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Opinión: «Un cuento chino»


Por Damián Umansky - Periodista especializado en internacionales

Por Damián UmanskyPeriodista especializado en internacionales

“Los guerreros victoriosos primero ganan y después van a la guerra, mientras que los guerreros vencidos primero van a la guerra y después buscan ganar…”. Esta frase es un extracto del célebre libro “El Arte de la Guerra”, de Sun Tzu, quien vivió hace unos 2.500 años en la antigua China, y es hasta la actualidad reconocido por su capacidad para la filosofía y la guerra.

En esta sintonía parecen sonar las palabras del presidente chino Xi Jinping, quien expresó esta semana que su país «no tiene intención de librar ni una Guerra Fría ni una caliente con ninguna nación».

El concepto “Guerra Fría” se volvió a escuchar durante las deliberaciones en una nueva Asamblea General de las Naciones Unidas. El jefe del organismo, Antonio Guterres, fue categórico en su alocución: «El mundo no se puede permitir un futuro en el que las dos mayores economías dividan el mundo en una gran fractura, cada una con sus propias reglas comerciales y financieras, y su propio internet y capacidades de inteligencia artificial. Una división económica y tecnológica implica el riesgo de llegar a una división geoestratégica y militar. Debemos evitar esto a toda costa”, advirtió.

Antonio Guterres

Las palabras de Guterres fueron un intento de bajar los decibeles de lo que fue la intervención del presidente norteamericano Donald Trump, quien le exigió a la ONU que obligue a China a «rendir cuentas» por «infectar al mundo» con el coronavirus, y aseguró que la Organización Mundial de la Salud (OMS) está «virtualmente controlada» por el gobierno de ese país.

Leal a su estilo, el titular de la Casa Blanca aprovechó para volver a dirigir el dedo acusatorio hacia los orientales, en un intento de desviar sus propias responsabilidades respecto al manejo del curso de la pandemia del Covid, justamente el mismo día en el cual se conocía que su país había superado las 200 mil muertes por la enfermedad.

Washington y Pekín sostienen un conflicto en los últimos años que va desde el comercio a la tecnología. A pocas semanas para que se lleven a cabo las elecciones en Estados Unidos, la relación con el gigante asiático se ha convertido en un eje central de la campaña.

Tanto Trump como su retador, el demócrata Joe Biden, se disputan la retórica de mano dura contra China. En su discurso de aceptación de la nueva candidatura a la presidencia durante la convención republicana, el actual mandatario aseguró que una eventual victoria de su rival, haría felices a los asiáticos.

Ambos candidatos son conscientes de los estragos que la desindustrialización ha causado en la clase media y trabajadora estadounidense, y no son pocos los que la asocian al déficit en el intercambio comercial con Oriente.

Quienes apoyan a Trump ponderan las políticas proteccionistas desarrolladas en materia económica, entre las que resaltan la suba arancelaria impulsada en detrimento del intercambio con los chinos y que ha reducido esa desventaja comercial en un 18% a lo largo de la guerra comercial que libran desde 2018.

Las cosas no parecerían ser muy distintas en caso que Biden se impusiera en los comicios del 3 de noviembre próximo. En el plan estratégico demócrata Made in America (hecho en América) pretende “recuperar las cadenas productivas claves, de modo de no depender de China o de ningún otro país”.

Las elecciones, a menos de 40 días

Inevitablemente, el vínculo con los chinos será uno de los tópicos el próximo martes en Cleveland, en el estado clave de Ohio, donde tendrá lugar el primer debate presidencial. Biden saldrá por primera vez de su zona de confort, y pondrá en juego la ventaja que ostenta en las encuestas.

Subirán a escena dos perfiles muy distintos. Trump seguramente arriesgará, irá a “jugar al fleje”. Biden, más conservador, buscará -siguiendo con la metáfora tenística- , “pasar la red” y evitar “errores no forzados”.

Los sondeos marcan un favoritismo para los demócratas, aunque también exhiben un achicamiento en la brecha en las últimas semanas a partir de dos factores: un repunte en la actividad económica (golpeada fuertemente este año por los efectos del Covid), y una advertencia por parte de los expertos de un subregistro en algunas encuestas respecto a la verdadera adhesión que tiene el actual presidente (el denominado “voto vergüenza”).

Sin embargo, nada está dicho. Tener más votos en Estados Unidos no es sinónimo de triunfo. Constancia de ello puede dar Hilary Clinton quien, hace 4 años, sacó 3 millones más de votos que Trump y, sin embargo, perdió la elección al no poder imponerse en el colegio electoral.

Damián Umansky – periodista especializado en temas internacionales