Por José Odisio
Por José Odisio
Gabriel Heinze es un ídolo leproso. Campeón en 2013, tras regresar de Europa para evitar que Newell’s descendiera. Esa situación le permite tener algo de inmunidad con el hincha, aunque el cheque en blanco tiene fecha de caducidad. «No creo que eso me dé derecho a nada», reconoce el Gringo.
Obviamente las dos derrotas al hilo, en especial la de Claypole por Copa Argentina, fueron dos mazazos que movieron la estructura y generaron criticas al entrenador más temprano de lo imaginado. Newell’s no juega bien, aún no parece entender la idea del entrenador, y los resultados, como casi siempre, marcan la temperatura tribunera. Y en el Parque aparecieron algunos enojos que molestan al DT, como lo hizo saber tras la reprobación en San Nicolás.
El hincha está alterado. Su apoyo incondicional lo puso más exigente. Y la llegada de Heinze lo ilusionó demasiado. Se pedía darle la llave del fútbol, hoy se cuestiona que eso haya sucedido. Se critica los refuerzos, se añora futbolistas que hace poco también generaban dudas, como Julián Fernández o Juanchón García. Para algunos, el Gringo pasó de ser un tipo con carácter, elogiado por su personalidad, a un caprichoso con proximidades a la soberbia. ¿Parece mucho no?
La realidad es que Newell’s no arrancó. Sumar puntos no implica jugar bien, perder tampoco es el apocalípsis. Lo que se observa es que la mano de Heinze aún no aparece. El equipo busca su identidad entre tenencia exagerada y verticalidad alocada. Allí es donde no aparece el equilibrio, y se ve cierta confusión en los futbolistas.
«Duden de mí, no de los jugadores», señaló Heinze a modo de escudo protector para el equipo. Y no está mal que lo haga, siempre y cuando puertas adentro corrija las fallas lo antes posible y en cancha presente una versión mejorada. Si no seguirá siendo un duelo dialéctico con la prensa y un tribunal de juzgamiento cada vez más severo en la tribuna, algo que nunca será positivo para Newell’s.