Opinión

Para leer y escuchar: la vida y la necesidad de andar resucitando siempre


Un texto para leer mientras se escucha “La vida es un tango”, interpretado por el genial Lito Vitale

Por Candi

La vida es una cadena formada por vientos favorables y desfavorables, por calmas dichosas y tempestades a veces pavorosas; pero la vida también es un compromiso con la resurrección, con levantarse una y otra vez no importan las caídas ni los golpes.

Es lo que plantea en este breve escrito Candi. Un texto para leer mientras se escucha “La vida es un tango”, interpretado por el genial Lito Vitale.

Sí, la vida es una cadena hecha de eslabones blancos y negros, pero con un solo espíritu: el de resucitar cada vez que sea necesario.

Resucitando

(La vida es un tango)

Con esa cara de tango, de garúa, de sur paredón y después. Con ese rostro de argentino hecha de “te acordás hermano…”, quiso dar un último paseo lejos de su tierra. Los ojos los tenía tan tristes como el plomo del cielo parisino en aquel marzo hecho de idus y traiciones.

Al lado de su tristeza maldecía el enojo. Allí estaban esos dos mequetrefes que, como bacterias insistentes y porfiadas, se le habían enquistado en el alma hasta hacerla sucumbir en la noche de la nada. Eran su única compañía.

Caminaba despacio, sin rumbo, cansado de una vida absurda (si es que a la suya se le podía llamar vida). Una leve bruma se levantaba del Sena. Por un momento creyó que lo envolvía, que lo llevaba a otro mundo hecho de aplausos, sonrisas y amores perfectos.

Se sentó en un banco al borde del hilo emblemático de agua, sacó el viejo violín y empezó a tocar “La vida es un tango”.

Sí, quería hacerse mierda de una vez por todas, ahogarse con las notas nostálgicas y esas otras que ya estaban a punto de caer de las ventanas del alma. Pero cuanto más tristeza y empeño le ponía a las cuerdas, más afloraba su talento, su precioso espíritu hecho de soledad, de angustia y de esa maldita furia contenida por tantas injusticias.

Era, al borde del Sena, un violinista de Hamelin, solo que lo seguían miradas de muchos parisinos que se habían detenido a escucharle, cautivados por la melodía.

De entre ellas, una mirada negra, dulce, hermosa lo seguía. Ella le sonrió mientras con la cabeza asentía a su talento. Él también le sonrió y entonces comprendió que estaba resucitando y que le envolvía un sentimiento fuerte, poderoso. Tenía ganas de vivir, de alcanzar sus sueños que ahora tomaban las formas de unos dulces ojos negros.