CLG te lleva a una noche en el cuartel de bomberos voluntarios de Rosario. Sensaciones, emociones, relatos y todo lo que no se ve de este servicio público que tanta fuerza tiene
Por Gonzalo Santamaría
Suena el teléfono y seguido la chicharra. Una decena de personas se prepara y sale a escena. El llamado marca una emergencia y los bomberos están siempre preparados para acudir ante la necesidad de la ciudadanía.
Este domingo 2 de junio los Voluntarios de todo el país celebran su día en conmemoración de la creación de la Sociedad Italiana de Bomberos Voluntarios de La Boca, en Buenos Aires, en 1884. En la calle Rioja 2860 se ubica el Cuartel General de Rosario con 77 ciudadanos siempre a disposición para cumplir con su deber, al que ellos mismos se entregaron.
Con La Gente llegó hasta la puerta y fue recibido por la cuarta compañía que llevó la guardia nocturna de la jornada. Vivencias, actualidad, historias, Salta 2141 y una noche más en la vida de los voluntarios.
El portón se abre y el primer paso al entrar al Cuartel es quedar inscripto en el libro de guardia. Allí Elías Lobos, operador de la noche, controla todo el movimiento mientras el televisor proyecta a la familia Simpson y sus ocurrencias.
Luego, la primera frase que se escucha son indicaciones: “Arriba los dormitorios y baños, abajo la cocina que le decimos ‘rancho’”, marca Darío Candussi, quien bombero desde 1994, tiene 52 años y es trabajador de una imprenta.
Rápidamente, con Candussi como guía, el destino eran las habitaciones para poner a punto las camas donde descansan los bomberos: “No te sirve de nada alguien desvelado, no es productivo”, aclara. Los cuartos se separan por género. Los hombres tienen más camas que las mujeres, pese a que se reconoce el incremento de mujeres voluntarias en los últimos años, cada uno tiene un baño particular y casilleros con nombres particulares.
Darío explica el armado: “La suciedad y la contaminación que traemos de las salidas se impregna, por eso no debemos dormir sobre los colchones y traer cada uno su sabana lavada”. El operador de turno duerme junto al teléfono por si las emergencias surgen.
En la habitación, mientras acomodaba almohadas, Candussi fue el primero en hablar de sus compañeros: “Ellos tienen algo diferente por eso tienen mi respeto”.
Los bomberos voluntarios se distinguen de los zapadores básicamente porque estos últimos son policías recibidos y especializados que perciben una remuneración por el aporte a la comunidad. En cambio, los voluntarios se entregan a Rosario y tienen beneficios como pase gratis en el transporte público, obra social, una “pensión” al cumplir 55 años y 25 de servicio y un sorteo de viviendas a parte del resto. Aunque todavía deben comprarse todo el equipamiento para poder actuar.
En el mismo sitio se encontraba Oscar Martín, Oficial a Cargo, de 51 años y con casi 20 años de servicio era el encargado de arreglar la cerradura de la puerta de la habitación. “Lo importante es que funcionen las cosas”, sostiene Oscar.
Bajando las escaleras, el experimentado voluntario suelta: “Agárrate de la baranda”, y deja en claro que las medidas de seguridad, para un bombero, son fundamentales.
En la planta baja está la cocina o el “rancho”, donde Carolina Díaz se hacía cargo de la comida: pizzas. Ella, con 30 años, es estudiante avanzada de analista en sistemas y tiene tres trabajos. “Me había quedado sin trabajo hace 5 años y decidí hacer algo con mi tiempo libre”, cuanta la cocinera de la noche sobre su llegada al Cuartel.
La mujer nunca olvidará una noche en Pérez donde los bomberos tuvieron que acudir al incendio de una fábrica de velas, “por lo real de la situación”, manifiesta. “Me gusta ser voluntaria, el pago es de otra forma porque el agradecimiento no se compara con el dinero”, expresa y acomoda las bandejas en el horno del Cuartel.
En la espera por la cena llegó de la facultad Yamir Tomás, estudiante de desarrollo de software avanzado. Con 26 años se hace tiempo para trabajar, estudiar y ser bombero: “Es complicado por el sueño, el trajín del día y el estrés pero sin vocación de servicio ¿qué haces?”.
En la noche fue el encargado de revisar el equipamiento del móvil y al mismo tiempo que revisaba los tanques de aire explica su deseo por la función: “La vocación siempre lo tuve latente. Me sentía vacío y esto es un deber moral con un componente de acción”.
