Por Diego Añaños - CLG
Por Diego Añaños – CLG
Al fin, llegó el día. Luego de trajinar oficinas, departamentos, bares y bulines, el Gobierno podrá celebrar la aprobación de la Ley Bases y el Paquete Fiscal. Desde el oficialismo tratarán de olvidar inmediatamente que les tomó seis meses comprender que, si no se sentaban a negociar, era imposible sacar una sola norma del Congreso Nacional. Las huestes libertarias no recordarán jamás los 664 artículos de la Ley Ómnibus que intentaron imponer y que se terminó transformando en una Ley Húber. El jueves de madrugada ganó el gobierno, y Javier Milei podrá finalmente dejar atrás la campaña electoral y ponerse a gobernar. A los que fantasean con que los que votaron este engendro van a tener que dar cuenta a sus votantes, les sugiero que no pierdan el tiempo, eso nunca sucedió, y es muy poco probable que suceda esta vez.
La pregunta que sobrevuela por estos días es si efectivamente la aprobación de las normas en el Congreso funcionará como un relanzamiento de la gestión. No caben dudas de que las cosas no están saliendo como el presidente las preveía. Si bien la recesión estaba en el radar del gobierno, no parece que estuviera en sus calcular la profundidad y la duración de la misma. Tanto es así, que desde el Ministerio de Economía están presionando a las cámaras empresariales para que presenten los datos de registro de la actividad económica de cada sector, de modo de hacer desaparecer los guarismos negativos. De eso modo, les piden que reflejen solamente los crecimientos intermensuales, si los hay, dejando de lado las fuertes caídas interanuales que se vienen registrando. Evidentemente no alcanzó con los intentos de instalar la idea de la recuperación económica desde los medios hegenómicos, fogoneando la discusión acerca de la forma que tomaría la curva luego del supuesto rebote (que por otro lado, no termina de aparecer). A ver, incluso si se detuviera la caída vertical, eso no significa que se inicie un proceso de crecimiento. Es más, incluso si se observara un rebote, habría que ser cuidadosos y esperar que la recuperación se consolide en el tiempo.
Si hacemos un ejercicio de memoria, podemos recordar el mensaje de apertura de las sesiones ordinarias del Congreso de 2018, en el que Mauricio Macri prometía que, con la baja de la inflación y la reducción del déficit fiscal, nos inundaría una lluvia de inversiones. Claro, 2017 había sido un año ideal para el gobierno. La inflación había bajado a menos de 25% (luego del 40% del 2016), y el país había crecido casi un 3% (de hecho fue el único año de la gestión de Cambiemos en el que el producto creció). Además, la alianza gobernante había ganado las elecciones de medio término con relativa holgura (que incluyó la victoria de Esteban Bullrich sobre Cristina Kirchner en la provincia de Buenos Aires), por lo cual comenzaba el 2018 con renovados bríos. Sin embargo, la esperada recuperación no se produjo nunca. El espejismo del 2017, más que una salida de la crisis fue un dead cat bounce (o rebote del gato muerto). Es una imagen que utilizan los especialistas para graficar una situación en la que una economía parece despegar, pero inmediatamente vuelve al ciclo recesivo. Es decir, si lanzo un gato desde un décimo piso, y logro sacarle una foto con una cámara de alta velocidad en el momento inmediatamente posterior al que el cuerpo rebota contra el piso, parecería que el animal vuela. Sin embargo, ya está muerto.
La cuestión es que, de ahora en adelante, luego del castigo inhumano al que nos sometieron los últimos meses, Javier Milei va a tener que empezar a mostrar resultados. Las proyecciones para lo que resta del año están muy lejos de ser alentadoras. Las estimaciones más conservadoras para la inflación 2024 no bajan del 140%. Desde los principales organismos internacionales, como el FMI y el Banco Mundial, se especula con que este año el PBI de la Argentina va a registrar una caída de, al menos, un 3,5%. La pobreza se ubica hoy en el rango del 50/60%, dependiendo de la base de cálculo, pero todos coinciden en que continúa creciendo. El último dato de desempleo, tomado en el primer trimestre, se ubicó en el 7,7%, pero todas las proyecciones estiman que finalizará el año en dos dígitos. Desde el Fondo se muestran preocupados por el atraso cambiario y por las complicaciones que está mostrando el Banco Central para consolidar el proceso de acumulación de reservas. Y como si todo esto fuera poco, el presidente abrió un nuevo frente de conflicto externo, al acusar al Director para el Hemisferio Occidental del Fondo, Rodrigo Valdés, de habilitar maniobras especulativas en el sector monetario durante el gobierno de Alberto Fernández. Demasiadas luces amarillas encendidas en el tablero de control del gobierno.
A partir del lunes no va a bastar con el déficit fiscal cero. Puede ser muy excitante para algunos economistas, pero eso no le mejora la vida a la gente. Tampoco va a alcanzar con la baja de la inflación conseguida. Es cierto que en diciembre fue de 25,5%, y seis meses después tocó el 4,2%, pero muchos ya están comenzando a recordar que en el mismo período de tiempo, Domingo Felipe Cavallo la llevó de un 30% a un 1,3%. Además, como decíamos hace tres semanas atrás, Fernando de la Rúa protagonizó el fracaso político más estruendoso de la historia nacional, no con baja inflación, sino con una deflación del 1,1%, un bajo déficit fiscal y un acuerdo con el FMI. Por eso, la semana que viene comienza un partido nuevo, veremos si el presidente que se autodefine como especialista en crecimiento con o sin dinero, además de generar un conflicto con cada sombra que se cruza en el camino, es capaz de sacar a la Argentina de la recesión que él mismo generó.