Cada vez más payasos sociales se suman a misiones solidarias a lo largo y ancho del país. Cómo es trabajar para sanar a través de la risa y la alegría
Por Belén Corvalán
Cuando Miriam Alberganti se coloca la nariz roja de payaso, Paya Porota cobra vida; y al menos por un rato, la angustia desaparece. Es que hace diez años nació el primer proyecto de Payasólogos Sociales de todo Latinoamérica. Son voluntarios con la misión de llevar la risa y su efecto sanador a espacios sociales y comunitarios invadidos por el abandono y el desamparo. A diferencia de los payamédicos, que realizan su tarea voluntaria en ámbitos hospitalarios, estos profesionales del humor y el amor son en su mayoría psicólogos que desarrollan su vocación solidaria en comedores, comunidades indígenas, hogares de niños y ancianos.
“Es importante la preparación a la hora de estar expuesto a situaciones donde la pobreza es muy cruda. En el imaginario todos quieren ser voluntarios, pero en la práctica hay que tener cintura para enfrentar algunas cosas”, cuenta Miriam, psicóloga social, en diálogo con CLG. Junto con Carlos Tryskier, ambos son fundadores de la agrupación que este año cumple una década.
Aunque el epicentro de la organización está en Capital, hay payasólogos a lo largo y ancho de todo el país, ya que no sólo realizan trabajo de campo, sino que también hacen capacitaciones para que el movimiento solidario siga creciendo y replicándose en todas partes. Hay alrededor de 20.000 voluntarios en distintas provincias que están trabajando en Argentina y en el mundo.
Con la risa como atenuante del dolor y el juego como herramienta de interacción, las intervenciones de los payasólogos les hacen frente a situaciones complicadas que de otra forma no podrían hacerlo. “Hay que ver de qué manera uno puede acercarse. Hay chicos que no tienen papás o recibieron abusos en sus hogares, y esto se traduce en aislamiento o malos comportamientos. No son situaciones fáciles, hay historias de vida muy fuertes”, cuenta.
Las estadísticas son dolorosas. Un estudio global elaborado por Unicef en 2014 estima que más de uno de cada 10 niñas sufrieron abuso sexual en su infancia. Y en la mayoría de los casos, el mismo es cometido por alguien familiar o conocido. Miriam es testigo de esta realidad tan horrorosa como silenciada, en la que los derechos de los niños son vulnerados de las formas más atroces. Por ello es fundamental la capacitación previa para saber cómo posicionarse en el encuentro y que el tiempo de la visita sea positivo en un ciento por ciento. “Nosotros vemos el niño que va a ser. Tratamos de no saber nada sobre su vida pasada. En la mayoría de los casos, tal vez sea la última vez que veamos a esos niños, entonces queremos que atesoren un lindo recuerdo”, relata Miriam.
Las payamisiones se organizan con una agenda a partir de la demanda que reciben. Aunque sus visitas tienen un efecto terapéutico, Miriam destaca que no es una terapia en sí misma, ya que no es un tratamiento continuo en el tiempo. “Nosotros no los analizamos, vamos a jugar con ellos. Sin embargo, desde el amor y el humor hacemos una especie de terapia de la risa, que les hace bien al alma tanto a ellos como a nosotros”, afirma.
Cada intervención de los payasos sociales es una inyección de alegría. La risa y los beneficios que traen aparejados están comprobados científicamente. “Los coordinadores al día posterior a la visita nos dicen que no hay gente con presión alta. Hay abuelos que no duermen la noche anterior por la ansiedad de que vamos al otro día. La soledad es muy cruda, hay mucha gente que muere de tristeza”, dice.
“Para nosotros hacer reír a un niño o a un abuelo es una fiesta”, añade. Por eso, para ellos el vestuario que usan no es un disfraz, sino un “traje de gala”, en el que los colores son protagonistas. Pero como además de payasos son psicólogos, y cada color es un disparador emocional, los trajes deben estar sujetos a ciertas pautas. Los guardapolvos son de color pastel para desmitificar al médico o a los maestros. Así como también se trata de evitar el color rojo que se asimila al fuego, o el negro que remite a la muerte.
“Tenía un baúl de amor para dar y no tenía dónde ponerlo, y aquí encontré la manera de sanar todo eso. Si a un niño le dan una caricia a tiempo, salvan a un adulto, porque el amor salva vidas”, concluye.