Por Diego Añaños
Por Diego Añaños
Portugal siempre nos quedó lejos. Lo más cerca era el pollo a la portuguesa. Tal vez algunos disfrutarán del fado (no es mi caso) o del vino verde. Los más futboleros pensarán en Cristiano Ronaldo o Figo, los más viejos recordarán a Eusebio. Un querido amigo y compañero de fútbol, Andrés Díaz (aquel que jugó en Central y en el Benfica con Di María), siempre dice que un jugador que le impresionó mucho fue Rui Costa, un crack que la descosió en el Milan. Sin dudas otros recordarán la Revolución de los Claveles, aquel levantamiento militar que restauró la democracia en Portugal luego de casi 50 años de Estado Novo. Hasta ahí llego.
Luego de la crisis del 2008, Portugal pasó a formar parte de un desafortunado club, que por aquel entonces los medios anglosajones como Financial Times, Newsweek, TheEconomist y The Times, denominaron PIGS. El acrónimo, de fuerte tono peyorativo (como todos sabrán PIG en inglés es cerdo), se utilizó para referirse a Portugal, Irlanda, Grecia y España, los países de la zona euro más afectados por los problemas de déficit y balanza de pagos como consecuencia de la crisis global. Muchos especulan con que el intento de destacar las debilidades de los PIGS estaba relacionado con la necesidad de desviar la atención de la comunidad internacional, ya que tanto Gran Bretaña, como Francia y los mismos EE.UU. estaban pasando por situaciones similares.
Sin embargo, hay algo que le permitió a Portugal destacarse por sobre los demás. Luego de la construcción de una delicada filigrana política, Antonio Costa consiguió el cargo de primer ministro después de constituir una alianza entre la izquierda moderada y la izquierda más dura en 2015. La fórmula portuguesa para salir de la crisis fue muy simple: enfrentarse a los requerimientos de Bruselas de recortes en el gasto y austeridad fiscal. A la vez, privilegió los programas de estímulos al consumo y ayuda a los sectores más vulnerables. Luego de 4 años de ajustes, liderados por la troika europea, Costa eliminó las medidas contractivas. Por ejemplo, devolviendo el 30% del recorte a los salarios de los empleos públicos y las pensiones estatales que el gobierno anterior había impuesto obedeciendo las órdenes de Bruselas. Portugal incluso estuvo a punto de ser multado por la Comunidad Europea por llevar su déficit al 4,4% del PBI, muy por encima del 2,7% acordado. Costa pedía tiempo para crecer, y luego cumplir con las metas. En mayo de 2016 consiguió que se le concediera una prórroga de un año para ajustarse a los estándares europeos. Desde entonces, Portugal ha superado exitosamente sus metas de déficit, ubicándose en los niveles más bajos desde la recuperación de la democracia en 1974.
Por otro lado, no se trata de un caso aislado. Islandia, también decidió desobedecer las máximas impuestas por la ortodoxia económica, a pesar de haber sido uno de los países más afectados por la crisis financiera de 2008. Lamentablemente no tenemos tiempo de desarrollar la historia de la crisis islandesa en esta columna, pero pensemos que pasó de ser uno de los mejores lugares para vivir sobre la Tierra, a acumular una deuda igual a 13 veces su PBI en menos de 10 años. Los que quieran conocer algo más de la experiencia islandesa en la crisis de 2008 pueden ver el documental “Insidejob”, disponible en Netflix y Youtube.
¿Por qué cobra tanta relevancia el caso portugués hoy? Precisamente porque la Argentina está tratando de convencer a sus acreedores del FMI y el Club de París de que la austeridad y el ajuste no son las herramientas apropiadas para salir de una crisis. Es más, son precisamente las herramientas que garantizan la profundización de problemas. Fernández y Guzmán, en su gira por Europa, pidieron lo mismo que pedía Costa en 2015: necesitamos espacio para crecer, más tarde equilibrar las cuentas, para luego estar en condiciones de pagar. Es por eso que el presidente ha hecho tanto hincapié en el modelo portugués, y en su buena sintonía con el primer ministro luso. Porque Portugal es el ejemplo vivo de que la salida es hacia adelante, de que el crecimiento se logra estimulando el gasto y no con ajuste, y de que sólo el crecimiento garantiza la recuperación.
Otro espejo tiene Argentina para mirarse, y para ofrecerle al mundo, y es Grecia. La coalición de izquierda radical, la Syriza, que se presentaba como una alternativa a la derecha griega, eligió el camino de la sumisión. Su líder, el recordado Alexis Tsipras, que aparecía como un Daniel el Rojo del Mayo Francés, terminó capitulando con los poderes de la troika europea y llevó adelante un programa de ajuste feroz. Hoy, si bien Grecia ya ha cerrado los programas de ayuda con la comunidad financiera internacional, los resultados en términos sociales son devastadores. Por eso Fernández, supongo, quiere ser como Portugal, porque no quiere ser como Grecia.