Por Diego Añaños - CLG
Por Diego Añaños – CLG
Decíamos la semana pasada que Donald Trump había declarado al 2 de abril como el Día de la Liberación Nacional de los Estados Unidos. Precisamente ese mismo día, el presidente norteamericano había anunciado un aumento generalizado de los aranceles a las importaciones de todos los productos de todos los países del mundo. Hasta aquí los hechos. Las primeras lecturas sugieren que las medidas impulsadas por los EEUU, más que una expresión de su fuerza, son una expresión de su debilidad. Esta debilidad se observa fundamentalmente en la pérdida de influencia norteamericana, tanto en el comercio como en la economía internacional. En resumen, los anuncios de Trump apuntan a recuperar el impulso de liderazgo perdido por el gran país del norte en el Siglo XXI. Es por ello que el presidente se ensaya una respuesta agresiva, que en realidad tiene como objetivo principal el de reconfigurar las reglas que regulan el comercio mundial desde el fin de la segunda guerra mundial. Es decir, empujar a los países a un esquema de negociaciones comerciales bilaterales, que rompa con el sistema de administración multilateral del comercio que surge de los acuerdos de Bretton Woods y que estaba vigente hasta el momento.
Incluso un par de días atrás había asegurado públicamente que estaba recibiendo llamados de muchos países (“besándome el culo”, dijo textualmente), para tratar de negociar un alto el fuego de la guerra comercial, “porque se mueren por llegar a un acuerdo”, sostuvo. Algo cambió en las horas posteriores a la bravuconada de Trump o, en todo caso, algo estaba cambiando, tanto en el tablero local norteamericano como en el tablero global. Los aranceles entraron en vigencia en la madrugada del miércoles y no llegaron a las veinte horas de vigencia. En otro giro sorpresivo, el presidente anunció la suspensión por noventa días de la medida para casi todos los países del Mundo. Decimos CASI porque los aranceles impuestos a China no sólo no fueron puestos en pausa, sino que aumentaron a un 125%. Evidentemente, las tensiones que sobrevinieron luego del anuncio del miércoles pasado se hicieron insostenibles para Donald Trump. Y esas tensiones no sólo se expresaron en el plano interno de la administración republicana, sino invadieron el escenario internacional, produciendo un rápido deterioro de las expectativas de desempeño económico mundial para 2025 y una brutal caída en las pizarras bursátiles, lo que se reflejó en un aumento significativo de la volatilidad financiera global. La decisión de postergar la medida fue recibida positivamente por los mercados, pero le produjo una herida al presidente norteamericano, ya que la capitulación casi inmediata le quita credibilidad a próximas amenazas.
La reacción del gobierno nacional fue inmediata. En primer lugar anunció que la Argentina iniciaba formalmente las negociaciones tendientes a adecuar el esquema arancelario local a los requerimientos bilaterales norteamericanos. No sorprendió a nadie. Vale recordar que, incluso adelantándose a los hechos, Javier Milei había anunciado en su discurso del 22 de febrero durante un evento del Comité de Acción Política Conservadora (CPAC), la disposición por parte de la administración libertaria, de amoldarse a las nuevas exigencias. “Quiero aprovechar para anunciar que Argentina quiere ser el primer país del mundo en sumarse a este acuerdo de reciprocidad que pide la administración Trump en materia comercial. De hecho, si no estuviéramos restringidos por el Mercosur, la Argentina ya estaría trabajado en un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos”, sostuvo. Probablemente el presidente, en su afán por agradar a su par norteamericano, no tuvo en cuenta los verdaderos costos que implicaría una adecuación del calibre que se propone. De hecho implicaría una reducción del 60% en los aranceles a todos los productos importados desde los EEUU.
El año pasado se estrenó The Apprentice, un relato biográfico de los primeros años de la vida empresaria de Donald Trump. Un personaje fundamental para entender la historia del magnate es el abogado Roy Cohn, un excéntrico personaje de la vida neoyorquina, que fue la mano derecha del tristemente conocido senador Joseph McCarthy. Cohn apadrinó a Trump y lo guió en los primeros pasos que lo llevaron a despegar definitivamente de la influyente figura de su padre. Le enseño las tres reglas clave para moverse en el salvaje mundo de los negocios: “1. Ataca, ataca, ataca, 2. No admitas nada y niega todo, 3. Reclama la victoria y nunca aceptes la derrota”. Daría la impresión de que nuestro presidente ha leído con atención la biografía de su par norteamericano, porque uno de los intentos más delirantes de la semana fue intentar transformar en una victoria la imposición de aranceles del 10% a los productos argentinos en los EEUU. En una lisérgica exposición televisiva, la diputada libertaria Juliana Santillán destacó el hecho de que los aranceles a nuestros productos se situaran en la franja más baja. Desafortunadamente para ella se encontraba en el estudio Diego Guelar que, en distintos momentos de su vida política fungió como embajador en China, en los EEUU, en la Comunidad Europea y en Brasil. Guelar le recordó que llevar los aranceles comunes al 10% era multiplicar por 8 lo que los bienes argentinos venía pagando hasta el momento, y que además, los aranceles del 25% al acero y al aluminio argentino, seguían en vigencia. La diputada tuvo que meter violín y en bolsa, y agachando la cabeza, abandonar la febril aventura de seguir las enseñanzas de Roy Cohn.
