Ruben Omar Sosa nació en Buenos Aires en 1957. Hijo de una familia humilde, desde muy pequeño supo que quería ser médico. Trabajó como asesor en el Hospital Churruca y en el Hospital General de Niños Dr. Pedro de Elizalde, donde atiende desde hace 35 años. Con la ilusión de ver a sus pacientes en una situación que no estuviera relacionada con la enfermedad y el dolor, imaginó una forma original y divertida de promocionar la salud: las barrileteadas, donde se reúne con los chicos y sus familias a compartir un espacio de juego.
Sin embargo, su intención no se agota en lo lúdico, y en cada ocasión plantea una consigna destinada a generar en sus pequeños pacientes un compromiso con la salud y la solidaridad, con la esperanza de que los acompañe a lo largo de la vida. La droga, la donación de órganos, el amor a los ancianos, el respeto por el ambiente, la paz y la igualdad son solo algunos de los temas abordados en esta actividad que a través de los años se difundió por toda la geografía nacional.
Desde la primera barrileteada, llevada a cabo en 1994 con la participación de alrededor de 50 personas, a la última, en la que se reunieron cerca de 6.000, pasaron miles de conmovedoras historias muchas de las cuales Rubén Sosa recoge en sus libros -Historia de un barrilete, Historias de cal y arena I y II, y De hieles y mieles-, cuya recaudación es donada íntegramente a los hospitales públicos.
Sosa dialogó con DEF acerca de sus múltiples proyectos.
-¿Cuándo decidió ser médico?
-No tengo noción porque nunca quise ser otra cosa. Según recuerdos de mi madre, a los cuatro o cinco años le dije: «Estas manitos van a cuidar a los demás» y al terminar la primaria, le pregunté cuándo podía empezar la facultad. Mi papá, que tenía una carnicería y era un gran autodidacta, no creía que pudiera ser médico pero no por falta de confianza sino porque me veía más condiciones como astronauta. Me recibí en la Universidad de Buenos Aires. Soy un enamorado de mi especialidad de pediatra e infectólogo y de este Hospital, donde me formé. Durante siete años me desempeñé como consultor en el Hospital Churruca pero, debido al exceso de trabajo, tuve que elegir un lugar y opté por quedarme aquí. No me equivoqué.
-¿Qué significa para usted ser médico?
-En mi caso es una bendición. Le debo tanto a mi profesión, tantas alegrías, tantas vivencias intensas, la inspiración para escribir historias, el convencimiento de que si hay un sacrificio va a ser recompensado. Una vez escuché una frase impactante: «No importa de qué estén hablando, están hablando de dinero». Esto a lo largo de la vida lo comprobé muchas veces, aunque parezca otra cosa, están hablando de dinero. Eso no ocurre acá. Nosotros nos peleamos, nos amigamos, reflexionamos y siempre el objetivo es el paciente. Es casi como estar fuera del sistema.
-Ud suele decir decir que, más allá de los conocimientos la calidad humana es lo que garantiza la excelencia profesional.
-Los griegos decían que los médicos tenemos el tekne –los conocimientos, lo que se aprende, lo numérico- y el medeos, la actitud de una persona que cuida a otra, la relación médico-paciente. Por eso nosotros no nos llamamos técnicos sino médicos. Somos profesionales, palabra que viene de dar fe, enviar un mensaje, significa «el que profesa una verdad». El conocimiento puede aprenderse, pero la calidez y el amor son lo que cuenta.
-¿Cuándo surgió la idea de las barrileteadas?
-Un día en que, al ver un barrilete cruzando el Riachuelo, me acordé de mi infancia y de mi padre que me construyó el primero que tuve. En ese momento, estaba buscando un pretexto para ver a mis pacientes en salud porque siempre al verlos mal, con neumonías, meningitis, cuadros graves, me preguntaba cómo serían fuera del consultorio. Como el barrilete es un juego que suele unir a la familia, empecé a pensar en la forma de recuperar una práctica que se había perdido por falta de tiempo, exceso de trabajo, cambio en las costumbres y la geografía urbana. Finalmente logré hacer la primera barrileteada, en la cual los chicos prometieron no aceptar drogas.
-¿Cuál es la idea básica?
-Bajar líneas de promoción y protección de la salud. Si bien jugar es muy bueno, no se trata solo de una cuestión lúdica. Lo cierto es que nadie olvida el momento en que remontó un barrilete. Quizás el día de mañana ese niño recuerde que una vez su médico le hizo firmar un papel por el que se comprometía, por ejemplo, a cuidar su salud.
-¿Ese es el significado de entregarle un diploma a cada chico que remonta un barrilete?
-Si, se trata de una especie de certificado que documenta el compromiso asumido en ese momento. La idea es que lo conserven y, como dice Serrat, que algún día los lo encuentren en algún «rincón, en un papel o en un cajón». En lo que a mí respecta, representa la imborrable imagen de chicos realizando una promesa con esas miradas fantásticas, limpias, inocentes.
“Como el barrilete es un juego que suele unir a la familia, empecé a pensar en la forma de recuperar una práctica que se había perdido”
-¿Cómo se realizan las convocatorias?
