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Opinión

Opinión: «Sobre deudas pendientes»


Por Diego Añaños

Decimos habitualmente que Cristina Fernández ocupa en centro del debate político en la Argentina. Si no habla, medran los intérpretes de sus silencios y los analistas del idioma gestual. Cuando calla, la ex presidenta les mete presión a los agudos lectores de la realidad nacional, que exprimen la creatividad (o la blableta, si ustedes me permiten) a niveles sólo mensurables en la escala de Richter. Cuando habla, aparecen entonces los hermeneutas, tensando sus palabras para tratar de hacerle decir hasta lo imposible de pensar. No tiene escapatoria, hable o calle, es agenda.

En los actos por los festejos del 20 de junio habló el presidente, gobernadores y vice gobernadores en sus provincias, intendentes y presidentes comunales alrededor del país. La única voz que sigue resonando en los medios masivos es la de Cristina que, como nos tiene habituados, no carga en su walkman (si se me permite el anacronismo) el cassette de los lugares comunes que reproducen la mayoría de los políticos en los actos protocolares.

Independientemente de los juicios que merezcan sus palabras (por ejemplo contradiciendo sus dichos sobre la existencia de un festival de importaciones) y los cuestionamientos que merezcan sus contradicciones (“habla de un festival de importaciones y carga un IPhone 13 Max”, dicen), la ex presidenta pone el foco sobre debate relevantes.

En esta oportunidad, Cristina puso sobre la mesa, tal vez de un modo un poco elíptico, el principal problema de la agenda estructural argentina, y es el de la escasez de dólares. Una escasez que se explica teóricamente a través del concepto de restricción externa, pero que tiene una contracara fáctica, y es que, de algún modo u otro, el país ha generado enormes cantidades de dólares. De hecho 2 de cada 10 dólares que circulan por el mundo fuera de los EEUU, están en manos de connacionales. Una cifra impresionante, y que nos ubica como los principales tenedores de la moneda norteamericana fuera del país del norte. Solemos decir que los depósitos de los argentinos en el exterior en su conjunto, suman una cantidad similar a la de la deuda externa. Y esto es así porque hay entre ambos fenómenos una profunda conexión. La deuda ha sido el mecanismo que han utilizado los gobiernos conservadores para transferir divisas a las elites nacionales, para luego facilitar su fuga. En este sentido, no quedan dudas de que los gobiernos conservadores son los principales culpables del endeudamiento externo.

Sin embargo, no podemos dejar de reconocer que los gobiernos nacionales y populares, o progresistas, o como quieran llamarlos, tienen una deuda propia. Es la deuda que contrajeron cuando decidieron no cuestionar el endeudamiento espurio de los gobiernos conservadores. Lo han hecho, es cierto, desde los discursos, encendidamente, pero no han movido un alfiler para torcer el rumbo de las cosas. El abogado tucumano Alejandro Olmos presentó en el año 1982 una querella contra José Alfredo Martínez de Hoz y un grupo de funcionarios del gobierno militar, en la que se cuestionaba el endeudamiento asumido durante la dictadura. Siguió la causa durante 18 años, hasta demostrar fehacientemente los delitos cometidos utilizando a YPF como pantalla para obtener créditos y en el proceso de estatización de la deuda privada en 1982. Lograron probarse más de 470 ilícitos. Sin embargo, y a pesar de reconocer la comisión de los mismos, el juez federal a cargo de la causa, Jorge Ballesteros, declaró prescriptos los delitos cometidos. Y así fue, que quedaron impunes.

Luego, los gobiernos de Carlos Menem, Fernando de la Rúa y Mauricio Macri, utilizaron el endeudamiento público externo como una herramienta para proveer de dólares accesibles a las elites vernáculas, a la vez que facilitaron los mecanismos para la externalización de los capitales. Hubo muchas más denuncias mediáticas que causas judiciales que cuestionaran la legitimidad de esas deudas. Quedan en la historia los intentos de Alfonsín, enviando una carta al FMI en 1984, el trabajo de Mario Cafiero y José María Díaz Bancalari en los albores del mandato de Néstor Kirchner, y algún que otro proyecto más que durmió en los cajones. Incluso a comienzos de la gestión de Alberto Fernández el Banco Central elaboró un interesantísimo y crítico informe referido al proceso de endeudamiento durante el gobierno de Mauricio Macri, que fue rápidamente olvidado. Tampoco podemos dejar de mencionar los numerosos trabajos académicos al respecto, entre los que se destacan los de Eduardo Basualdo, que describieron con precisión meridiana los mecanismos perversos utilizados por los gobiernos neoliberales para endeudar y fugar. Sin embargo, todo ha caído en saco roto.

En síntesis, la deuda externa existe, pero la deuda de los gobiernos nacionales y populares también, y es no haber encarado seriamente una discusión profunda acerca de la legitimidad de esa deuda.