Se instauró en homenaje al padre Carlos Mugica, en el aniversario de su nacimiento.
El Senado convirtió en ley en agosto pasado un proyecto para instituir el 7 de octubre de cada año como el Día Nacional de la Identidad Villera, en homenaje al padre Carlos Mugica, en el aniversario de su nacimiento.
Mugica fue un sacerdote vinculado al Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo y a las luchas populares de la Argentina de las décadas de 1960 y 1970. También fue el fundador de la parroquia Cristo Obrero de la Villa 31 de Retiro.
Nació en Villa Luro, Buenos Aires, el 7 de octubre de 1930. A los 21 años abandonó sus estudios de abogacía en la Universidad de Buenos Aires e ingresó en el Seminario Metropolitano de Buenos Aires. El 20 de diciembre de 1959 fue ordenado sacerdote en la Catedral porteña.
Realizó tarea pastoral en la Villa del Puerto y también fue asesor espiritual de la Juventud Estudiantil Católica del Colegio Nacional de Buenos Aires y de la Juventud Universitaria Católica de la Facultad de Medicina, inculcándoles la cosmovisión de Pierre Teilhard de Chardin, el humanismo de Jacques Maritain, y la doctrina del compromiso con el mundo de Emmanuel Mounier, Yves Congar y Michel Quoist.
El sacerdote era conocido como el «mártir de los pobres» por su dedicación y apoyo a los más necesitados, además criticaba a los gobernantes por tanta pobreza y desidia.
El 11 de mayo de 1974 fue asesinado por un hombre que llevaba consigo una ametralladora, quien le disparó 15 veces en tan solo unos segundos.
Mugica, antes de ser asesinado, salía de la iglesia San Francisco Solano, del barrio Mataderos, Buenos Aires, luego de oficiar la eucaristía, y justo en ese momento un hombre de barba le preguntó si él era el sacerdote Mugica, el padre aludido le confirmó y el hombre lo masacró.
Oración escrita por el padre Mugica en 1972, que hoy rezan los curas villeros
“Señor, perdóname por haberme acostumbrado a ver que los chicos parezcan tener ocho años y tengan trece. Señor, perdóname por haberme acostumbrado a chapotear en el barro. Yo me puedo ir, ellos no. Señor, perdóname por haber aprendido a soportar el olor de aguas servidas, de las que puedo no sufrir, ellos no. Señor, perdóname por encender la luz y olvidarme que ellos no pueden hacerlo. Señor, yo puedo hacer huelga de hambre y ellos no, porque nadie puede hacer huelga con su propia hambre. Señor, perdóname por decirles ‘no solo de pan vive el hombre’ y no luchar con todo para que rescaten su pan. Señor, quiero quererlos por ellos y no por mí. Señor, quiero morir por ellos, ayúdame a vivir para ellos. Señor, quiero estar con ellos a la hora de la luz”.