Por Diego Añaños - CLG
Por Diego Añaños – CLG
En el año 1972 Jorge Luis Borges publica “El oro de los tigres”, un libro de poemas que guarda una rareza borgiana: un poema de amor (aquel que cierra con la frase “Me duele una mujer en todo el cuerpo”). Originalmente la obra incluye un texto, “Los cuatro ciclos”, en el que el autor afirma que la historia universal de la literatura se sostiene sólo sobre cuatro historias: la de una ciudad sitiada, la de un regreso, la de una búsqueda y la del sacrificio de un Dios. Luego de enumerarlas y describirlas, Borges conjetura que cualquier relato posterior no es más que una reversión de alguna de ellas, transformada.
Javier Miei les ha propuesto a los argentinos un viaje, un regreso, si ustedes quieren. El retorno a aquello que alguna vez fuimos, y nunca debimos dejar de ser: una de las naciones más ricas sobre la Tierra. No vamos a detenernos ahora en un análisis de la consistencia empírica de los argumentos del presidente. Sólo vamos a decir que nos invita a volver. Un retorno de magnitudes bíblicas, comparable al viaje del pueblo judío que, escapando de Egipto, vagó cuarenta años en el desierto antes de llegar a la Tierra Prometida. Y la promesa del retorno no está exenta de amenazas y dolores, pero es sólo a través del sufrimiento que, según Milei, lograremos revertir décadas de estancamiento y atraso. Sin sangre, sudor y lágrimas, jamás llegaremos a la Canaán del desarrollo.
Y la promesa no cayó en saco roto. Por efecto de las circunstancias los argentinos necesitaban aferrarse a un relato épico. Fue entonces que la prédica mileísta encontró terreno fértil para un pueblo que, equivocado o no, sentía sobre sus hombros el peso de años de fracasos y frustraciones. Repito, ya no importa si la sensación tenía fundamentos reales o no, lo importante es que existía. El desgaste de los mecanismos de representación, sumado al deterioro de la imagen de las instituciones de la democracia liberal, llevó a tomar la decisión de aceptar el castigo, aparentemente necesario, que garantizara un futuro de prosperidad.
Los primeros tiempos de la gestión sirvieron para demostrar que las promesas de sufrimiento no eran sólo promesas. Una brutal devaluación, incluso mayor que la del Rodrigazo, pulverizó los salarios de los trabajadores y trabajadoras en cuestión de días. El fuerte brote inflacionario inicial se fue apaciguando con el transcurrir de los meses, pero no desapareció. Los ingresos de la administración pública, las jubilaciones y los ingresos del sector informal, nunca se recuperaron del primer cimbronazo, y hoy siguen corriendo desde atrás en la lucha contra la inflación. Sólo algunos privilegiados del sector formal privado han conseguido dar la pelea. El significativo deterioro del consumo es un indicador indiscutible de la pérdida de poder adquisitivo de los salarios argentino en el último año. Pero claro, la noticia para gobierno es que la inflación bajó.
El monumental ajuste de los gastos del Estado, que a la licuación de los salarios le sumó la eliminación de la obra pública, generó casi inmediatamente un superávit de las cuentas públicas, que le gestión libertaria lleva como uno de sus principales estandartes. La contracara de la contracción fiscal, es la fuerte caída de la actividad económica, por lo que la Argentina cerró el 2024 con un retroceso de casi el 2% del PBI. Aún así, y a pesar de la virulencia de los recortes, del superávit fiscal y la inflación en baja, no alcanza. Y no alcanza porque no se generan las condiciones para que alcance. Por eso, y como último recurso, el gobierno busca un acuerdo con el FMI. Una historia más de retorno, pero ahora de retorno eterno. Una gestión en crisis, busca encontrar apoyo en los sectores más concentrados del capital, consiguiendo divisas para garantizar la dolarización de los saldos y posteriormente su externalización. Dicho en criollo: Milei va a traer dólares en concepto de deuda, para vendérselo barato a los especuladores, para que los fuguen. Si no viste varios capítulos de esta serie, o tenés doce años o viviste toda tu vida en Finlandia.
No nos vamos a poner demasiado finos con los números. Hoy una mitad del país apoya a Milei y la otra mitad lo critica. La pregunta a responder es: en algún momento la mitad que acompaña pondrá en cuestión los logros del presidente? No pretendo que discutan su estilo, o sus formas. Lo que pretendo es que discutan la veracidad de los éxitos. A ver, el argumento de que este es el plan de estabilización que más rápido consiguió domar la inflación es empíricamente insostenible. El Plan Cavallo produjo un descenso de la zona del 30% a la zona del 1% en seis meses. Dato mata relato. Por otro lado, ubicar la evolución del índice general de precios en la zona del 2/3% no parece ser ningún logro remarcable, especialmente en el contexto recesivo actual. Por otro lado, sobre el final del kirchnerismo, la inflación estuvo rondando esos números. Y no hablo de los datos del INDEC. La Inflación Congreso, aquella que publicaban con gesto adusto y caras largas Patricia Bullrich y Federico Sturzenegger, fue de 1,48% en febrero y 3,8% en diciembre de 2015. Además, en ese año el PBI creció un 2,7%. Entonces, no sería raro (o tal vez me traicione la esperanza) que alguno de los convencidos pregunte: hicimos todo este esfuerzo para tener la misma inflación que hace 10 años atrás, con menos salarios y con recesión? Como si esto fuera poco, y a pesar de haber hecho todos los deberes (y más), nos quedamos sin dólares y estamos volviendo a pedirle plata al FMI. Que querés que te diga: volvé, Cristina, te perdonamos.