Análisis
Opinión

Opinión: «Acerca de los debates de la hora, o de la trampa de los debates impuestos»


Por Diego Añaños - CLG

Por Diego Añaños – CLG

Estamos un poco entrampados. Se perdió la iniciativa. La primera batalla perdida fue la batalla por la agenda. Como todos sabemos, el manejo de la agenda es tan importante como mover las blancas o tener el saque en el tenis. Nos ganaron de mano, se adueñaron de la discusión y hoy los otros son los que proponen. El debate público ha sido capturado por Javier Milei, tanto en los medios masivos del partido opositor hasta en aquellos que pretenden representar la voz de la progresía. Él es el que decide de qué se discute y de qué no, y todos corren detrás de sus caprichos comunicacionales.

Basta recorrer los medios escritos, lo medios radiales, la televisión, así como las redes sociales, para concluir que todo se trata de responderle al candidato libertario. Ríos de tinta, decenas de millones de tecleos, voces desgastadas y cientos de comunity managers e influencers, todos al servicio de la agenda impuesta desde las huestes de la libertad. En fin, una gigantesca marea de cerebros discutiendo las maravillas y las pesadillas (por qué no) que implican las consignas del pintoresco personaje. En ese sentido no hay que dejar de prestar atención al detalle de la nominación de Carlos Melconián como futuro ministro de Economía de Patricia Bullrich en el poco probable caso de que sea electa presidenta. Se eligió a un mediático, a un personaje florido y entretenido para interpelar a Milei. El pobre de Luciano Laspina, otrora candidato cantado a ocupar el Palacio de Hacienda, y economista en jefe de la Piba, fue corrido a un costado, como dice el dicho, “como chiripá pa mear”. Pero el libertario, que es loco pero no tarado, le hizo un nones Melconián y le espetó: “Sólo discuto con candidatos a la presidencia”. En síntesis, quiere hablar con el dueño del circo, no con el mono (con perdón de los simios). Pero esto fue incluso más allá, cuando hasta el chileno Rodrigo Valdés, director del FMI para el Hemisferio Occidental, se tomó un tiempo para contestarle a Milei y afirmó que la dolarización no sustituye a una política fiscal sostenible. Todo un síntoma, sin dudas.

Entonces por ahí va el debate: ¿es posible dolarizar la economía argentina?, se preguntan. En cuánto tiempo se podría llevar adelante? ¿La dolarización frenará en seco la inercia inflacionaria? ¿Es posible que en el corto plazo el país pase por una recesión? ¿Cómo fue la experiencia de los países que tomaron la decisión de dolarizar su economía? ¿Cuáles serían las consecuencias de la medida? ¿Es necesario eliminar el Banco Central? ¿Es lo mismo tener tu propia autoridad monetaria que someterse a los arbitrios de otra, como la Reserva Federal de los EEUU? ¿Es deseable privatizar las calles para garantizar que le gente sea más cuidadosa? ¿Sería mejor privatizar los ríos, transformar el agua en una mercancía para evitar la contaminación? ¿Es bueno permitir que la gente se arme? ¿Funcionaría mejor la justicia si elimináramos el sistema judicial y lo sustituyéramos por un ejército de mediadores profesionales?

Entonces aparece mi pregunta: ¿seriamente creemos que por acá pasa el debate en la Argentina? Si es así les pido disculpas, pero yo de esta me bajo. Probablemente me digan que estoy en blanco y negro, que atraso cuarenta años, y es posible que tengan razón, pero no creo que estemos discutiendo la agenda relevante. No la agenda del futuro, que seguramente a muchos les parezca más aburrida todavía. No estamos discutiendo siquiera la agenda relevante de la coyuntura. Sigo pensando que tenemos que discutir acerca del endeudamiento, que es la base de todos nuestros problemas. Trabajar para resolver el cáncer de inflación, que se come los salarios de los trabajadores. Atacar la pobreza, que castiga a millones de compatriotas de un modo inmisericorde. Tenemos que pensar en cómo transformar definitivamente la estructura productiva para agregar cada vez más valor a nuestras exportaciones y sustituir nuestras importaciones. Tenemos que pensar muy seriamente en blindar nuestras fuentes de energía, como el petróleo y el gas. Tenemos que definir claramente nuestra soberanía sobre el litio, sobre el agua y sobre nuestras vías navegables. Necesitamos fortalecer nuestro sistema educativo, con recursos y con proyectos. Tenemos que fortalecer y proyectar nuestro sistema científico tecnológico, para producir más satélites, para potenciar nuestra biotecnología y nuestra industria del software. Tenemos que diseñar una nueva estructura impositiva, más simple, por supuesto, pero más progresiva y por lo tanto más justa, también. Necesitamos con urgencia una reforma de la Ley de Entidades Financieras, que sustituya la ominosa herencia de la Dictadura Militar (sin olvidar que hoy los proyectos de reforma duermen una vergonzosa siesta en los cajones del Congreso Nacional). Se impone, finalmente, una profunda reforma del sistema judicial en la Argentina.

Si vamos por ahí, aquí me tienen, dispuesto a dar la discusión. Incluso dipuesto a dar la pelea. Pero a esta altura de la soiree, como decía mi tío Chacho, no me pidan que me someta a discutir estupideces cuando estoy convencido de que la agenda de la hora pasa a años luz de la que nos quieren imponer.