El tiempo, medido por los relojes, es constante. Sólo que el tiempo que sientes en lo más profundo, ese tiempo “interior”, cambia
Una extraña sensación nos invade a medida que pasan los años: el tiempo parece acelerarse. De niños, nuestras vacaciones parecían durar una eternidad, pero de adultos, las semanas pasan volando sin que nos demos cuenta. ¿Y si esta impresión persistente escondiera mecanismos reales del cerebro y de nuestras experiencias?
Una ilusión… muy real
No es sólo nostalgia ni un ataque pasajero de tristeza. No, esta impresión de que los días se acortan a medida que envejecemos ha sido estudiada, analizada y confirmada por muchos científicos. El tiempo, medido por los relojes, es constante. Sólo que el tiempo que sientes en lo más profundo, ese tiempo “interior”, cambia, se estira, se comprime y, a veces… vuela como un rayo. Y comienza en la infancia.
El cerebro, este guionista del tiempo
Cuando eras más joven, tu vida diaria estaba llena de primeras veces: la primera vez que regresabas a la escuela, la primera fiesta, el primer beso, la primera vez que sujetabas un volante (o te caías de una bicicleta). Cada una de estas experiencias dejó una huella intensa en tu memoria. El cerebro registró estos momentos con formidable precisión, almacenándolos como episodios significativos de su gran serie personal.
De hecho, cuanto más novedoso es un acontecimiento, más capta tu atención, moviliza tus sentidos y queda grabado permanentemente en tu memoria. Mirando hacia atrás, da una impresión de densidad, como si estos períodos hubieran durado más. Resultado ? La infancia y la adolescencia parecen infinitamente extensibles. Por el contrario, la edad adulta, con sus rutinas y obligaciones, ofrece menos sorpresas y, por tanto, menos “nuevos episodios”. Y el tiempo, de repente, parece haber pisado el acelerador.
¿Adiós novedad, hola rutina?
No exactamente. Pero está claro que con la edad la vida se vuelve más lineal. Repetimos los mismos viajes, los mismos gestos, las mismas conversaciones. El cerebro, siendo pragmático, no registra estas redundancias con la misma intensidad que las novedades. El resultado: la memoria se vuelve más borrosa, los recuerdos son menos frecuentes y el tiempo parece… comprimido.
Esto se llama el «efecto rutina». Menos novedad = menos recuerdos = sensación de que las semanas pasan volando. Sin embargo, cada día tiene sus 24 horas. Así que no es una cuestión de reloj, sino de sentimiento.
Una relación cambiante con el futuro
Hay también otra dimensión a considerar: tu relación con el tiempo que te queda. Cuando eres joven, sientes que la vida es un océano interminable. El futuro es vasto, las posibilidades infinitas. A medida que envejecemos, nos volvemos más conscientes del paso del tiempo… y especialmente del tiempo que queda.
Esta perspectiva cambia profundamente nuestros sentimientos. Un año, a los 10 años, representa una gran parte de nuestra vida. A los 60 años, se convierte en un mero pequeño porcentaje. Psicológicamente, «pesa» menos. Esto se llama la teoría proporcional del tiempo. No es una maldición, es sólo…matemáticas.
La memoria, ese archivista tan selectivo
La memoria autobiográfica, esa fabulosa bibliotecaria de tu existencia, funciona como un editor de películas. Corta, ensambla, selecciona los momentos más impactantes. Y a medida que crece, se vuelve cada vez más exigente. Sólo los acontecimientos más importantes encuentran su lugar en el álbum de recuerdos.
Por eso recordamos con gran precisión momentos de los 10 a los 30 años (el famoso «golpe de la reminiscencia»), mientras que las décadas siguientes parecen borrosas, aceleradas, como si se hubieran vivido en cámara rápida. Y aún así, también estaban llenos. A veces, basta con abrir un viejo cuaderno, un álbum de fotos o hablar con un ser querido para devolverles la vida.
¿Qué pasaría si recuperáramos el control del tiempo?
Aunque no puedes cambiar el ritmo universal del tiempo, puedes influir en tu percepción del mismo. Cómo ? Inyectándole novedad a tu vida diaria. Viaja, aprende un nuevo idioma, cocina un plato exótico, prueba un baile que aún no dominas. Piensa fuera de la caja. Crea nuevos recuerdos. Incluso un paseo por un barrio desconocido puede ser suficiente para revivir esta percepción dilatada del tiempo. ¿La clave? Estimula el cerebro, nutre la memoria, rompe la rutina.
¿Y por qué no probar el mindfulness ? Esta práctica, que consiste en vivir el momento presente con atención y amabilidad, ayuda a ralentizar subjetivamente el tiempo. Un café tomado en silencio, un atardecer contemplado sin distracciones… Son esos momentos plenos que añaden profundidad a tus días.
Envejecer no es un castigo ni una decadencia. Es un lujo que no todos tienen. Cada arruga es testigo de tus vivencias, de tus luchas, de tus alegrías. El paso del tiempo no es un ladrón: es un tejedor de historias. Así que sí, parece que va más rápido, pero de ti depende reducir el ritmo, crear, sentir, atreverte de nuevo.
