Opinión

Que el virus no mate la esperanza ni el amor


Por Carlos Duclos

“A veces nuestro destino semeja un árbol frutal en invierno. ¿Quién pensaría que esas ramas reverdecerán y florecerán? Mas esperamos que así sea, y sabemos que así será” (Goethe)

Un mazazo brutal, inesperado por muchos, recibió la humanidad. Un golpe insolente, cruel y despiadado que acaso ha sido provocado por la omisión o la acción de unos pocos (¿quién puede, después de todo, negarlo o afirmarlo?). Un mazazo que sacudió a decenas de miles de seres arrojándolos al oscuro y desolado mundo de la muerte. Una muerte precedida por el tormento de la soledad en una unidad de cuidados intensivos, lejos del hogar, lejos del amor y sin último adiós.

Un impacto que exprimió el alma de miles de familias hasta hacerles crujir el corazón y sofocarlas en el llanto. Y estas letras son apenas una aproximación a la realidad porque: ¿acaso hay palabras que puedan describir la infinita tristeza? Un golpe que se extiende y se seguirá extendiendo a millones de personas que se han quedado sin trabajo y otras que literalmente en un instante el destino les arrebató el bocado y la sonrisa.

Y en medio de esta pandemia hecha pandemoniun, surgen algunos corazones nobles, comprometidos, dispuestos a hacer su obra en el eterno altar del amor. También, hay que decirlo, algunos funcionarios, líderes sociales, se han sacado el lastre ominoso del fanatismo, del odio, del rencor y han comprendido que es con la confraternidad genuina que se puede elevar la persona y desde ella la comunidad.

Es cierto que no faltan (y nunca faltarán) las serpientes que en medio del dolor y de la guerra pugnarán por cobrar a costa de la circunstancia. La naturaleza de estas criaturas rastreras, a veces psicológicamente destartaladas a las que la frustración las llevó por el camino del odio y la maldad, no cambia según las circunstancias. Destilan veneno siempre, en todo momento y en todo lugar, pero más tarde o más temprano la Fuente de Todas las Cosas las hace sucumbir víctimas de su propia toxina.

También están aquellos que en este aislamiento aún están desconcertados, confundidos: ¿Qué significa esto? ¿Cómo seguirá la vida?, se preguntan. Esto significa dolor, pero a la vez oportunidad para modificar conductas individuales y sociales. Esto significa que es necesario renacer a una nueva vida en la que se comprenda que la desunión, el rencor, el mal, la ausencia de respeto por el prójimo y por este planeta maravilloso, pero tan humillado por el hombre, traerán consecuencias no deseadas.

En rigor de verdad, hace tiempo que la irresponsabilidad del hombre tiene efectos calamitosos en el mismo hombre, sobre todo en los inocentes y buenos. Y la vida seguirá como los seres humanos quieran que siga. Chesterton sostenía que si bien es cierto que hay un destino, no es menos cierto que Dios le dio al ser humano el albedrío y le concedió la capacidad para establecer un digno equilibrio entre uno y otro.

En este árbol de la vida de hoy, en muchas personas, en muchos hogares y sociedades, las ramas están maltrechas, a veces secas. Sin embargo, también está la esperanza de que han de florecer. Sin dudas eso sucederá si hay grandeza y sabiduría para comprender que nadie puede tener plenitud sin obrar para la plenitud del otro. Que el virus no mate la esperanza ni el amor, las verdaderas ramas del árbol de la vida, las que le dan sentido.