Por Diego Mussetta – CLG
El clásico rosarino volvió a demostrar por qué es el partido más pasional del fútbol argentino. En una ciudad que se paralizó durante horas, Central se quedó con una victoria histórica y la figura fue nada menos que Ángel Di María, que escribió una de las páginas más emotivas de su carrera con ese golazo de tiro libre que hizo delirar a las 50 mil almas que reventaron el Gigante de Arroyito.
Lo de Fideo fue una tarde-noche soñada. No sólo por el gol, sino por la carga simbólica de lo que significa ganarle a Newell’s en su primer clásico ganado y en el mismo día en que se cumplían 18 años de su tanto olímpico en Pekín 2008. El destino le regaló a Central y a su ídolo un momento que ya es eterno.
El triunfo, además, estira la racha positiva del Canalla en los clásicos: hace tiempo que Newell’s no consigue imponerse y esa mochila cada vez pesa más del lado rojinegro. Para Central, en cambio, es un envión anímico enorme que confirma un ciclo de supremacía en los derby de la ciudad.
Pero el análisis no puede detenerse sólo en la fiesta auriazul. Del otro lado, Newell’s se llevó un golpe durísimo, un verdadero nocaut deportivo y anímico. No sólo perdió un clásico que puede marcar un antes y un después en el torneo, sino que el equipo de Cristian Fabbiani mostró poco y nada. El DT, que llegó con un aura renovadora, ahora queda en el centro de todas las miradas: en los clásicos no hay margen de error y esta derrota golpea fuerte su credibilidad y su continuidad.
En Rosario, el fútbol es vida, orgullo y pertenencia. Por eso, cuando Central sonríe, Newell’s se sacude y viceversa. Hoy la balanza es toda auriazul, con la zurda mágica de Di María como bandera. Para la Lepra, en cambio, el clásico fue un cachetazo que lo dejó en la lona.
La ciudad vivió su fiesta, el Gigante festejó y Central volvió a demostrar que el clásico tiene dueño.
