Tenía 76 años y falleció este sábado por la madrugada. Basterra fue secuestrado en agosto de 1979 junto a su compañera y a su hija de dos meses. Dentro del Centro Clandestino, obtuvo fotografías y material que fueron clave para condenar a los genocidas
Víctor Basterra, sobreviviente del centro clandestino de detención ilegal que funcionó en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) durante la última dictadura cívico militar, y testigo clave en los juicios de lesa humanidad, falleció este sábado a los 75 años.
Su testimonio y las fotos que pudo sacar dentro de la ESMA fueron fundamentales para que la justicia pudiera reconstruir el calvario que sufrieron los familiares y víctimas del terrorismo de Estado, según destacaron los organismos.
Sus restos fueron despedidos entre las 11.30 y las 12.30 de hoy en Sepelios Saltalamacchia, ubicado en las calles 2 entre 41 y 42 de la ciudad de La Plata, tras lo cual serán trasladado hasta la localidad de El Pato, donde se realizará una cremación, informaron sus allegados.
«Despedimos con mucha tristeza a Víctor Basterra. Comprometido militante sobreviviente de la ESMA. Su valiente testimonio y material recopilado en su secuestro aportaron pruebas importantísimas a los juicios de lesa humanidad. Un abrazo a sus compañeros, compañeras y familiares», indicó en su cuenta de Twitter el secretario de Derechos Humanos de la Nación, Horacio Pietragalla Corti.
Despedimos con mucha tristeza a Victor Basterra. Comprometido militante sobreviviente de la ESMA. Su valiente testimonio y material recopilado en su secuestro aportaron pruebas importantisimas a los juicios de lesa humanidad. Un abrazo a sus compañeros, compañeras y familiares. pic.twitter.com/QwwXFS8t7u
— Secretaría DDHH (@SDHArgentina) November 7, 2020
«Despedimos con tristeza a Víctor Basterra, la voz de tantos otros y otras que no sobrevivieron», destacaron desde la cuenta de Abuelas de Plaza y agregaron: «Recordamos su declaración en el juicio Plan Sistemático de robo de bebés y en otras causas en las que su memoria resultó fundamental para identificar genocidas impunes».
https://twitter.com/abuelasdifusion/status/1325055366460289025?s=20
Basterra tenía 35 años y militaba en el Peronismo de Base, cuando el 10 de agosto de 1979 cuatro hombres lo secuestraron en momentos en que ingresaba en su casa de la localidad bonaerense de Valentín Alsina junto a su mujer Dora Laura Seoane, y su hija María Eva, de apenas dos meses.
Detenido de forma ilegal en la ESMA trabajó como mano de obra esclava de los represores, que le ordenaban la confección de documentos falsos que usaban los marinos para distintas operaciones.
Ese año visitó el país una delegación de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y Víctor, junto con los prisioneros que encontraban en esa unidad militar de la Armada, fue trasladado a una isla del Tigre llamada «El Silencio», donde debió soportar duras condiciones de detención.
Al año siguiente, los marinos lo ubicaron en Capucha, un altillo ubicado en el Casino de Oficiales de la ESMA que era una suerte de antesala en la que se decidía el destino final de los prisioneros.
«Era el lugar donde ellos determinaban si se vivía o se moría. ‘Te trasladaban’, es decir te podían subir a un vuelo de la muerte, o seguían viviendo», repasó en una entrevista que le concedió a Télam en 2017, poco después de conocerse la sentencia en el juicio de ESMA III, en el cual testificó.
Así es como en 1981, Basterra pasó al «sector cuatro», un área donde trabajó en condiciones de esclavitud para sus captores, elaborando impresiones y tomando fotos para confección de documentos falsos que se usaban en operativos de inteligencia del grupo de tareas 3.3.2 que usaba la ESMA como base.
«En esos años éramos un 20 prisioneros. Quedábamos unos 20 y dos o tres de los que habían sido utilizados para trabajar para el proyecto político del almirante (Emilio Eduardo) Massera. Ahí empecé a tomarles fotos a los represores y empecé a guardar las copias. Juntaba todo ese material con algún propósito que en ese entonces no conocía cuál podía ser», señaló Basterra a esta agencia.
Los marinos y prefectos retratados por este obrero gráfico devenido en fotógrafo se sacaban fotos para un DNI, un registro de manejo, una Cédula de Identidad y una credencial de una fuerza policial.
«Les sacaba cinco fotos, les daba un negativo y con eso no despertaba sospecha. Usaba cuatro para armarles los documentos y me quedaba con una. Y así empecé con el armado de un cuaderno que pensaba utilizar cuando saliera de allí.
En 1982, los marinos le concedieron el beneficio de salir los fines de semana mientras trabajaba a las órdenes del capitán de navío Julio César Binotti, condenado a ocho años de prisión en el juicio ESMA III.
En esos meses, transcurrió la guerra de Malvinas, y mientras seguía con su trabajo, Basterra escuchaba la BBC y se informaba sobre el desarrollo de la contienda bélica que terminaría en derrota para las fuerzas argentinas.
«Recuerdo que poco tiempo después de la guerra, llegó (Alfredo) Astiz. Que tras rendirse en las Georgias estuvo preso en la isla de Ascensión y los ingleses estuvieron cerca de entregarlo a los franceses que lo buscaban por la desaparición de Leonie Duquet y Alice Dumont. Vino donde trabajaba y se hizo hacer documentos a nombre de un tal Abramovich», evocó.
En 1983, en el año en el que retornó la democracia, Víctor recuperó su libertad, se instaló junto con su compañera en una vivienda de José C. Paz, pero era vigilado por el prefecto Jorge Manuel Díaz Smith, que le realizaba visitas esporádicas que se prolongaron hasta agosto del año siguiente, cuando ya gobernaba el presidente Raúl Alfonsín.
«Binotti me advirtió un día que no me hiciera ‘el tonto, porque los gobiernos cambiaban, pero la comunidad de inteligencia continuaba’. Igual me empecé a contactar con los organismos, los familiares, la Conadep y la Justicia para darles la información que tenía sobre le ESMA», repasó.
El testigo recuerda que en 1984 «había mucha desconfianza ante la figura del sobreviviente» porque los familiares creían que podían ser integrantes de los servicios de inteligencia.
«En agosto de 1984 presenté toda la información que tenía a la Justicia y al diario ‘La Voz’, que vendió dos ediciones completas gracias a ese material. Llevé mi familia a Neuquén para que estuvieran lejos de los marinos y empecé a declarar», reseñó.
Basterra prestó testimonio en el juicio a las Juntas y tras las leyes de Obediencia Debida, Punto Final y los indultos siguió con sus denuncias públicas a los represores y declaró en los procesos que se abrieron en el exterior.
«Fui el último en dejar la ESMA como prisionero y por eso pienso seguir declarando en todos los juicios a los que me citen. Siento que tengo esa obligación. Esta es una tarea en la que no hay un techo. Hacer Justicia es la única forma de garantizar que no volvamos a tener otro genocidio en Argentina», enfatizó en aquella entrevista.
Basterra fue reconocido de forma institucional el 16 de octubre último por la Legislatura porteña por iniciativa de la diputada del Frente de Todos Victoria Montenegro. La ceremonia de entrega del diploma de Personalidad Destacada de los Derechos Humanos fue encabezada por Montenegro.