Por Diego Añaños
Por Diego Añaños
No conozco a Santi Maratea, por lo cual sería injusto aventurar un juicio sobre él. Para ser sincero, el pibe no me cae bien, al menos a partir de los videos que postea y las declaraciones que escuché, pero soy una persona muy prejuiciosa, por lo que nadie me toma muy en serio. Resumiendo, no sé lo que Santi es. Una cosa muy distinta es lo que Santi Maratea hace. Aparentemente, y si no estamos muy mal informados, utiliza su posición de influencer para recaudar fondos para fines benéficos (gente enferma, animales maltratados, apoyo a atletas). Eso es básicamente. Además, se beneficia personalmente por dos vías (y esto, nobleza obliga, hay que decirlo, no lo oculta): por el aumento de sus seguidores cada vez que organiza una evento solidario (lo cual hace que las empresas le paguen aún más), y porque luego de cada colecta benéfica hace una colecta absolutamente personal, donde pide que le manden dinero para sus propios gastos (incluidas unas vacaciones en Europa, por ejemplo). Repito, lo que estoy diciendo no es fruto de una investigación periodística, sino que es algo que Santi dice públicamente en las entrevistas. Luego, y esto es potestad del juicio personal, cada uno decidirá si Santi les hace acordar más a Juan Carr o a Lindsay Bluth, el personaje de Portia de Rossi en la serie Arrested development (si no la vieron, deberían).
También podemos pensar para qué sirve lo que hace Santi Maratea. Sirve para que algunas personas, las que Santi elige, las que le rinden, resuelvan un problema (mientras él resuelve los suyos), eso es indudable. Pero sirve también, y como dispositivo comunicacional es implacable, para dejar en ridículo al Estado. Es decir, sirve para que el mensaje de farabutes como Javier Milei o José Luis Espert encuentren terreno fértil para desarrollarse y crecer: “Un pibe hace en un día lo que miles de inútiles no pueden hacer en meses”, sería la fórmula.
Hasta acá lo que Santi Maratea es (como dije, no lo sabemos), lo que Santi Maratea hace, y para lo que Santi Maratea sirve. Lo maravilloso de las redes sociales es que han descubierto algo nuevo, y es lo que Santi Maratea demuestra. Hay dos versiones, una más light y una más violenta. La más light dice que demuestra que sobran ministerios. La más violenta dice que lo que sobra es el Estado. Y claro, si un pibe junta más de cien millones de pesos en un día, da la impresión de que la gestión pública es innecesaria. Nadie parece preguntarse seriamente cuántos días seguidos puede juntar cien millones de pesos ese chico. Digo, de otro modo el Estado, o algo parecido, no funciona. Todos los días, con intervenciones cotidianas, en todos lados. No muchos se ponen a pensar en eso. Algunos dirán que Santi demuestra que el argentino es mucho más solidario de lo que se piensa. Otros dirán que este país está lleno de pavotes, que pueden poner unos pesos en una colecta solidaria, pero que son incapaces de imaginarse dentro de un proyecto político colectivo.
Abro paréntesis. Todos sabemos que estamos en medio de una guerra liderada por los medios masivos de comunicación en la que no hay cuartel. Desde Juana Viale, hasta el más ignoto troll de las redes sociales piden la renuncia del ministro de Ambiente y Desarrollo Sostenible, Juan Cabandié. Les digo la verdad, no sé si es justo el pedido, pero no creo que ellos sepan más ni menos que yo. En todo caso, y para ser un poco más justos, deberíamos remontarnos a las declaraciones de la nieta de la señora en 2017, cuando al Rabino Bergman se le quemaba La Pampa, Río Negro y Buenos Aires. ¿Se acuerdan del rabino? Se acuerdan que dijo que “lo más útil contra los incendios es rezar». Sí, el mismo que dijo que no era competencia primaria de la Nación atacar un incendio. ¿Qué habrán dicho los que hoy lapidan a Cabandié en 2017? Cierro paréntesis.
Durante la gestión de Mauricio Macri se fugaron alrededor de U$S88.000 millones. Santi Maratea juntó alrededor de U$S500.000 en un día. Si Macri, y sus secuaces, hubieran acudido a Santi para manejar la fuga, hubieran necesitado 176.000 días de algo más de $100 millones para reunir esa cifra, es decir, más 482 años. Era evidente que no tenían ese tiempo. Ni siquiera con 100 Santis trabajando los 356 días de los 4 años de gobierno lo hubieran conseguido. Entonces fue necesario el asalto al Estado. Sólo a través del Estado del que reniegan, al que ridiculizan y condenan, es posible vehiculizar la rapiña. El Estado, al igual que la Ciencia, opera como un martillo. Con un martillo yo puedo construir una casa, pero también puedo partir un cráneo. Por eso, y a pesar de los vituperios a los que es sometido, el Estado sigue siendo el objetivo central de las elites económicas. Por eso, no es indiferente quién lo maneja.