Por Diego Añaños
Durante esta semana, se viralizó un video de Javier Milei, registrado en el marco de una visita realizada a México en 2018. El economista, en otra de sus polémicas apariciones públicas, iba a la carga contra los defensores de una distribución más equitativa del ingreso. Durante su exposición, calificó a los que bregan por la redistribución como el “Club de los Penes Cortos” (a lo que agregó: “de mentes cortas y gente fea”), ya que según su visión, “los que reclaman por el pene promedio son los que la tienen chiquita”. En síntesis, el que está por encima del promedio no va a pedir que se iguale la cosa.
Veamos algunas afirmaciones de Milei:
- La justicia social es injusta por dos razones. En primer lugar, porque se hace a través de un robo (los impuestos), que es la caridad a punta de pistola, y entonces no es caridad. En segundo lugar, porque propone la creación de impuestos progresivos, que se incrementan en función de las capacidades de pago. En resumen, cuanto más eficientes son los empresarios sirviendo al consumidor, más tienen que pagar. Por lo que una estructura impositiva progresiva, penaliza al buen empresario.
- Los demandantes deciden qué comprar y qué no comprar, por lo cual son los que tienen el poder de determinar quién posee el capital. En definitiva el capitalista es exitoso porque es un benefactor social.
En primer lugar, si la redistribución es un acto violento (cuestión que habría que debatir), valdría preguntarse por qué algunos creen que es tan necesaria. Milei omite mencionar que en el proceso de distribución original de la propiedad, cristalizado a través del surgimiento del Derecho Positivo, se consolidó un orden injusto preexistente, tal y como lo retrata Rousseau al comienzo de la Segunda Parte del “Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres”. Casualmente, Milei vive en un país donde la distribución original fue extremadamente violenta e inequitativa, e incluyó la exterminación de los pueblos originarios y la entrega de la tierra a un grupo pequeño de familias en forma de latifundio. De hecho el 80% de los ricos de la Argentina lo es por haber heredado la fortuna de su familia. Es más, a nivel global incluso, sólo un tercio de los ricos responde al modelo del self made man.
Si el capitalismo, como propone Milei, premiara efectivamente el esfuerzo y la perseverancia, todos los que se esfuerzan y trabajan tendrían garantizadas condiciones dignas de vidas, pero no es así. Como dijo alguna vez Warren Buffet, uno de los empresarios más poderosos del mundo: “soy rico porque el capitalismo premia de manera desmedida algunas actividades”.
En segundo lugar, el hecho de que los consumidores “decidan” es, cuanto menos, discutible, ya que el nivel de consumo está determinado fundamentalmente por el ingreso, y luego por las preferencias. O sea, mucho más que una decisión, es una condición de posibilidad. Por otro lado, el éxito de los capitalistas depende en parte de sus habilidades y talentos, pero también lo hace en gran medida de las condiciones del entorno en el cual se desarrolla su actividad. Es decir, el más talentoso de los empresarios, perdido en un país cualquiera del África Subsahariana o de Centroamérica, verá severamente reducidas sus posibilidades de éxito por las limitaciones propias del contexto económico en el que se encuentra.
En tercer lugar, Milei debería ser más explícito, y explicar cómo funcionaría un Estado que no recauda impuestos. Un Estado que, por otro lado, él mismo aspira a conducir. Pareciera desconocer que la capacidad extractiva es uno de los atributos de estatidad fundacionales de un Estado Nacional Moderno, ya que sin recursos es imposible la gestión de la cosa pública.
En su visión, aparentemente meritocrática, Milei imagina cada uno tiene lo que se merece. Por lo cual, cualquier intento de ir en contra del ese orden, es perturbar la naturaleza de las cosas. Siguiendo con su metáfora, cada uno debería contentarse con el tamaño que tiene, y no pedir por más. Pero claro, si nos percatamos de que los órdenes sociales no son órdenes naturales, sino órdenes construidos, la conversación cambia su eje. Porque si discutimos el orden existente, ya no discutimos contra la naturaleza, como propone Milei, sino contra una ficción humana. Si decimos que la distribución del ingreso es injusta, estamos diciendo que hay sectores que, por un conjunto de decisiones arbitrarias, se apropian de porciones desproporcionadas del producto social.
Una pregunta sobrevuela la discusión: los defensores de la meritocracia, ¿estarán dispuestos a eliminar el derecho de herencia para garantizar que nadie tenga nada que no haya sido generado por su propio esfuerzo?