Por Diego Añaños - CLG
Por Diego Añaños – CLG
Finalmente, y luego de una maratónica sesión, el martes por la tarde la Cámara de Diputados de la Nación dio media sanción al proyecto de Ley Bases enviado por el Poder Ejecutivo. A diferencia de lo ocurrido durante el mes de enero, luego de la aprobación en general de la ley, el oficialismo consiguió los votos y/o las abstenciones necesarias como superar la discusión en particular de la norma. Eso sí, con un condimento particular: a instancias de la presidencia del cuerpo, ejercida por el diputado Martín Menem, el gobierno consiguió que el debate se diera a capítulo cerrado, y no artículo por artículo como se había dado en la primera, y fallida, visita del proyecto a la Cámara Baja. Evidentemente, el trabajo llevado adelante por el ministro del Interior, Guillermo Francos, y el Jefe de Gabinete, Nicolás Posse, durante los últimos meses, rindió sus frutos. De esta forma, el oficialismo se anota la primera victoria relevante en un contexto de vacas flacas en términos de éxitos legislativos. Al mismo tiempo, no podemos dejar de mencionar que a Javier Milei no le sobró nada, incluso considerando que el proyecto que obtuvo la media sanción representa solo los despojos de lo que quiso ser alguna vez una reforma revolucionaria.
A ver, seamos claros, no es un buen momento para festejar. Si la ley consigue avanzar en la Cámara Alta, significará una clara derrota para los movimientos nacionales y populares. A su vez, no quedan dudas de que los impactos de las reformas se harán sentir fuerte en la vida de los trabajadores y trabajadoras. Sin embargo, no deberíamos perder de vista que, si comparamos el texto que acaba de recibir la media sanción con el originalmente enviado a comienzos de año, la situación ha mejorado, incluso me atrevería a decir que ha mejorado sensiblemente. En primer lugar porque, en un contexto signado por la derechización del debate político, se ha conseguido atenuar notoriamente la profundidad de los cambios propuestos. En realidad, debería decir que más que mejorar se ha hecho un control de daños. En segundo lugar, porque Javier Milei, que en un primer momento parecía comerse los chicos crudos, ha chocado contra los diques propios de cualquier sistema político: los mismos que también impidieron que personajes como Trump o Bolsonaro hicieran cualquier cosa. Digo, como para no perder de vista en qué escenario nos estamos moviendo. Concretamente: aquellos legisladores que estaban en condiciones de cerrarle la canilla al gobierno no estaban dispuestos a colgarse el cartel de desestabilizadores. De modo que buscaron la manera de garantizar que el presidente tuviera una ley, alguna ley. Bajo ningún punto de vista era la ley que Milei esperaba, eso está claro.
Lo cierto es que el proyecto será prontamente girado a la Cámara de Senadores, donde el escenario se presenta mucho más hostil para el oficialismo, ya que la oposición peronista cuenta con 33 de los 37 votos que se necesitan para asegurar la mayoría. Allí el oficialismo sólo cuenta con los 7 votos puros de LLA y con los 6 que le garantiza el bloque de PRO, conducido por el mayor standapero de la política vernácula, el cordobés Luis Juez. Es decir, que de arranque sólo tiene garantizado el 35% de los votos necesarios para aprobar el proyecto, contra un casi 60% que tenía asegurado en la Cámara de Diputados. La política es la madre de todas las plasticidades, por lo que es de esperar que algunos votos cambien, pero las matemáticas son irrefutables, la distancia es prácticamente insalvable. Por lo cual, el gobierno deberá capitular y ver si, entrando en la lógica del toma y daca, consigue torcer algunas voluntades senatoriales. Como decíamos a fin de febrero: “La opción es clara: la negociación o el abismo”. Es así que, en menos de tres meses veremos las dos versiones de la historia que nos mostraba Carlos Marx, sentado sobre sus forúnculos en la Round Reading Room del Museo Británico: la tragedia y la farsa. De la máxima alemista “que se rompa pero que no se doble”, al más ramplón y mugriento “dale lo que te pida, pero que nos vote la ley”.
En resumen, aún falta un largo camino por recorrer. En el mejor de los casos, el Senado aprobará el proyecto, y en un par de semanas, el gobierno tendrá una foto del Pacto de Mayo con algunos gobernadores (en ningún escenario estarán todos). De otro modo, el Senado devolverá el proyecto a Diputados con reformas para su revisión. Si la Cámara Baja aprueba las reformas, el proyecto queda sancionado, y otra vez, la foto. Ahora, si el Senado rechaza el proyecto que salió de Diputados, el mismo no podrá tratarse en las sesiones de este año, y la posibilidad del Pacto de Mayo se aleja.
Para cerrar. Incluso imaginando el mejor de los escenarios posibles, osea, con aprobación del Senado y Pacto de Mayo, hay dos variables de extrema relevancia que no paran de caer. La primera es la actividad económica, la segunda es la aprobación presidencial. El único activo que aún conserva el gobierno es el hecho de que mientras que la recesión baja con el ascensor, la imagen del presidente baja por la escalera. Hasta ahora ha sido suficiente para sostenerlo. Hasta ahora, claro.