Por Diego Añaños - CLG
Por Diego Añaños – CLG
Cuenta la leyenda griega que Prometeo, desafiando la prohibición de Zeus, decidió robar el fuego y devolvérselo a los hombres. Cegado por la ira, Zeus decidió tomar venganza de Prometeo, y lo condenó al ostracismo en el Cáucaso donde lo encadenó a una roca. Luego, envió a un águila para que le comiera el hígado. Pero Prometeo era inmortal, y su hígado volvía a crecer cada noche, por lo que el águila regresaba todos los días para volver a comérselo.
El mito de Prometeo nos remite inexorablemente a la idea del tiempo circular, una idea que atraviesa las cultura desde hace milenios. Se imputa a Platón el hecho de haber afirmado que si pudiéramos vivir lo suficiente como para comprobarlo, observaríamos con no poca sorpresa que, determinada con precisión una ordenación planetaria dada, luego de una indefinida cantidad de revoluciones (cantidad que será igual a la necesaria para anular el efecto producido por la diversa velocidad que desarrollan los planetas), esta retornaría necesariamente a su posición inicial.
Cicerón calculó la duración de dicha revolución en doce mil novecientos cincuenta y cuatro de nuestros años. Esta sentencia, leída con no poca atención por un exégeta en el Timeo, derivó en la siguiente conclusión de fuerte impronta astrológica: si la forma del movimiento de los astros es la del ciclo, también esa forma tomará la historia del mundo.
Atribuimos a Nietzsche la segunda visión de tiempo circular. Desde esta perspectiva, la finitud de la materia, o mejor dicho, el número finito (aunque inmenso) de permutaciones posibles que soporta la materia, agota en algún punto del devenir la cifra de las combinaciones. Este hecho, que aparentemente podría aceptarse sin prestarle demasiada atención, importa la inevitabilidad del Retorno, del círculo. En algún punto, ya sea porque se agotaron las permutaciones posibles, o sea por arbitrio del azar, la configuración atómica se repetirá irreversiblemente.
La versión borgiana del tiempo circular supone una modificación en la forma del ciclo. Asistíamos anteriormente a la contemplación del tiempo como un círculo cerrado, donde los puntos de partida y de llegada eran los mismos, idénticos. Un mismo acontecimiento eternamente repetido, disparaba eternamente la sucesión cíclica de una historia que finalizaría en el preciso momento en que dicho acontecimiento volviera a aparecer. Más, si fuera posible esquematizar este pensamiento, digo, darle una forma gráfica, con seguridad sería lo más apropiado un espiral de ADN.
En definitiva, la circularidad no desaparece, pero los puntos de partida y de llegada de los ciclos ya no son idénticos, si, tal vez, similares. Es decir, si bien la Historia tiende a repetirse, cambian las circunstancias y los actores.
Nuestro país ingresa al FMI en el año 1956, y en 1958 cerró su primer acuerdo stand by bajo la presidencia de Arturo Frondizi por U$S75 millones. El objetivo del programa era, cómo no, la estabilización cambiaria y la batalla contra la inflación. Durante los últimos 66 años, la Argentina es el país de ingresos medios que más tiempo ha permanecido bajo programas del Fondo. En efecto, durante 44 de los 66 años años que han transcurrido desde aquel primer préstamo, el organismo ha monitoreado la economía nacional. Cíclicamente, y de modo recurrente, gobiernos de diverso signo político, han recurrido a la asistencia de Fondo, siempre con objetivos similares: la estabilización macroeconómica y cambiaria. Parafraseando la letra de la famosa canción de Enrique Pinti: “Pasan los años, pasan los gobiernos, los radicales y los peronistas, pasan veranos, pasan inviernos, queda siempre el Fondo”. De hecho, y a poco que lo pensamos, ningún partido político ha gobernado tanto tiempo en el mismo período, por lo cual bien podrían adjudicarse buena parte de los fracasos económicos al influjo siniestro del FMI.
Este miércoles, el gobierno anunció el arribo a un acuerdo con el organismo. Luego de las negociaciones, que tomaron casi un mes, se estableció que antes de fin de mes llegarán U$S4.700 millones, lo que permitirá asegurar el cumplimiento de las obligaciones financieras con el Fondo hasta el mes de abril, un mes clave para el gobierno porque a partir del segundo trimestre se espera que comiencen a ingresar las divisas de lo que se proyecta como una de las mejores cosechas de la historia (especialmente por la soja y el maíz). Nada de nuevo tiene este acuerdo, es un refrito del que ya conocemos, firmado en 2018 durante el gobierno de Mauricio Macri y reflotado bajo la presidencia de Alberto Fernández. Nada nuevo, tampoco en una relación que circularmente se renueva a la espera de un nuevo Heracles que, así como lo hizo Néstor Kirchner en 2005, libere a la Argentina de las cadenas que someten nuestro destino desde hace casi 70 años.