Por Diego Añaños - CLG
Por Diego Añaños – CLG
La presentación de Javier Milei ante las Naciones Unidas merece algunas reflexiones. Particularmente porque penduló entre el delirio absoluto y algunos posicionamientos políticos puntuales a los que, les soy sincero, les pondría mi firma. El presidente abrió su discurso con una frase polémica: yo no soy un político, soy un economista que fui electo gracias al fracaso de cien años de políticas colectivistas. Y ahí probablemente esté el núcleo de su mensaje, en lo que Milei percibe como la madre de todos los males, el colectivismo. Digamos, hay dos maneras de concebir la vida en sociedad: o bien consideramos que el individuo está por encima del colectivo, o bien consideramos que lo colectivo debe estar por encima de los individuos. Para el presidente el respeto irrestricto de la libertad individual, requiere que los proyectos personales no se encuentren limitados por consideraciones colectivas. Nada puede estar por encima de las libertades individuales, incluso si en el camino hay que sacrificar a la comunidad.
En ese sentido, criticó lo que él entiende como tendencias colectivistas en la historia argentina, y afirmó que viene a liderar la transformación. Es evidente que Milei está convencido de que la mayoría absolutamente circunstancial que se constituyó en ballotage para garantizar su victoria, significa un cambio definitivo en la cultura política vernácula. Creo que se equivoca, y el lento pero sistemático deterioro que viene sufriendo tanto la imagen presidencial, como la evaluación de la gestión de La Libertad Avanza, son muestras claras de que el crédito social tiene la mecha larga, pero no eterna. Paralelamente, Milei apuntó al corazón de las Naciones Unidas, sosteniendo que han abandonado sus principios fundacionales, en pos de construir una agenda donde el colectivismo global sea el centro. Lo extraño de todo este asunto es que, mientras el presidente pretende ubicar a la Argentina en el mapa político global del lado de los defensores de la Libertad y la Democracia (fundamentalmente EEUU e Israel), obliga a que nuestro país vote en contra de la Agenda 2030 de la Naciones Unidas, y contra los principios del Pacto del Futuro, quedando así alineado con países como Rusia, Venezuela, Nicaragua y Corea del Norte.
Sin embargo, hubo momentos donde sus críticas se apartaron de la senda del delirio, y fueron a la médula. En el caso particular de la Argentina, cuando destacó el escaso poder efectivo que han demostrado las Naciones Unidas a la hora de tutelar la integridad de la soberanía territorial de sus miembros, haciendo hincapié en la vergonzosa ocupación colonial de nuestras Islas Malvinas. Pero tampoco ahorró críticas para el diseño de la arquitectura financiera global, ya que, según sus propias palabras los organismos de crédito internacionales les exige “a los países más relegados que comprometan recursos que no tienen en programas que no necesitan, convirtiéndolos en deudores perpetuos para promover las agendas de las elites globales”. Incluso, en un párrafo del discurso, que remite inmediatamente a varios pasajes de los libros de Ha-Joon Chang, un reconocido economista de origen surcoreano que trabaja en la Universidad de Oxford, hizo mención al hábito de los países desarrollados de imponer a los países más pobres las políticas contrarias a las que los llevaron a enriquecerse. Un Milei verdaderamente irreconocible, casi un zurdito revolucionario.
En todo caso, y más allá del contenido, podemos decir que el presidente lo hizo otra vez. Así como en Davos, donde se paró ante los inventores del asunto y les explicó cómo se hace un capitalismo en serio. Milei no tiene filtros, y hace unos días, ante la realeza de las relaciones internacionales, planteó una advertencia: “estamos ante un fin de ciclo, el colectivismo y el postureo moral de la agenda woke se han chocado con la realidad”. El León no duda. Tiene la receta para sacar al mundo de una crisis que solo él puede ver y diagnosticar. Considera que es fundamental que las Naciones Unidas vuelvan a sus bases, ya que la mutación colectivista la ha transformado, según sus propias palabras, “en un Leviathán de múltiples brazos, que pretende decidir, no sólo que debe hacer cada estado o nación, sino también cómo deben vivir todos los ciudadanos del mundo”. Eso transformó a la institución, según su diagnóstico, de una organización que busca garantizar la paz, a una organización que pretende imponer una agenda ideológica a sus miembros, conducida por un grupo de burócratas internacionales que intentan constituirse en un gobierno supranacional.
Lo verdaderamente preocupante de todo esto, es que Milei no termina de comprender que esa misma comunidad internacional de burócratas a los que castigó desde los estrados de las Naciones Unidas, es la única esperanza que le queda si pretende seguir adelante con su programa de gobierno. El levantamiento del cepo, una de las promesas de campaña, es absolutamente impensable en estas condiciones, por lo que más de uno seguirá esperando. Es más, ya no quedan dudas entre los analistas que, si el gobierno no consigue con urgencia financiamiento externo por un monto considerable, el cierre de año será muy complicado.