El Cuartel 27 de bomberos cuenta con tres camiones y dos chatas con una capacidad para lanzar 12.000 litros de agua. Con subsidios nacionales, provinciales y municipales los voluntarios se mantienen en cuanto a suministros, además cuantan con poco más de 100 afiliados que aportan una cuota ínfima de $100, capacitaciones y servicios que fomentan un ingreso genuino al centro y los más de 70 bomberos acompañados por los 22 integrantes de la comisión directiva, encargada de procurar toda la parte administra y tiene como presidenta a Daiana Gallo.
La adrenalina es un factor vivo en las guardias. Y Yamir lo sintió una mañana de convocatoria donde le tocó trabajar en primera línea y resolver el incendio, pero aclara: “La series de bomberos son irreales, acá hay profesionalismo”.
Suena la vieja campana, la que marca la hora de cenar y las pizzas de Carolina reunieron a todo el personal en la mesa principal.
Todos compartían la mesa donde la charla fluía, el día a día de cada uno se posaba sobre la mesa y las labores se hacían presente. “Los gatos son muy complicados porque se defienden”, lanza Candussi con gracia y agrega: “La improvisación está pero si vamos sin saber te lleva a fracasar”. Ahí mismo se suma Lobos, de familia en el ámbito y recién egresado de la escuela de bomberos, y asevera: “Depende del día es cansador”.
Elías, con su buen humor característico, relata que sus padres, Rubén y María, se conocieron allí y declararon su amor en el camión 50. Con tan sólo 19 años llega a Rosario desde Casilda donde reside y estudia Veterinaria.
Junto a Lobos se sumó Agustina Clavijo, de 21 años y estudiante de educación física. En primera instancia no quería ser bombera pero impulsada por su madre comenzó el curso y la posterior carrera. “Después entendí a mi mamá en un montón de cosas”, dispara. La madre es Verónica Fulco, bombera desde hace 12 años y ahora compañera de guardia.
“Al principio me dio miedo, me preguntaba ´¿Qué hice?´… me primó la madre”, confirma Verónica ante la atenta mirada de Agustina. El cuerpo directivo del Cuartel de Bomberos intenta separar a los “afectos” a la hora de prestar servicio pero inevitablemente coinciden en esta pasión que la madre le transmitió a la hija.
Fulco define al cuerpo como los que “ponen orden en el desorden” y afirma que lo más difícil es “gestionar”. Con su experiencia como aval disfruta de enseñar y no se olvida de la noche donde junto a 12 dotaciones intentaron sin éxito apagar un incendio en una fábrica de productos plásticos.
Candussi oficia de moderador y abre un nuevo tópico: “No cualquiera puede ser bombero”, y la mirada apuntaba a su compañero Claudio Peralta de 36 ,años y ya con casi 10 años como voluntario.
Peralta, además, es chofer de ambulancia, y lo primero que dijo luego de las palabras de Darío fue: “Lo llevaba adentro” y recuerda cuando le “picó el bichito” por el servicio: “Tenía 18 años. En un incendio de un vecino, sin ser nada, quise tumbar una puerta para entrar y no pude. Al rato llega un bombero, mira la puerta, ve una ventana que estaba al lado, la rompe y entra por ella. Quedé impresionado”.
“Es estar un paso adelante y es lo más difícil”, así definió la labor que desempeñan. Expuso la presión que conlleva este compromiso y no dejó pasar su experiencia de mayor tensión: “Un 31 de diciembre a la noche, en una casilla donde tuve que decidir si actuar o pedir refuerzos, por suerte tiré la manguera y salió bien”.
Claudio comenzó sus servicios en Funes, allí el trabajo es menor por la densidad demográfica y con mucha emoción lo manifestó: “En mi primera salida en Rosario tuvimos que ir a apagar ocho contenedores y yo iba con una emoción increíble, me miraban como un loco” (NdR: el relato se cortaba por su propia risa al rememorar esa situación).
