Análisis
Opinión

Opinión: «El cambiante relato mileísta»


Por Diego Añaños - CLG

Por Diego Añaños – CLG

Desde el inicio de los tiempos, la disputa que definió el destino de la Historia fue la del sentido o, en todo caso, la apropiación del sentido de verdad. Aquel, o aquellos, que fueran capaces de definir la verdad o la falsedad de los hechos, eran capaces de dominar al mundo. Incluso más allá de que los vencedores estuvieran convencidos o no de la veracidad de sus relatos, lo verdaderamente relevante fue la capacidad de instalar esos relatos como veraces. Luego, con el correr de los tiempos, esos relatos mutaron en leyendas, mitos, religiones, metafísicas, ciencia, etc. La remanida frase que sentencia: “Saber es poder”, suena bien, pero no es del todo precisa. En realidad no basta con SABER. Si los demás no confían en el que sabe, no alcanza. Es más, tampoco es necesario saber, basta con convencer a la comunidad que uno sabe. Si hay algo que ha caracterizado a los grandes líderes a través de la Historia, es su capacidad de convencer a sus seguidores del camino a seguir. Desde Moisés, pasando por Alejandro Magno, Gengis Khan, Napoleón, Hitler o Perón. Todos lograron construir un relato que operó como guía para la acción.
Javier Milei posee un relato. Un relato que se deriva de una escuela marginal del pensamiento económico, la Escuela Austríaca. Un relato que ha sido construido sobre un conjunto importante de presupuestos muy alejados de la realidad empírica, pero muy consistentes si se los acepta. Milei es además un hombre flexible, y esa flexibilidad le permitió pasar del catolicismo al judaísmo, y del keynesianismo al liberalismo. Non stop, sin escalas. Pero además no conoce las medias tintas, y así como en algún momento fue un encendido defensor de las ideas de John Maynard Keynes, ahora defiende con la misma enjundia las ideas de Cantillon, Mises o Rothbard. Y como ya sabemos, no hay nada peor que la pasión de un converso.

Sin embargo, el presidente tiene una rara característica, y es la de elegir de manera absolutamente arbitraria cuando el sentido de la realidad cambia. Así, Domingo Cavallo pudo pasar de ser el mejor ministro de Economía de la historia económica argentina, a un impresentable. Del mismo modo que Luis Caputo, que según el mismísimo presidente era un irresponsable, culpable de fumarse U$S15.000 millones de reservas, se transformó en el mejor ministro de Economía de la historia económica argentina. También Mauricio Macri sufrió las violentas transformaciones del estado de percepción de Milei. De acusarlo de ser un delincuente estafador e intentar instaurar un régimen fascista como el de la Década Infame, a invitarlo a comer milanesas a Olivos para cerrar un acuerdo electoral para vencer al kirchnerismo. La lista es larga, y se me hace imposible nombrar uno por uno.

Pero no sólo cambian sus opiniones acerca de las personas. El presidente también pretende decidir cuánto operan o dejan de operar algunas leyes que él mismo supone leyes naturales. Por ejemplo, es bien conocido el dogma liberal que sostiene el mecanismo más virtuoso para la fijación eficiente de los precios es el mercado. Sin embargo, Milei está dispuesto a saltarse la ley de leyes del liberalismo cuando es necesario. Entonces, el tipo de cambio se fija artificialmente. No voy a entrar ahora mismo en la discusión de si el tipo de cambio está atrasado o no, porque considero que esa es una decisión de carácter político, y cada gestión tiene derecho a utilizar el nivel del tipo de cambio como herramienta de política macro. El verdadero problema para un liberal es ignorar a los mercados y establecer el precio desde el Estado. Esto es como si un físico decidiera, por ejemplo, suspender la Ley de la Gravedad porque no le viene bien en determinado momento. Entonces, bien vale la pregunta: es el presidente un pragmático o un caprichoso? Dónde está la verdad de la milanesa?

Milei ha comprendido que, más allá de la evidencia empírica, existe un mundo en el que la apropiación de sentido es fundamental. Mientras otras fuerzas política continúan presas de la discusión racional, el presidente ha conseguido construir un relato verosímil, es decir, creíble. Algunos me dirán que, además de verosímil, es mentiroso, y tienen razón. Es más, ni siquiera es consistente con sus propias afirmaciones. Javier Milei repite siempre como un mantra una definición de Benegas Lynch: “el liberalismo es el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo basado en el principio de no agresión y en defensa del derecho a la vida, libertad y la propiedad”. Si, el presidente que insulta a legisladores, periodistas y artistas, el que se ríe del gobernador de Chubut caracterizándolo como si tuviera síndrome de Down es el que habla del “principio de no agresión”. Es el mismo que habilita que su ministro de Economía diga que el dólar no está atrasado, sino que los precios están adelantados. El que asegura que su gobierno bajó la pobreza y está recuperando los salarios reales de los trabajadores. Hoy Milei está en estado de gracia y puede decir lo que quiera, y luego desdecirse, pero nunca debería olvidar la máxima de la política que algunos adjudican erróneamente a Abraham Lincoln: se puede engañar a todos por un tiempo, se puede engañar a algunos todo el tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo.