Por Diego Añaños - CLG
Por Diego Añaños – CLG
El triunfo de Donald Trump fue mucho más contundente del que preveían las encuestas. El escenario de virtual empate que mostraban todas las modelizaciones, preparaba a periodistas y analistas para una larga espera, no ya de horas, sino de días, para que el resultado del voto popular pudiera conocerse oficialmente. No fue así, y mucho antes de lo que todos esperaban, Donald Trump salió festejar su clara victoria. De hecho, ya sobre el cierre del mismo día martes, la tendencia era evidentemente irreversible. Esta vez no sólo fallaron las principales encuestadoras, sino que el mismo Allan Lichtman, el Nostradamus de las predicciones electorales en los EEUU, erró en su pronóstico luego de 24 años. Lichtman había acertado los resultados de casi todas las contiendas electorales desde el año 1984, ya que sólo había fallado en las elecciones del año 2000, cuando pronosticó una victoria del demócrata Al Gore sobre el finalmente electo George W. Bush. Nueve de diez, nada mal para el bueno de Allan hasta el martes a la tarde. Ahora son nueve de once.
Como sugiere Paula Lugones en su nota en el Clarín del miércoles, el voto supermercado le ganó al voto democracia e instituciones. Kamala Harris, no consiguió remontar el maltrecho barrilete que le legó Joe Biden, y sucumbió ante el poder del influjo que representa Donald Trump y su histriónico manejo de las redes sociales. Una vez más, el candidato republicano supo reinstalar su lema (MAGA, Make América Great Again), para someter al núcleo de poder más conservador de los EEUU, constituido por el complejo industrial militar y el omnipresente poder de las finanzas de Wall Street. Sin demasiadas sofisticaciones, Trump logró instalar en el debate ciudadano la idea de que la economía norteamericana está atravesando una crisis terminal, aún cuando la evidencia empírica muestre algo totalmente distinto. Porque si analizamos los datos, no encontramos con que los números no están mal, ya que Estados Unidos crece al 2,7% (más que otras potencias), la inflación bajó a niveles del 2,1% anual y el desempleo orilla el 4%.
Incluso antes de que se conocieran los resultados oficiales, los analistas locales ya ensayaban posibles consecuencias de las victorias de cada candidato, tratando de establecer cuál sería la nueva dinámica de las relaciones con la mayor potencia económica y militar global. Luego de que se confirmara la victoria de Trump, los análisis se refinaron y se centraron en la nueva realidad. Parece claro que, como lo marca la tradición, las diferencias de política exterior norteamericana entre una administración y otra no suelen ser significativas, aunque una figura disruptiva siempre pueda deparar sorpresas. La pregunta es: un triunfo de Donald Trump favorece a la Argentina??? Como sostiene Julieta Zelicovich, docente de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales: “en la propuesta de Trump hay algo muy concreto: la distancia ideológica implica un castigo, pero la cercanía no premia”. Es una ingenuidad pensar que la afinidades personales o políticas “puede traducirse en oportunidades de comercio e inversión”. En efecto, entre las propuestas de campaña del presidente electo, figura el establecimiento de un arancel comercial horizontal de un 10% a un 20% para todos los países, arancel que podría trepar hasta un 60% en el caso de China. Es importante tener en cuenta que la medida se aplicaría sin criterios de discriminación ideológica, es decir, no importa si se trata de la Argentina de Milei o el Brasil de Lula, por lo que de movida puede conducir un escenario perfectamente posible que implique un aumento de costos para las exportaciones nacionales. En el ecosistema de las Relaciones Internacionales, el único criterio que prevalece es el del interés nacional. Como dice un viejo docente de la carrera: “Las Relaciones Internacionales son a cara de perro”. Las afinidades ideológicas o personales sólo juegan un papel relevante en el ámbito del protocolo y el ceremonial, cuando se trata de intereses, pasan un relegadísimo plano.
A ver, si Milei esperaba que la victoria de Trump significara un impulso económico para la Argentina, se va a llevar una decepción. En el mejor de los casos el republicano apoyará al país en alguna negociación con el FMI. Repito, en el mejor de los casos, porque nada lo garantiza. Ahora, no sólo la Argentina, sino todo el planeta, va a sentir los efectos negativos directos del proteccionismo, el fortalecimiento del dólar y la muy probable elevación de tasas de interés de referencia de la Reserva Federal. Sin embargo, también es previsible que aparezcan efectos indirectos. Por ejemplo, Brasil, que es nuestro principal socio comercial, tiene margen (y la decisión política), de amortiguar el cambio de rumbo de la política monetaria norteamericana apelando a una devaluación protectiva (como lo viene haciendo). Ese es un lujo que la Argentina no puede darse, dado que el principal objetivo de política macroeconómica es el control de la inflación, y una devaluación en este contexto alimentaría el incremento del índice general de precios, por lo que es muy probable que los costos superen largamente a los beneficios de la victoria de un candidato aparentemente amigo.