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Patricio Pron: «El arte pone a prueba nuestras convicciones acerca de lo que es el mundo»


El escritor rosarino viene de presentar su reciente novela "La naturaleza secreta de las cosas de este mundo"

Por Emilia Racciatti – Télam

En su reciente novela «La naturaleza secreta de las cosas de este mundo», el escritor argentino Patricio Pron propone jugar con la idea de narración planteando que hay un orden que puede establecer cada lector y abre así la posibilidad de pensar un final como punto de partida para una nueva dimensión de lo conocido como relato, a partir de los vínculos de una hija y su padre.

«La ficción pertenece al orden de la resistencia y no en vano es el tipo de trabajo que hace una persona como yo que siempre me he sentido fuera de lugar. Quizás en la aparente idea de cosa desplazada, sin lugar en el mundo, haya justificación paradójica a la existencia de la ficción», sostiene el escritor en diálogo con Télam en el bar de un hotel de Palermo donde cuenta que ya lleva semanas en la Argentina, su país natal.

Radicado en España, Pron (Rosario, 1975) explica que esta novela, la primera que publica por Anagrama, «fue escrita y pensada a lo largo de viajes hablando de otros libros y fue escrita en estaciones de tren, en aviones, habitaciones de hotel» y a esa condición la considera una ventaja, ya que sostiene que «estando en lugares distintos se piensa diferente y se escriben cosas diferentes».

Dividida en dos partes que pueden leerse también como dos nouvelles, «La naturaleza secreta de las cosas» es una novela que pone en perspectiva la mirada de una hija Olivia, actriz, que indaga sobre la ausencia de la huida de su padre Edward cuando ella tenía 14 años. La segunda parte nos trae la mirada de él, un artista plástico, sobre esa fuga dando la posibilidad de entender los movimientos que puso en marcha para dejar, o intentar, dejar de ser, ese hombre.

El libro tiene un epílogo en el que el autor dice que estas dos partes conforman una constelación más amplia de textos y los expone dando la posibilidad al lector de ir por ellos o dejarlos como lecturas por si desean seguir dialogando con el universo que propone la novela.

Además, el autor de «La vida interior de las plantas de interior», «Lo que está y no se usa nos fulminará» y «Mañana tendremos otros nombres» invita en ese epílogo a leer otro texto como epílogo de esta historia: «Sallie Ellen Ionesco». De esta búsqueda por ampliar las dimensiones de la ficción también habla en esta entrevista, en la que asegura que lo que más le interesa de la literatura es «el modo en que los lectores y las lectoras habitan los libros y los hacen propios» porque encuentra ahí «algo parecido a la promesa de un diálogo».

—Los personajes y su capacidad de movimiento se destacan en la novela. Es lo contrario a lo que vivimos en el pasado pandémico reciente. ¿Fue escrita en ese tiempo?

—En parte sí pero la mayor parte de nosotros hemos sentido en los últimos tiempos un anhelo intensísimo de otra cosa, estar en otro lugar, ser otro de ser posible y esto es exactamente lo que les sucede a los personajes, el pasado les resulta insoportable y el futuro les parece inimaginable. Navegan ambas incertidumbres al igual que el resto de nosotros, la única diferencia con nosotros es que ellos toman decisiones que tal vez no fueron las nuestras. Eduard huye, Olivia se convierte en actriz y se vacía para llenarse con los personajes que interpreta y Ema cava un pozo, una acción que parece misteriosa pero no lo es si uno considera sus antecedentes como artista. Salen, huyen, se marchan en procura de averiguar algo sobre quienes son pero en la medida en que lo hacen dejan de ser quienes son para ser otros y su verdadera naturaleza secreta se manifiesta dejándolos perplejos pero con una perplejidad que tal vez sea útil en momentos de perplejidades mayores. Ellos creen que están al final de un recorrido pero están al comienzo de la historia. Es esta una época de finales y esta es una novela que aspira a ser contemporánea.

—La idea del final está desde el principio. El planteo parece ser: en el comienzo ya hay un final pero te voy a mostrar un camino a recorrer porque hay algo a descubrir. ¿Te interesaba el juego con lo cronológico?

