El escritor bonaerense trabaja en su novela "Correrías de un infiel", reeditada este año
La identidad como un problema difícil de resolver por la mixtura de razas o por el «fantasma en la sangre», el «comunismo sexual anárquico» en los indios del «Desierto» argentino, el «minitour» a los ranqueles de Lucio V. Mansilla, la fidelidad en el amor o a la religión y las fronteras actuales en la sociedad son algunos de los ejes que Osvaldo Baigorria trabaja en su novela «Correrías de un infiel», reeditada este año.
Como un baqueano, Baigorria (Buenos Aires, 1948) va, en la novela reeditada por Blatt & Ríos, detrás de las huellas de la identidad. El escritor sostiene que es una vieja pregunta filosófica, estatal, institucional, como cuando la policía nos pide el documento nacional de identidad y afirma que el problema «es que se constituye alrededor de una comunidad imaginaria: la nación, la generación, la orientación sexual, etcétera y en base a un relato fundacional y homogeneizador que tiene mucho de ficción».
El escritor -quien vivió en distintos países y desarrolló proyectos de investigación sobre narrativas de pobladores originarios y minorías y es autor de «En pampa y la vía», «Sobre Sánchez» e «Indiada», entre otros libros- sostiene que no somos idénticos, que ese «fantasma en la sangre» es más que nada una fantasía, a veces un delirio. «En cierto modo, uno elige a sus antepasados, como Kafka que creó a sus precursores según la famosa fórmula de Borges», dice el autor en diálogo con Télam.
—Télam: ¿Hay algún paralelismo entre el coronel Baigorria y los gauchos Cruz y Fierro en el momento que deciden vivir entre los indios?
—Osvaldo Baigorria: Los gauchos Cruz y Fierro son personajes de ficción y quizá sería injusto compararlos con el coronel Baigorria histórico. Cierto que el personaje de este nombre en mi novela es uno medio gaucho, mestizo, cuidador del ganado de su familia que por conflictos políticos huye a tierra indígena, o sea que en algún punto estas ficciones sí se cruzan con la novela en verso de Hernández, pero la diferencia es que el unitario Baigorria no era el típico subalterno de la gauchesca, que fue representado por los letrados como analfabeto, siempre perseguido y reclutado para servir en los fortines. Él era un refugiado político y desarrolló su voz en la escritura, publicó esas «Memorias», de las que incluí algún que otro párrafo en la novela, por ejemplo: «Mejor vestirse de piel y plumas o morir entre asaltantes que rendirse a ese déspota de Buenos Aires» (Rosas). Esas paradojas que surgen en la mezcla y choque de dos culturas, la occidental y cristiana por un lado, la ranquel-mapuche por el otro, en plena toldería, es lo que aporta materiales nobles para la literatura.
—¿Baigorria era un caudillo y los personajes del Martín Fierro gauchos del montón?
—Es evidente que el coronel Baigorria (histórico) tenía vocación de mando, fue alférez del general Paz, fue ascendiendo de rango militar y en las tolderías buscó relacionarse, a través de matrimonios y alianzas, con las familias de los caciques. Fue jefe él mismo en su campamento de Trenel, con mando sobre unos cuantos gauchos alzados, conjeturo, además de refugiados políticos, o sea que no era el típico paisano que construye la gauchesca, ese peón sufrido, perseguido, devenido en cimarrón por la injusticia de los poderosos. No era un subalterno. No encuentro en la ficción argentina sobre gauchos e indios un personaje que se le parezca.
—De los distintos relatos clásicos argentinos del siglo XIX, ¿cuál tiene la mirada más humana sobre el indio?
—Sin duda, la de Lucio V. Mansilla. Que además es el único que visita, trata y conoce de primera mano, en persona, a indígenas en su hábitat antes de la invasión. No sólo hace oír sus voces y razones, sino que descubre pautas de conducta civilizada tanto en la oratoria ranquel en asamblea y en las formas de gobierno como en el trato a los caballos salvajes, que no son domados a rebencazos como hacen los gauchos sino con caricias. Mansilla se pregunta cuánta barbarie esconde la civilización, exige clemencia contra los llamados bárbaros, argumenta que civilización y barbarie son extremos que se dan la mano y aboga por la fusión de razas.