-Yo no tengo ni voy a tener aparato de prensa así que en cada consulta, invito a mis pacientes; por otro lado, funciona el boca a boca y la difusión espontánea. La barrileteada es de por sí un lugar convocante, quizás porque la solidaridad es tan genuina que la gente sabe que no va a ser utilizada. Me refiero a que, por ejemplo, yo podría haber hecho eventos mucho más grandes, si hubiera aceptado que los barriletes llevaran el nombre de un laboratorio o un determinado medicamento pero jamás lo acepté porque hubiera significado traicionar el espíritu de los chicos que son los verdaderos protagonistas.
-Sé que son muchos, pero cuénteme al menos alguno de los temas que abordó en estas reuniones con los chicos y sus familias.
-Sí, son demasiados para enumerarlos todos, lo que puedo decir es que cada uno fue un logro. Menciono dos a modo de ejemplo. Bajo el lema «Donemos nuestro barrilete al viento; otro tal vez lo use» tratamos de concientizar acerca de la donación de órganos. Yo me preguntaba cómo explicarle a un chico a través del juego este tema tan complejo. Donar –el don de dar- es desprenderse de algo. La idea entonces fue remontar barriletes y soltarlos cuando estuvieran en el cielo. Cada uno llevaba una carta que decía: «No me importa quién ni cómo sos. Este barrilete fue donado al viento. Yo lo usé y ya no lo necesito». En esa barrileteada se creó la lista única de donantes de médula ósea y los primeros 85 anotados fuimos nosotros.
Para hablar de las capacidades diferentes, junto a distintos grupos de amigos hicimos talleres de barriletes en La casa del discapacitado y el Cotolengo Don Orione. Convoqué a mis pacientes y se juntaron todos para remontarlos. «Bajo un cielo todos» fue la consigna y fue lo que vivimos.
-¿Existe forma de saber cuánto influyeron en los chicos los compromisos asumidos en la infancia?
-Ese tema me generó un conflicto desde lo científico. ¿Cómo demostrar que sirve lo que hacemos?, ¿cuántos de los chicos que prometieron no fumar o drogarse no lo hicieron? Con el transcurso de los años, lo puedo responder. Muchas veces me encontré con jóvenes que me dijeron: «¿Sabés la cantidad de veces que me ofrecieron un cigarrillo y no lo acepté? Para mí es una gran emoción ya que aunque le haya servido a uno solo ya valió la pena.
-Ud. llevó adelante un proyecto ecológico de plantación de árboles, el proyecto LAURA.
-Yo tuve una pérdida terrible, la muerte de mi hija Laura, que muchos creen erróneamente que es el origen de las barrileteadas. Como vivo en Avellaneda, una de las ciudades más contaminadas del país, me daba vueltas la idea de plantar árboles. Después de la pérdida de mi hija, el dolor y la tristeza eran tan grandes que yo quería multiplicar su nombre de cualquier modo. Entonces nos propusimos con mi familia encontrar palabras que se relacionaran con los árboles y con su nombre: así surgió L.A.U.R.A. (Los Arboles Urgente Reclaman Ayuda). Hicimos una barrileteada ecológica en la que cada niño plantó un árbol rodeando los terrenos de una laguna llamada «Saladita Norte y Sur» y remontó un barrilete, en un encuentro que se llamó «Cielo y tierra unidos».
-¿Es creyente?
-No, aunque me da mucha pena no creer, tengo demasiada ciencia encima. Pese a ello, mi actitud y filosofía de vida es cristiana. En lo que sí creo es en la tarea de la Iglesia, que apoyo en todo lo que puedo.
“Bajo el lema ‘Donemos nuestro barrilete al viento; otro tal vez lo use’ tratamos de concientizar acerca de la donación de órganos”
-¿Cómo nació el Proyecto Epopeya?
–Surgió de la necesidad de hacer algo trascendente que demostrara que no hay imposibles cuando uno realmente se propone algo. Epopeya significa Estamos Preparados, Organizados para Elevar Ya a la Argentina. Esta idea me llevó a organizar el cruce de la cordillera con los chicos de la Fundación ACCaDI (Actividades comunes a capacidades diferentes) rememorando la epopeya sanmartiniana. Fui como voluntario y representó para mí un gran aprendizaje. Yo ya había realizado el cruce con la Asociación Sanmartiniana de Rosario, oportunidad en que pude ver la gesta de los héroes. Al cruzar con los chicos me di cuenta de que hay otros héroes que no están en el bronce y son estos padres, a quien desde ese momento comprendo y respeto mucho más que antes.
-Ha recibido muchos premios, ¿Cómo vive esos reconocimientos?
-Me da mucha vergüenza y los acepto desde la verdadera etimología de la palabra, como «punto de partida». ¿Sabe quién me enseñó el significado de esta palabra? Una de las personas a quien más admiro, un verdadero patriota, el doctor René Favaloro el día que me entregó mi primer premio literario en 1983. Si me dan un premio y creo que me lo dieron por lo que hice, estoy perdido, soy un mediocre. La única forma de recibirlo es pensando en qué voy a hacer en adelante.
-Por último, ¿qué es para usted un barrilete?
-Una metáfora, un instrumento de paz, un juguete que te obliga a mirar el cielo.
Quien quiera colaborar con Rubén Sosa, puede escribirle a su correo electrónico rubensosa@gmail.com
FUENTE: Infobae