Por Diego Añaños - CLG
Por Diego Añaños – CLG
Decíamos hace un par de semanas que el gobierno nacional se fortalecía en la afirmación que le da razón de ser a su existencia como fenómeno político, ya que era cierto que la casta tiene miedo. No miedo a perder sus privilegios, sino a enfrentar a un presidente que, más allá de lo que está haciendo, aún conserva niveles de apoyo social absolutamente inéditos. Y el miedo no es tanto a ponerse a la sociedad en contra, sino a aparecer como desestabilizadores o directamente golpistas. Nadie debería poner palos en la rueda a un gobierno con apenas cien días de gestión, reza la máxima, que no parece ser un principio demasiado discutible, pero como todas las afirmaciones, tiene sus límites. También se supone que ningún árbitro echa a un jugador a los dos segundos de juego ante la primera falta. Pero si luego del puntapié inicial, un player le propina una patada voladora en el rostro a un rival, es evidente que se va a ir expulsado.
Hoy daría la impresión de que el que comenzó a tener miedo es el gobierno. Al inicio de la gestión intentó ensayar una estrategia política agresiva, arrolladora, que abarcaba todos los frentes, como Jean-Claude Van Damme: “Retroceder nunca, rendirse jamás”. Pero de a poco el impulso se va diluyendo y las energías flaquean. Esto se explica en parte por el desgaste interno que vienen sufriendo las huestes del La Libertad Avanza, desgaste que se materializa en la evidente tensión que se estableció entre el presidente y Victoria Villarruel, pero que se expresa también en las renuncias de los últimos días y en la imposibilidad de cubrir los nombramientos al interior de la maquinaria estatal. Se explica, además, por las sucesivas derrotas legislativas en ambas Cámaras (pensemos que las únicas votaciones que el oficialismo ganó fueron las de designación de autoridades en ambas cámaras y la votación en general del DNU en la Cámara de Diputados). Pero también se explica porque el relato libertario comienza a mostrar sus limitaciones. A ver, el gran éxito de Javier Milei fue convencer a la sociedad argentina de que derrotando a la casta se resolverían todos los problemas del país. Sin embargo, no sólo terminó siendo un gobierno de pura casta, sino que las dificultades que implica gobernar por Twitter, comienzan a evidenciarse.
Para muestra basta un botón. Luego de montar un festejo para celebrar el dato de inflación de febrero, el ministro Caputo entró en pánico. Llamó a las empresas fijadoras de precios y les reclamó que modificaran su estrategia de promociones, de modo que el INDEC pudiera captar lo que él percibía como una caída de los precios. Se volvió de la reunión con la cola entre las piernas, y ningún resultado para mostrar. Ahora, no sólo los números de marzo iban a estar por encima del mes anterior, sino que el arrastre sobre abril, más los aumentos previstos que se venían en transporte y en las tarifas de gas, arrojarían un número intolerable para el gobierno. Esto es así, porque desde la comunicación oficial se viene sosteniendo que, a pesar de tratarse de número altos, desde diciembre en adelante se viene registrando un enlentecimiento en el ritmo de crecimiento del índice general de precios. Y claro, un nuevo repunte inflacionario en marzo y abril pondría en cuestión la épica libertaria. En síntesis, se barrió la mugre bajo la alfombra y los aumentos programados para abril se prorrogaron, sin fecha cierta, en un intento desesperado de sostener el relato. El miedo no es sonso, dicen.
Y cuando el temor aparece las respuestas no son siempre las mismas. Al igual que lo que observamos en la naturaleza, los políticos ensayan diferentes estrategias para enfrentar el miedo. Algunos animales, ante la inminencia del peligro, huyen. Otros, por el contrario, se hinchan, aumentan su tamaño o se muestran agresivos. El día miércoles, Javier Milei, en un intento de demostrar que los tropiezos no lo afectan y que no ha perdido la iniciativa, anunció que enviará los pliegos de dos jueces para ocupar cargos en la Corte Suprema de Justicia. El del juez federal Ariel Lijo, está destinado a cubrir la vacante que se generó luego de la renuncia de Elena Highton de Nolasco en 2021, y el del jurista Manuel García Mansilla apunta a ocupar el lugar que dejará Juan Carlos Maqueda en diciembre cuando cumpla 75 años. La cuestión es que el presidente hizo el anuncio de manera absolutamente inconsulta y a título personal, sin conversar siquiera con su propio Ministro de Justicia y con los demás miembros de la Corte (como se había comprometido a hacer antes de asumir). Está de más decir que tampoco consultó con Victoria Villarruel y con su propio bloque en la Cámara de Senadores (ni hablar, por supuesto de un acercamiento con los bloques aliados). Es decir, se sometió a sí mismo a una estrepitosa derrota, ya que es imposible nombrar a un Supremo sin la aprobación de su pliego por parte del Senado (para lo que necesita, además, una mayoría especial de dos tercios). Todo hace pensar que Milei se cansó de la pasividad de la Corte ante la diputa pública por el DNU, y la impaciencia y el miedo le ganaron de mano. La noticia cayó como una bomba en todos los ámbitos, y no se escuchó a nadie defender la iniciativa del León, que se quedó solo. Las cartas están echadas. El presidente eligió esta vez a Sun Tzu por sobre Maquiavelo. El general chino afirmó en “El arte de la guerra” que no hay mejor defensa que un buen ataque, y por ahí fue el presidente. Sólo le queda confiar en las Fuerzas del Cielo, porque en la Tierra la tiene bastante complicada.