—¿Cómo construyó la mirada particular de «la cautiva» alejada del poema de Esteban Echeverría?
—En parte fue también a través de Mansilla. Este se apiada y quiere liberar a las mujeres cristianas secuestradas por ranqueles pero observa grietas, fisuras en ese cuadro de cautiverio, como la cautiva que nunca había cedido al furor erótico de sus apropiadores y que juraba entregarse sólo a un indio que le gustara, o la libertad que tenía la mujer soltera de acostarse con quien le diera la gana. De todas maneras, esas representaciones del cronista no pueden tomarse como testimonios, y en mi ficción no intento que se lean a modo realista sino como ensueños y deseos de que la cautiva tuviera más posibilidad de elegir de la que realmente tuvo. Da la impresión de que en el siglo XIX la mujer estaba tan oprimida en los fortines y en los pueblos de frontera como en las tolderías. Tal como escribió Germán García en el prólogo a la «Conquista de la Pampa» del Comandante Prado, la guerra contra el indio fue una guerra entre bárbaros, por más que unos se llamaban civilizados y acusaran de salvajes a los otros.
—¿La vida sexual, relatada desde el erotismo, es una construcción ficcional o hay bibliografía sobre el tema?
—Es absolutamente ficcional. En toda la bibliografía que consulté sobre la vida indígena en las pampas, y sobre todo en aquella que encara la vida de cautivas y cautivos (Rotker, Avendaño, Bullrich, Guinnard, Operé), los testimonios coinciden en retratar una realidad bastante brutal, con machos golpeadores y mujeres sometidas al orden patriarcal. No obstante, quiero creer que había otras posibilidades que fueron opacadas o suprimidas por la narrativa cristiana del conquistador blanco. Cierto paganismo que se abriría a la orgía como expresión atemporal, según ha especulado Perlongher si bien la situaba en otros territorios. Un intento interesante de reescritura del relato «de indios» lo ofrece Aira en libros como «Ema la cautiva», «La liebre», «Entre los indios» y «Eterna juventud», ya que allí los originarios de la pampa son muy intelectuales, sofisticados, contemplativos, filosóficos. Pero no hay mucho sexo que digamos entre esos indios «airos». A mí me interesó la idea de incorporar el erotismo en una literatura que podría llamarse indiesca para diferenciarla de la gauchesca.
—¿Cómo se puede simplificar esa idea de un «comunismo sexual anárquico» entre los indios del «Desierto» argentino?
—Es una utopía retrospectiva, una expresión de deseos y una extrapolación de la idea indígena de que en el origen no había propiedad privada sobre la tierra pero llevada al campo de los cuerpos: en todo habría propiedad común y no existiría la apropiación privada de ningún cuerpo. Esa utopía aparece aún más radicalizada en mi libro de cuentos «Indiada».
—¿Cuáles son las fronteras en el siglo XXI?
—Están en todas partes, en las cámaras de vigilancia, en las policías bravas que exterminan delincuentes reales o supuestos, en los barrios privados para ricos y en los ghettos para pobres, en los reclamos de seguridad y mano dura. Las formas salvajes de redistribución de la riqueza incluyen el asalto, el saqueo, el secuestro, y las represalias contra esas amenazas también son salvajes.
—¿La laguna «espantapájaros» existe o es un paralelismo con el Averno (la laguna del infierno donde no sobrevolaban las aves)?
—Excelente observación. La traducción de Trenel no es Espantapájaros y no hay ninguna laguna con ese nombre en la pampa, que yo sepa. Es una figura mítica, ya que imagino que para las cautivas ese lugar debe haber sido realmente infernal, un sitio del cual sentirían que no podían huir ni volar, en sentido figurado y real.
—¿El viaje al monasterio con Beatriz es ficción?
—Ese viaje es parte del área no ficcional, la crónica incrustada en la novela. Ocurrió a fines de los 90 y al mismo tiempo que comenzaban mis indagaciones sobre el coronel Baigorria, cuando iniciaba una relación que duró casi 23 años. Ella murió de cáncer en octubre del año pasado.