Comienzan las clases y muchos de los padres solemos estar ocupados procurando que nuestros hijos tengan todo lo necesario para el nuevo año: útiles escolares, vestimenta adecuada, certificado de apto físico con las vacunas al día. La lista es larga, pero hay algo que habitualmente se pasa por alto: el control oftalmológico anual.
Si bien es habitual que en muchas escuelas y colegios realicen un control visual básico, estos solo evalúan la agudeza visual, pero pasan por alto otros aspectos y la detección de patologías crónicas, congénitas o hereditarias. Tampoco son efectivas en el asesoramiento a los padres y niños para mejorar los hábitos de lectura y el uso adecuado de sus ojos. Es por todo esto que, si bien estas campañas visuales son útiles y necesarias, no debemos confiar solo en ellas la salud visual de nuestros hijos, sino que es necesario complementarlas con una consulta con un médico oftalmólogo.
El examen ocular y la detección precoz de alteraciones visuales son cruciales para que los niños tengan un mejor desempeño escolar y puedan desenvolverse socialmente en forma adecuada. Tratamientos instaurados a edades más tempranas redundan en adultos con mejores capacidades visuales.
Un examen visual completo incluye la determinación de: la agudeza visual cercana y lejana, tanto de cada ojo por separado como binocularmente; la visión de los colores; la alineación ocular; los movimientos oculares; la capacidad de lectura, importante para la detección temprana de la dislexia; la visión periférica; el examen de las estructuras anteriores del ojo (biomicroscopía) y de las posteriores (fondo de ojos). En pacientes con síntomas de cansancio visual o dificultades visuales, también es necesaria la medición del enfoque de cada ojo habiendo relajado previamente con colirios específicos el músculo del enfoque, el músculo ciliar. En caso de detectarse alguna alteración en cualquiera de estas evaluaciones, podría ser necesaria la realización de estudios específicos de mayor complejidad.
En lo que respecta a la agudeza visual, muchos padres se confían en la capacidad de sus hijos de distinguir pequeños objetos de cerca o de lejos. Lo que habitualmente no tienen en cuenta es que esa capacidad puede estar dada por la visión de un solo ojo, siendo el otro incapaz de distinguirlos. Si no se restaura rápidamente el enfoque y la capacidad de ver del ojo desenfocado, se corre el riesgo de que este no desarrolle todo su potencial y quede como un “ojo vago o perezoso”, con ambliopía.
Otra posibilidad es que el niño pueda ver perfectamente de cerca, pero no así de lejos. Este desenfoque se conoce como miopía. Los niños miopes suelen acercarse a los objetos para poder distinguirlos. A los padres les llama la atención que miran la televisión muy de cerca y “se comen” los libros. Además, socialmente suelen ser muy retraídos, porque se encuentran en un mundo turbio, desconocido a pocos metros de ellos. Suelen requerir la asistencia de alguien más para desenvolverse por la calle o en espacios abiertos, y esta dificultad se hace más notoria cuando los niños comienzan a necesitar mirar un pizarrón, al comienzo de la primaria o al finalizar su jardín. Estos pacientes descubren un mundo nuevo cuando estrenan sus lentes, y sus personalidades suelen cambiar notoriamente.
En la vereda opuesta del espectro de la necesidad de lentes se encuentra la hipermetropía. Los pacientes hipermétropes necesitan forzar el músculo ciliar para poder ver con claridad. Este esfuerzo puede ser asintomático; en ese caso, solo se adopta una conducta expectante y se realizan controles periódicos. Pero puede suceder que ese esfuerzo sostenido conlleve episodios de dolores de cabeza u oculares y con visión borrosa, cansancio e irritación de los ojos, lagrimeo, parpadeo frecuente, enrojecimiento de los párpados, períodos breves de atención, guiño de un ojo, visión doble, entre otros síntomas. Estos pacientes pueden presentar una visión “normal” al momento de la consulta, pero eso no significa que no sean hipermétropes. Es necesario un examen con dilatación pupilar para detectar la hipermetropía, y, en ese caso, el niño requerirá el uso de lentes para las actividades que le traigan molestias; es lo que suele conocerse como “anteojos de descanso”. Algunos pacientes hipermétropes requieren un uso permanente de lentes: los que no logran ver nítidamente aun haciendo el esfuerzo, y los que desvían los ojos como consecuencia de tal esfuerzo.
En cuanto a la frecuencia de los controles visuales existe cierta controversia. En general, depende de la edad del paciente, de los antecedentes familiares, y de los hallazgos en las consultas previas. No cabe duda acerca de la importancia de realizarla al comenzar la escuela primaria, alrededor de los 6 años. Si este control es normal y no existen antecedentes relevantes, se puede realizar cada dos años hasta la pubertad. A partir del inicio del colegio secundario, aproximadamente, es importante realizarla en forma anual, ya que es frecuente observar la aparición de miopía durante esta etapa de la vida. Y esta miopía aumenta mientras el paciente crece y entra en la adultez.
Uno de los temas que más preocupa a los padres y los moviliza a consultar es el uso de dispositivos electrónicos por parte sus hijos de cualquier edad, cada vez más intensivo. Mucho se ha estudiado y se continúa investigando al respecto. La mirada fija en objetos cercanos obliga a los músculos oculares a permanecer en tensión durante lapsos prolongados. Estos músculos son los encargados de enfocar de cerca y de converger los ojos para que apunten a un objeto próximo. Tal esfuerzo resulta un estímulo para el cambio permanente del enfoque ocular, volviendo a los pacientes miopes, o aumentando la miopía preexistente. Sumado a ello, la radiación de luz del espectro del azul también pareciera estar implicada en este cambio. Es por ello que se sugiere a los padres “racionalizar” el uso de estos dispositivos, fomentando otras actividades en las que el enfoque sea a largas distancias y con luz natural, por ejemplo, algún deporte.
Un control oftalmológico completo realizado en el momento oportuno puede marcar la diferencia entre un niño con dificultades de aprendizaje, inseguridad en la interacción con su entorno, y condenado a deficiencias visuales permanentes, de un niño seguro y feliz.
FUENTE: Docsalud.com