierno, que el asesinato industrial, arbitrario, racional, burocrático y planificado, integra hoy las expectativas de lo posible.
El Plan Maestro Planetario del nazismo era la supuesta reingeniería social que tergiversaba hasta el ridículo las ideas de Darwin en la pretensión de dejar en el mundo solo a «la raza» superior, erradicar las enfermedades y malformaciones creando un universo de súper humanos, cuasi dioses. Para lograrlo había que exterminar a los elementos «impuros» y «tóxicos»: los opositores políticos, los testigos de Jehová, los masones, los comunistas; los discapacitados físicos y mentales, los homosexuales, los gitanos pero, sobre todo, los judíos. Su política «purificadora» se concentró en este pueblo del que no podría quedar ninguno vivo en todo el planeta, especialmente la simiente del futuro, los niños.
Pero ahí no terminaba el plan. Era solo el comienzo. Continuaría con los no blancos, los que no correspondían con el estereotipo de «raza» superior pergeñado por el nazismo: los afro descendientes negros, los orientales amarillos, los nativos e indígenas americanos rojos, australianos y asiáticos, los marrones de India. Tarde o temprano, todos estaban destinados a la esclavitud, al sometimiento y al exterminio.
Aunque el Plan Maestro Planetario se frustró por la derrota en la guerra, la idea de que un plan así era posible quedó instalada en la Humanidad. Por eso las víctimas del Holocausto también son los asesinados en Guatemala, en Ruanda, en los Balcanes, en Darfour, en Siria, en Nicaragua, en la Argentina, en Armenia, en Timor Oriental, en Chile, en el Holodomor de Ucrania, Camboya, los Roma y los Sinti, los Herero y Namaquas, en México, en Congo, los Rohingyas en Birmania y la lista sigue porque el infierno habilitado por el nazismo continúa con las puertas abiertas.
El mundo entero es víctima del Holocausto porque fue entonces que se estableció que no hay nada que un ser humano no pueda hacerle a otro, que los límites impuestos por la educación y la convivencia son frágiles, que las sociedades humanas son sumamente vulnerables. En manos de líderes carismáticos, la codicia, el ansia de poder y la convicción de la propia supremacía, son estímulos letales. No importa la razón. Sea geopolítica, sea económica, sea religiosa o, como en el caso del Holocausto, una mentira como el falso concepto de «raza», todos somos potenciales víctimas, ninguno de nosotros sabe si en algún momento de su vida no quedará del lado equivocado y entonces, cuando vengan por uno, ya no quede nadie a quien recurrir. Porque como bien dice Jorge Drexler «todo es cuestión de lugar y momento, yo podría haber sido el pianista del gueto de Varsovia».

(*) Presidenta de Generaciones de la Shoá en Argentina.