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Opinión

Opinión: «Habemus presupuesto»


Por Diego Añaños – CLG

Javier Milei gobernó sus dos primeros años sin presupuesto. De hecho, y junto a la fiel asistencia de las Fuerzas del Cielo, llevó adelante sus mejores esfuerzos para evitar que el mismo tuviera tratamiento parlamentario. Y no es casualidad. En un contexto inflacionario, la prórroga automática del último presupuesto le otorga a cualquier administración un gigantesco margen de discrecionalidad en el manejo de los recursos públicos. Y si hay algo que el presidente adora es moverse con absoluta impunidad y sin ningún tipo de control. Un presupuesto aprobado por el Congreso impone límites claros a la administración. Por lo cual desde la Rosada se diseñó una estrategia para gobernar sin controles, y funcionó bastante bien, al menos mientras se pudo.

Hasta hace un par de semanas, las presiones del FMI y los mercados financieros globales que le exigían al Gobierno la construcción de acuerdos políticos sostenibles fueron olímpicamente ignoradas. El extraordinario apoyo del gobierno de los EEUU, en la persona de su Secretario del Tesoro, Scott Bessent, generaron la sensación de que La Libertad Avanza no tenía ningún tipo de límite para gestionar. Pero jugada la bala de plata (el swap de U$S20.000 millones y la compra de pesos antes de la elección), y con Trump tomando distancia, el Ejecutivo se quedó sin opciones para hacer frente a un programa que quema dólares como combustible y tuvo que recalcular. El reclamo de los mercados financieros globales y del FMI que exigían una demostración clara de que el triunfo en las elecciones de medio término del 26 de octubre podía traducirse en una supremacía legislativa efectiva, fueron sorpresivamente escuchados. Y el gobierno salió a la caza de un presupuesto. Uno, el que se pudiera aprobar, incluso entregando algunas banderas en el camino.

Y así fue. Ahora podemos decirlo: habemus presupuesto. La tercera fue la vencida, y finalmente la Ley de Leyes fue aprobada en el Senado luego de la media sanción en Diputados. Como es habitual, el gobierno intentó traducir lo hechos como una victoria aplastante de las Fuerzas del Cielo, pero nada más lejos de la realidad. Los libertarios ya nos tienen acostumbrados a hacerse un gol en contra y festejarlo colgados del alambrado como si fuera propio, y esta vez no fue la excepción. Sin embargo, podemos ensayar otra lectura, sin pretensiones de ser dueños de la verdad, claro, pero analizando la situación dentro del contexto en el que se produjeron los acontecimientos. A medida que iba quedando claro que la asistencia de los EEUU había llegado a su límite, y ante la imposibilidad de conseguir financiamiento en el mercado voluntario de capitales, el gobierno decidió arriar sus banderas y someterse a las exigencias del FMI y la comunidad financiera internacional.

La cosa era simple, sin presupuesto no habría aprobación de la revisión de capítulo IV del FMI ni waiver por el no cumplimiento de la meta de acumulación de reservas (una minucia, hoy el BCRA tiene alrededor de U$S11.000 millones menos de lo establecido en el acuerdo). Tampoco habría fondos frescos para hacer frente al vencimiento del 9 de enero del año entrante por U$S 4.200 (a pesar de que el ministro de Economía aseguró a mediados de año que ya tenía la partida separada para hacer frente al compromiso de pago). Fue entonces que Milei y Caputo pusieron marcha atrás y cambiaron sus principios. De inmensos esfuerzos por evitar tenerlo, a aprobar un presupuesto para enviar una señal de consenso político mínimo a los mercados y al Fondo. Entonces, más que un triunfo, podemos leerlo como una capitulación. Es decir, el gobierno se quedó sin opciones, y tuvo que cambiar su estrategia para evitar el rumbo de colisión directa que llevaba la nave. La primera señal de cambio fue la decisión de modificar la política cambiaria y pasar de un régimen de bandas que se abrían al + / – 1% mensual, a un régimen de bandas que siguen la evolución de la inflación. La segunda, fue la de anunciar que, en contra de todo lo que se venía sosteniendo anteriormente, el gobierno iniciaría un proceso de compra de divisas para fortalecer las reservas del Banco Central.

Para ir cerrando. En declaraciones recientes, el presidente volvió a correr la cancha con sus pronósticos. Milei solía afirmar que la política monetaria tiene un rezago de alrededor de 18 meses. Esto significa que, luego de tomada una medida, los efectos sobre la economía real tardan cerca de un año y medio en aparecer. Es más, afirmaba que incluso en las versiones más extremas, el delay se situaba en los 24 meses. Dado que ya llevamos dos años de gestión, y de ajuste de la cantidad de dinero en la economía (recordemos el mantra monetarista que sostiene que la inflación es, en todo tiempo y lugar, un fenómeno monetario), la inflación ya debería ser cosa del pasado. En términos prácticos, eso significa que, a esta altura del partido, ya deberíamos estar viendo los resultados. Sin embargo, parece que vamos a tener que seguir esperando. En dos entrevistas sucesivas (una en el canal de streaming Carajo y otra con Luis Majul) el presidente citó ahora una tesis de doctorado en la que se afirma que el rezago puede ser incluso de 26 meses, por lo cual sostuvo que recién para mediados de año que viene la inflación debería empezar con cero. Es posible que ocurra, no podemos saberlo. Pero debemos recordar que a mediados de 2024 Luis Caputo prometía una inflación del 1% para el mes de septiembre y del 0% para fines de año, o que el gobierno esperaba una inflación del 18% para este año (va a estar por encima del 30%). En este contexto es imposible que no nos asalten dos preguntas. La primera sería ¿otra vez nos están corriendo la cancha? Y la segunda, ¿qué festejan?