Por Pablo Micheli*
El 2020 quedará guardado en la memoria como uno de los peores años de la historia. La pandemia de Covid-19 sacudió la normalidad a escala mundial parando todas las rotativas.
De un día para el otro, una cuarentena global parece haber visibilizado aquello que los pueblos padecen a diario: el hambre, la pobreza, las injusticias, el patriarcado, la desigualdad, el ecocidio.
Nuestro continente no quedó exento de esta realidad. Por el contrario, las leyes del mercado se lucieron con resplandor, sobre todo en los países donde gobiernan con políticas que priorizan la economía por sobre la vida, sin atender que esto no tiene que ser una opción entre una u otra, sino una concordancia constante entre ambas.
En este contexto, Argentina se enfrenta a muchos desafíos y serias contradicciones. Por un lado, una derecha envalentonada que se para contra la expropiación de Vicentín, en rechazo al aporte extraordinario a las grandes fortunas, contra la reforma judicial, por la apertura sin controles poniendo en riesgo el colapso del sistema sanitario.
Debemos reconocer que la derecha está siendo más estratega a la hora de reclamar, porque presiona en bloque, como un solo puño, sin mayores dificultades porque en frente, el campo popular, está disperso, relajado.
Por otro lado, las pandemias: el coronavirus y el FMI. La combinación perfecta para condicionar a un Gobierno que titubea a la hora de avanzar en políticas estructurales. Si bien se han tomado medidas en pos de aliviar el malestar es los barrios, en el territorio, hoy eso ya no alcanza. Peleamos contra el neoliberalismo de Macri para que llegue un Gobierno peronista que le devuelva la alegría y el bienestar a la gente. Sin embargo, hoy estamos lejos de todo eso.
La pandemia de Covid-19 hizo estragos en la economía y la calidad de vida de la sociedad. Pero dicha pandemia hoy ya no es excusa para justificar el rumbo elegido. Lo mismo ocurre en relación al FMI, no es cierto que no determine las políticas que se están tomando: el insuficiente y vergonzoso aumento del 5% a las y los jubilados, el descongelamiento en las tarifas de los servicios, en los combustibles, son algunos ejemplos de esto.
Ya no hay excusas. Creímos que de la mano de la fórmula Fernández-Fernández el pueblo volvería a sonreír. Sin embargo, el lamento retumba a nivel nacional. Por eso, y ante la falta de interlocución con el Gobierno luego de decenas de pedidos de audiencia, nuestra CTA va a ser la primera Central en salir a la calle en una jornada nacional de lucha, con todos los protocolos sanitarios, y con una agenda propia de reivindicaciones sociales: rechazo a la quita del IFE; aumento de emergencia para jubiladas, jubilados, trabajadoras y trabajadores; condonación de las deudas familiares; condonación de las deudas de los jubilados y jubiladas contraídas con ANSES; congelamiento de las tarifas en los servicios por un año más; exceptuar el medio aguinaldo del impuesto a las ganancias; control de precios de los alimentos; libertad de Milagro Sala y todas y todos los presos políticos, más los puntos que se agregan en cada provincia según su situación.
A diferencia de los años anteriores, en esta oportunidad no salimos con la alegría que la misma lucha emana, sino con el dolor de tener que decirle a un Gobierno del campo popular que no vamos a aceptar cualquier cosa. Es impensado respaldar que en el país que produce alimentos para cuatrocientos millones de personas, uno de cada tres chicos no accede a la alimentación básica, o que el ajuste siempre lo paguen las trabajadoras y los trabajadores, los que menos tienen.
Este 17 de diciembre caminaremos las calles con una sentida desilusión y preocupación, porque si no se cambia de dirección, si no se escucha a todos los sectores, si no estamos unidos, el desgaste se hará senti y correremos el riesgo de que se pierdan las elecciones y vuelva la derecha. Eso sería una tragedia peor que todas las pandemias juntas.
(*) – Secretario general de CTA Autónoma.