Opinión
Política y Economía

Opina Carlos Duclos

Argentina: ¡Oid el silencio de las cadenas irrompibles!


Por Carlos Duclos

El comportamiento humano es, en ocasiones, incomprensible. Casi podría decirse que responde a parámetros que están fuera de los límites de lo lógico, de aquello que es lo mejor para uno y para todos. Desde un punto de vista psicológico, se trata de una neurosis, o, mejor aún, de una psicosis en donde los guías y la masa, o parte de ella, han perdido el sentido de la realidad ¿No es eso acaso lo que le ocurre a la sociedad argentina de nuestros días?

Buena parte del grupo social, especialmente la dirigencia política, ha perdido la cabal noción de la realidad. Actúan mezquinamente en ciertos casos, como si fueran divinidades eternas, como si la muerte no hubiera de apoderarse de ellos, de sus fugaces posesiones, de sus fortunas, de su poder y de su gloria y triturarlos en la máquina de la nada.

La patología que padecen, les ha hecho olvidar el propósito de todo ser (especialmente el devenido líder) que es contribuir a dejar un mundo mejor al que recibió cuando irrumpió en él. La construcción de un estado de cosas que permita alcanzar la felicidad a todos (entendida la felicidad como la paz interior que permite el desarrollo sin sobresaltos de la persona), es algo extraño al propósito de la dirigencia. Dirigencia que, por otra parte, se las ha apañado para modelar el pensamiento de la masa mediante sutiles y no tan sutiles técnicas de persuasión, de modo que ésta le sirva a sus intereses. Es decir, los valores se han trastrocado y quien debería servir quiere ser servido (él y los grupos a quienes a menudo representa). Brutal.

Lo trágico, es que este comportamiento demoníaco se derrama a veces hacia las clases dirigentes intermedias y hasta parte de la misma base social, quien entra en una cuasi patología con frecuencia no advertida. La frivolidad; el individualismo; la mezquindad de orden no solo material, sino también ideológico;  la escasa importancia que se le presta a la fugacidad de la vida y un vivir como si la eternidad fuera la regla, sin importar valores y compromisos, determinan un efecto devastador que, como ha quedado demostrado históricamente, se paga más tarde o más temprano.  Y lo pagan sin dudas siempre las generaciones futuras. La violencia moral y material reemplazó a la necesaria crítica (hasta permisible en tono de firme protesta) y el resentimiento y división pisotearon la unidad en la diversidad para el crecimiento.

¿Y todo para qué? Para vivir aparentemente bien mientras otros sufren (aparentemente bien, porque lo verdadero no se llena con oro, poder y gloria maquillada) y para descubrir frente a la muerte que todo ha sido para nada de nada.

Todo esto sin considerar el aspecto religioso de la trascendencia, de un permanecer más allá en otro estadio espiritual. Si eso fuera posible, cabría entonces reflexionar sobre la parábola del rico y Lázaro (Se recomienda la lectura de Lucas 16) https://www.biblegateway.com/passage/?search=Lucas+16%3A19-31&version=RVR1960

Allí se advierte, casi al final, que la necedad de algunos es tanta, que ni aún cuando los mismos padres se levantaran de la tumba para advertir que la opresión y la mezquindad suponen el tormento eterno, les importaría.

La historia argentina está plagada de acciones insensatas que son la causa de una postración tan asombrosa como lamentable. Asombrosa por las riquezas naturales de este país que, por tanto, no debería estar en el calamitoso estado en el que se encuentra; lamentable por el uso inapropiado que de ellas han hecho los responsables de dirigir los destinos de la Patria. Todos podrían aquí tener paz interior y paz social, pero algunos no lo permiten y otros no se lo permiten a sí mismos. Increíble.

La situación actual no es nueva, y es un eslabón más de la cadena fatídica que tiene prisionera a tanta gente y que, como siempre, atrapará también a hijos, nietos y futuras generaciones si alguien no se decide a pensar con sentido común y grandeza y actuar en consecuencia. Para desgracia de muchos, muchísimos,  que desean y tienen derecho a otra cosa, en Argentina se oye el silencio de las cadenas irrompibles de la división y el fracaso.