—No sabemos cómo habitar el tiempo. Nos resulta insoportable la idea de que las cosas no terminarán con nosotros. Necesitamos habitar el tiempo, medirlo y tenemos tan solo un puñado de formas de hacerlo. Las dos más potentes son las que están más presentes en nuestra historia como especie: la música y los relatos. Algo tiene que empezar y terminar para que tenga sentido y sin embargo los personajes que están atravesados por la pesadumbre que los finales nos provocan descubren que tal vez lo que ellos llamaban final era simplemente otro comienzo, un comienzo distinto con otras obligaciones y placeres. Por eso, por ejemplo, en el libro está el epílogo que es leído por algunos como el inicio del libro. Y está muy bien porque cada uno de nosotros lee distinto, y es una manera de leer esta novela.

—También está la escritura como forma de evitar que se pose el fantasma.

—Es una leyenda japonesa. Los japoneses creen que los fantasmas no se posan sobre las plataformas escritas y por consiguiente escriben sobre todas las superficies. Alguien definió recientemente el libro como una novela de fantasmas modernos y es posible verla así también, sin embargo, si lo pensás bien nuestra existencia ya tiene algo de fantasmático. Tenemos desde hace algún tiempo vidas con una existencia que, a falta de un nombre mejor, llaman virtual, que no por ser virtual no es real.

—La novela tiene una tercera parte que está fuera del objeto libro y se puede leer en tu web (https://patriciopron.com/wp-content/uploads/2023/10/La-naturaleza-secreta-de-las-cosas-de-este-mundo-Epilogo-1.pdf). En un momento en el que nos dicen que se lee mucho en pantalla, ¿cómo pensaste la invitación a ir a ese formato como parte del libro?

—Sí, es ir a otro formato, a otro medio. Para mí fue muy natural ese epílogo que es una apropiación de Emily Dickinson que hace María Negroni como traductora suya. Lo hice para que el libro no terminase con la lectura, cosa que sucede siempre, aunque no tengan un epílogo como éste porque hay determinados libros que nunca terminamos de leer en el sentido de que siguen viviendo en nosotros. En el modo en que los lectores y las lectoras habitan los libros y los hacen propios hay algo parecido a la promesa de un diálogo y eso es lo más interesante de la literatura. Edward escoge voluntariamente el dejar de hacer, dejar de ser quien era para lo que necesita dejar de tomar las decisiones que tomaba habitualmente. No renuncia solo a la pintura sino también a una vida que se le ha hecho insoportable. Es una renuncia a los temores a perderlo todo. No decide perderlo todo pero tampoco no decide no perderlo y en esa aparente falta de decisión, en esa suspensión de la capacidad de tomar decisiones es arrastrado por los acontecimientos que lo llevan a un lugar al que nunca hubiese imaginado que iba a estar. A mí me arrastró a ese lugar porque no escribo con un mapa previo en el sentido de que voy descubriendo qué pasa con los personajes a medida que los voy escribiendo. En ese sentido las novelas que escribo proponen correr el telón de un teatro mental y que tanto los lectores como yo mismo descubramos qué obra se escenifica en ese teatro. Nunca lo sé de antemano.

—¿Qué personaje apareció primero: Olivia, la hija, o Edward, el padre?

—Tenía la imagen de una joven que conduce y se dirige a una autopista de circunvalación, que se dirige hacia una ciudad y no sabía que lo que iba a provocar el accidente era un recuerdo relacionado con la historia de la desaparición de su padre, y para saberlo tuve que escribir la novela. No me parece una mala tarea haber escrito la novela para averiguar quién era Olivia y quiénes eran estos personajes. Una de las potencias de la ficción es ponerse en los zapatos de otros, como al mismo tiempo que leés un texto de ficción eres otro, y si ese texto de ficción es importante te transforma, te cambia. Eso es lo que hace el arte: pone a prueba nuestras ideas, nuestros prejuicios, nuestras convicciones acerca de lo que el mundo es, incluso si lo hace de manera sutil.