Por Candi
Oskar Schindler fue un militante del Partido Nacional Socialista Alemán quien, al conocer que el régimen nazi estaba matando a cientos de miles de judíos, niños, hombres y mujeres de todas las edades, inocentes de toda inocencia, se conmueve, se horroriza y comienza a salvar a cuantos judíos puede, pidiéndolos a los jerarcas nazis como mano de obra para su fábrica ubicada en Polonia. Fábrica que estaba al servicio del régimen y que en determinado momento comienza a producir armamento bélico para Hitler, “pero con bastantes fallas”.
Schindler era un empresario rico, pero humilde de corazón, sensible, de noble corazón, cuya vida tiene un vuelco al enfrentarse con esa realidad, con ese verdadero holocausto. Este hombre justo logra salvar de la muerte a unos 1.000 judíos, un número que parece insignificante si se tiene en cuenta que fueron asesinados no menos de seis millones. Y como toda alma noble que de pronto descubre cuál es el verdadero sentido de la vida, se siente culpable. Culpable porque advierte que hubiera podido salvar a más seres humanos y no lo hizo. No lo hizo no porque no tuviera voluntad, sino porque a veces hasta los mismos justos no alcanzan a advertir algunas circunstancias de la vida. Y eso de ninguna manera es cuestionable. Sin embargo, cuando en determinado momento de la vida se dan cuenta estos santos que hubieran podido más, se lamentan; se lamentan tanto que hasta sufren de forma indecible.
Los que hemos tenido la oportunidad de estar parados en el mismo lugar donde Schindler y “sus queridos judíos”, se despidieron cuando Alemania pierde la guerra, allí en la histórica fábrica hoy museo; quienes hemos tocado, llorando, las maderas de las barracas de Auschwitz, donde las mujeres, alejadas de sus hijos, esperaban la muerte por inhalación de gas, podemos imaginar apenas un poquito tanto sufrimiento, tanta desesperación, tanto tormento. Y podemos también comprender por qué Schindler lloró desconsoladamente cuando se despidió de sus “trabajadores”.
La historia de Schindler, es la historia de muchos hombres anónimos, buenos, justos, sensibles, espiritualmente elevados, que nunca están conformes con sus obras cotidianas. Es la historia de ese hombre simple, bueno, barrendero, que mientras limpia la calle piensa y exclama: «¡¿qué podría hacer yo para ayudar a otro ser humano?!» Se siente poco y supone que hace poco, sin advertir que con su trabajo, con sus benditas manos, ya está participando en la realización de un mundo mejor. Está dando de sí para los otros. Es la historia de esa enfermera, ese médico, ese trabajador, profesional, empresario o líder, que hace su tarea con amor para que una vida mejor sea posible, pero que cree que su acción es insignificante o vale poco.
Hay una historia muy bella que resumo hoy. Es la de ese señor que se había distanciado por años de su hijo por razones que no son del caso señalar aquí. Un buen día, un día de esos en que todo parece determinarse para el destino de los seres humanos, se entera de que su hijo atraviesa un momento crítico. Acude a su casa y sin mediar palabra, después de tantos años, se estrecha con él en un abrazo. Al día siguiente el hombre de la historia increíblemente, inesperadamente, muere. Cuando al fin podía hacer más en su estéril vida, muere. Su espíritu ingresa en ese estado de existencia de sublime paz, en ese plano sin espacio ni tiempo que algunos vulgarmente llaman o conocen como “Cielo”.
El espíritu del hombre pregunta: “¿Por qué estoy aquí? ¿Acaso merezco esto?” Y una luz le responde: “Para el Eterno, un simple abrazo, efecto del amor, lo significa todo”.
Sobre el final, Schindler llora porque pudiendo haber hecho más no alcanzó a hacerlo. Sobre el final de ciertas vidas, amigos, hay tristeza no por la llegada de la muerte, sino porque termina el tiempo y ya no podrán hacer más. Incluso hay quienes se sienten entristecidos porque comprenden que no hicieron nada o hicieron mal. Se entristecen, también, no por la muerte en sí misma, sino porque, comprendiendo lo que en verdad tiene valor como acción, pierden la oportunidad de hacerlo: el bien. Bueno, a esas personas también ese Dios que es amor les dirá: “Para Mí, un genuino arrepentimiento lo significa todo”.
Lo importante, en esta vida es hacer el bien, aunque sea un poco, aunque parezca que nuestra obra es nada. Un principio judío dice que “quien salva a una vida salva a la humanidad”. Es un concepto muy profundo que no se circunscribe solo a la vida biológica. Se salva una vida con una oración, con un deseo de paz, con una palabra, con un abrazo, con un beso, con un… “no creas que estás solo”, con un “te amo”, o con un “perdón”. Cuestiones que parecen significar poco para los hombres, pero que lo significan todo para Dios.