Falleció en 2006 pero su cuerpo sigue incorrupto. Se le atribuye un milagro por su intercesión, tras haberse comprobado la sanación de un niño brasileño gravemente enfermo
Carlo Acutis nació el 3 de mayo de 1991, en Londres, ciudad en la que -temporalmente y por cuestiones laborales- residían sus padres, Antonia Salzano y Andrea Acutis, ambos originarios de Milán. A los 6 meses y tras su bautismo- que ocurrió el 18 de mayo de ese año- se instalaron en Italia, donde este hijo único vivió hasta sus últimos días.
Con apenas 3 años y medio, Carlo le pedía a su madre ir a la iglesia “para saludar a Jesús” y recogía flores en los parques de Milán para llevárselas a la Virgen. Desde su niñez y en todos los sitios que visitó durante su vida, entró a cada una de las iglesias que pudo para rezar y así sentirse más cerca de Dios.
Su familia era católica pero no practicante. Su madre contó que sólo había ido tres veces a la iglesia: para su comunión, su confirmación y su boda. No obstante, una niñera polaca llamada Beata -devota de Juan Pablo II- le hizo descubrir la fe.
Con apenas 7 años, Carlo le pidió a sus padres que le permitieran tomar la Primera Comunión y así lo hizo. Luego, aseguró que la Eucaristía era su “autopista hacia el Cielo”.
El joven pertenecía a una familia de muy buen nivel económico y, desde su infancia, se preocupó permanentemente por ayudar a las personas más desfavorecidas. Volvía de la escuela, jugaba con sus amigos y pasaba tiempo con su familia -como cualquier chico de su edad- pero luego salía a repartir comida entre las personas que vivían en la calle. A diario, asistía a misa y rezaba el rosario. Fue voluntario en varios comedores sociales y guardaba parte de la comida de su plato para dársela a quienes realmente la necesitaban.
Se hizo conocido como “el ciberapóstol de la Eucaristía”, ya que se dedicó al catecismo de manera presencial, pero también de modo virtual, llegando así al corazón de muchos niños y jóvenes, a la vez que desarrollaba su pasión por el mundo de la informática. Incluso, lanzó un exitoso proyecto virtual relacionado con los milagros eucarísticos, dando testimonio de la fe a través de la generación de distintos sitios web y buscando la difusión masiva de los contenidos religiosos.
Carlo solía decir que le gustaba “vivir como un original, para no morir como una fotocopia” y que la única mujer de su vida era la Virgen María.
A los 14 años, realizó una exposición -que recorrió los cinco continentes- sobre los milagros eucarísticos en el mundo, con una recopilación de 136 hechos. De ese modo, buscaba llevar la palabra de Dios a través de la tecnología, un hecho que luego de su beatificación podría convertir a este joven evangelizador del siglo XXI en “Patrono de Internet” y al que sus seguidores lo denominan el primer “influencer de Dios”.
El Papa Francisco lo mencionó como un ejemplo a seguir para los jóvenes y como un modelo de santidad de la era digital, cuando se refirió al buen uso que se le puede dar a los nuevos canales de comunicación. “Es cierto que el mundo digital puede exponerte al riesgo de encerrarte en ti mismo, al aislamiento o al placer vacío. Pero no se debe olvidar que hay jóvenes que en estas áreas, también, son creativos y a veces brillantes”, expresó el Santo Padre en la Exhortación Apostólica post-sinodal a los jóvenes “Christus Vivit”, fruto del Sínodo de 2018. Hoy, una cámara enfoca de manera permanente tu tumba ubicada en Asís, donde estará visible hasta unos días después de su beatificación.
Su paso por este mundo fue demasiado breve, pero dejó huellas que calaron profundo. Tres meses antes de fallecer, predijo su propia muerte y el momento quedó inmortalizado en un video grabado por él mismo, donde se lo puede ver anunciando su triste final pero con una sonrisa en sus labios.
A principios de octubre de 2006, comenzó a sentirse muy mal y fue hospitalizado de urgencia. Apenas entró al centro médico, miró a su madre y le dijo: “De aquí, no salgo más”. No estaba equivocado: fue diagnosticado de leucemia mieloide aguda, en su grado más agresivo.
“Ofrezco al Señor los sufrimientos que tendré que padecer por el Papa y por la Iglesia, para no tener que estar en el Purgatorio y poder ir directo al Cielo”, dijo unos días antes de su muerte, que ocurrió el 12 de octubre de 2006, en Monza, Italia. Antes de dar el último suspiro, había pedido que sus restos descansaran en Asís, ciudad que hizo suya a pesar de que vivía en Milán, pero que lo conectaba profundamente con su fe.
Su madre aseguró que el día de su funeral asistieron cientos de desconocidos y que luego se enteró que eran personas a quienes su hijo había ayudado.