El artista incursionó en diversas disciplinas de las artes plásticas y recibió reconocimiento internacional por su exploración pictórica
El pintor mexicano Arturo Rivera falleció la madrugada del jueves, de acuerdo con el Instituto Nacional de Bellas Artes. “Lamentamos el sensible deceso del reconocido artista Arturo Rivera, quien deja un trascendente legado en la plástica del país. Expuso en el Museo del Palacio de Bellas Artes y ganó el Primer Premio en la II Bienal de Beijing, China”, informó la publicación.
Rivera nació en 1945 en la Ciudad de México. Estudió pintura en la Academia de San Carlos entre 1963 y 1968 y procesos de serigrafía en la Escuela de Arte City Lit en Londres. Pasó ocho años de su vida en Nueva York donde, entre cocinas, trabajos de albañilería y fábricas de pintura, logró sacar adelante su vocación artística. Luego, en 1979, se convirtió en asistente del artista alemán, Max Zimmerman.
El Museo de Arte Moderno lo invitó a volver a México y montó la primera exposición de Rivera en su país natal. A partir de entonces, su obra recibió reconocimiento internacional y ha sido presentada en las instituciones de arte más importantes de Estados Unidos, América Latina y el Caribe, Europa y Asia.
Quien sea que hable sobre el legado de Rivera lo hace con la única cita, probablemente anónima, que puede hacerle justicia a su obra: “hay realidades que no existirían realmente de no ser porque Arturo Rivera las ha pintado”.
Su obra plástica, porque incursionó en la escultura y el grabado, además de la pintura, tiene como mandato central la exploración de la corporalidad humana más primitiva, que no natural. La coexistencia entre pieles y accesorios artificiales es una realidad casi absoluta de su portafolio, como si afirmara que no existe humanidad sin construcción desde lo externo.
Con un amplio repertorio de retratos al desnudo y miradas perdidas, los cuerpos plasmados por Rivera están cerrados sobre sí mismos, pero abiertos a la mirada del observador. Sus sujetos lucen vulnerables, pero desafían a quien los mira a que se acerque y los enfrente, tal vez con la intención de ser espejo a la corporalidad en tercera persona.
La cita sobre realidades imposibles es acertada, aunque redundante. La obra de un o una artista con dedicación y vocación siempre será construida por un elemento extraído de su persona y, por lo tanto, inaudito e irrepetible. En el caso de Rivera, su universo de tonos cobrizos rechaza la vida del color, pero explora la mutabilidad de la forma hasta sus límites, o “La belleza de lo terrible”, el título de uno de sus libros.
En entrevista con el escritor Jaime Moreno Villarreal, Rivera rechazó la casilla de pintor clásico. “Mi pintura, yo la llamaría más bien formal y realista, no clásica. En mi trabajo tengo que tener una forma estricta; si no, exploto, pues el contenido es muy fuerte. El realismo es una valoración de la luz”, respondió.
Sobre su técnica, Rivera dijo “Trabajo con modelo, pero no pinto directo del natural, sino que siempre parto de una sesión de fotos. Tampoco hago estudios previos para verterlos en un cuadro. Dibujo sobre el lienzo copiando directamente de la fotografía o, si es algo muy complicado, cuadriculo. Actualmente ya casi no dibujo así, sino que me voy con las luces y las sombras”.
El panorama artístico mexicano e internacional extrañará al pintor de irrealidades.