“FALTABAN DOS EDIFICIOS” Sin lugar a dudas uno de los momentos más recordados por el cuerpo activo fue la tragedia de Calle Salta 2141 y Claudio Peralta junto con Verónica Fulco fueron dos de los tantos bomberos que participaron de los trabajos esa semana de agosto de 2013. “Faltaban dos edificios”, recuerda Agustina las palabras de su madre Verónica al llegar al lugar y comunicarse con ella. “No teníamos noción de la magnitud. Era una zona de guerra”, agrega Fulco y se suma Peralta para decir: “Parecía ficción”, que esa mañana se encontraba trabajando y fue llamado por su jefe para entregarlo al servicio. El caos y desesperación reinaban, Claudio mantiene presente el constante sonido a sirenas y analiza: “Fue superador en todo punto de vista, para bien y para mal”. Para Verónica fue “impactante” el hecho de encontrar objetos de la gente como fotos, apuntes o recuerdos, “ver la vida de la gente ahí”. “Después de calle Salta fue un antes y un después en lo personal, laboral e institucionalmente”, marca Claudio y añade: “Nadie alguna vez se le cruzó por la cabeza el compromiso de la gente, te atajaban con cosas o te abrían la casa”. Al unísono completa Fulco: “Te atendían de más, nunca comí tanto chocolate como esa semana”.En reflexión, Peralta expuso en el cierre del tema: “Esto te enseña a disfrutar cosas sencillas”. |
A la medianoche Darío Candussi marca el “toque de queda”. A partir de ese momento empieza a reinar el silencio y la tranquilidad. Los más exhaustos viran en torno a las habitaciones, algunos ponen a calentar agua para que gire el mate.
El compañerismo se potencia, las charlas se vuelven personales y las chicanas están a la orden de la noche. Justamente, entre los todavía activos se encuentra Agustín León Scurti: “Disfruto de la camaradería”, reconoce el joven de 22 años, que además estudia instrumentación quirúrgica y trabaja como guardia de bombero en el Pami de calle Sarmiento.
Mientras recorre las unidades y señala las bondades de cada una se diferencia de sus compañeros y sentencia: “Me gusta más el rescate”. Su precisión para definir los artefactos lo dejan en claro y su voz lo enuncia: “Me gustó siempre desde chico, nací para esto”. Scurti es bombero de nacimiento.
El último que se animó a hablar fue Juan José Roger, quien con tres años en el voluntariado fue certero en sus primeras palabras: “Siempre vamos en los peores veinte minutos de la gente”. 20 años y 3 como en práctica, además de trabajar los fines de semana en el Cuartel, avalan su dedicación y el “gusto por ayudar”.
“Lo más difícil es entender que cuando suena la chicharra hay alguien atrás que la está pasando mal y no es todo adrenalina”, aporta desde su experiencia.
Roger tiene una particularidad: registra en video cada salida para tener un respaldo. “Si pasa algo tengo el video, lo veo también para ver cómo me moví y qué puedo mejorar”.
Luego de cada llamado de emergencia y posterior resolución se efectúan charlas operativas donde se responden tres preguntas: ¿Qué hice? ¿Qué hice bien? ¿Qué puedo mejorar?
Arranca la madrugada y para simplificar estas charlas aparece la matricula 003 del cuerpo, ella la porta Candussi, el vocero: “No vemos hombre o mujer, vemos un bombero. Se ganan el puesto por mérito y por eso respondemos uno por uno estas preguntas, delante de todos”, subraya.
Y velozmente explica: “El primer rescatado tiene que ser uno, el segundo el que está al lado y recién ahí trabajar, porque si no perjudicás al resto”.
UN ACTO CIVIL Los bomberos son un servicio público y como tal son seguidos muy atentamente por la mirada popular pero desde el cuartel son muy claros: “Es para todos igual, sea en el centro, un barrio o una villa”. Ellos mismos reconocen ser la única fuerza bien vista porque “la gente sabe que llegan los bomberos y es para ayudar, para restablecer el orden”. |
Las horas pasan y la noche tranquila empuja a los bomberos a sus camas. El silencio de la ciudad invade la sala y las luces se apagan. Es la hora de descansar.
Pero con una puntualidad abrumadora, a las 5 am la luz se prende. El oficial Oscar Martín prepara dos equipos y se retira del cuartel junto a una cuadrilla para ser parte de charlas formativas. El resto sigue descansando.
La garúa cae y los primeros reflejos de claridad alumbran la calle Rioja a las 7 de la mañana. De a uno se despiertan los partícipes de la 4ª compañía y se alegran por la noche tranquila en la ciudad. Lobos, con una taza de café en la mano, reconoce que se entretiene más los domingos ya que tienen tareas de aseo del edificio que los mantiene más activos.
Cada uno por su lado, los integrantes de la guardia se van despidiendo con sus bolsos al hombro. En seis días tienen que volver y quedar nuevamente a disposición de la ciudadanía por cualquier eventualidad a la que los bomberos puedan responder y seguir manteniendo el rigor voluntario que los caracteriza.