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A 100 años del fin del horror

Primera Guerra Mundial: un cementerio como símbolo de aquella tragedia


El 21 de agosto de 1914 el británico John Parr fue el primer soldado británico en morir en la Primera Guerra Mundial. Cuatro años más tarde, el 11 de noviembre de 1918, George Ellison fue el último. Ahora ambos descansan en el mismo pequeño cementerio belga de Saint- Symphorien, centro de las conmemoraciones de esta semana.

Parr murió en la batalla de Mons y Ellison no muy lejos de esta localidad, en el suroeste de de Bélgica. El azar los situó juntos en este cementerio militar, en las afueras de Mons.

Con alrededor de 500 tumbas, la mitad de soldados de la Commonwealth y la otra de alemanes, el pequeño cementerio no tiene la misma fama internacional que los memoriales de Ypres en Bélgica o de Verdún y Vimy en Francia.

Sin embargo, el camposanto, creado en 1916 por los alemanes en una verde llanura belga, es un «lugar esencial para británicos y canadienses en la búsqueda de su historia» en la Primera Guerra Mundial, explica a la AFP Corentin Rousman, un historiador belga.

 

 

La primera ministra británica, Theresa May, hará así un alto el viernes por la mañana de camino a Francia para conmemorar el primer centenario del Armisticio. Un día después será el turno de la gobernadora general de Canadá, Julie Payette.

A pocos metros de las tumbas de Parr y Ellison, en otra impecable fila de lápidas blancas en medio de árboles, yace George Price, un canadiense convertido en una celebridad en su país.

Este soldado de 26 años murió el 11 de noviembre de 1918, dos minutos antes de la entrada en vigor de la tregua del Armisticio, asesinado por un francotirador alemán de Ville-sur-Haine, cerca de Mons.

«Consideramos que es el último soldado de la Commonwealth en morir en combate durante la Gran Guerra», recordaron los servicios del primer ministro canadiense al anunciar la visita de Payette.

La dirigente canadiense inaugurará el sábado por la tarde en Ville-sur-Haine un memorial Price a iniciativa de los políticos locales, que querían honrar «un ejemplo de valentía y determinación de los soldados que lucharon por [su] libertad».

 

Unidos en la muerte

 

Cuando se aproximan las ceremonias oficiales, la actividad en el cementerio bulle con la visita de autoridades locales y representantes extranjeros, que se suman a los turistas de paso: un profesor escocés jubilado o un grupo de apasionados de la historia militar procedentes de Ottawa.

Entre ellos, David Scheel, de 59 años, explica a la AFP su periplo entre Francia y Bélgica por los 100 años del Armisticio.
Viene de Vimy, donde honró la memoria de un tío abuelo que murió allí, menos de 18 meses después de unirse como voluntario al ejército.

«Mis amigos y yo queremos honrar aquellos que lucharon por preservar nuestro modo de vida», afirma este funcionario del gobierno de la provincia canadiense de Ontario.

En este rincón de la campiña belga, los numerosos visitantes -25.000 en 2017 según la ciudad de Mons- también siente curiosidad de la especificidad «germano-británica» del cementerio.

A partir desde 1916, las autoridades alemanas que ocupaban la región querían un lugar para enterrar a sus muertos en los combates en agosto de 1914, señala Corentin Rousman.

Un propietario belga aceptó entonces ceder gratuitamente un terreno para que los alemanes pudieran erigir sus lápidas, pero a condición de que aceptaran también enterrar a sus enemigos británicos fallecidos en el mismo lugar.

«El símbolo era Enemigos en la vida, unidos en la muerte y que respetemos a todos soldados caídos», asegura el historiador, que coordinar las conmemoraciones en Mons.