La actriz encara un año en el que los proyectos de trabajo desafían a la pandemia y en el que, confiesa, se siente "muy afortunada"
Mercedes Morán, quien desde anoche ofrece el unipersonal de su autoría «Ay, amor divino» en la plataforma Teatrix, encara un año en el que los proyectos de trabajo desafían a la pandemia y en el que, confiesa, se siente «muy afortunada» por poder «seguir eligiendo qué hacer a partir de poner en juego el deseo, el miedo y la imaginación».
«Para que acepte ser parte de un proyecto son muchas cosas las que tienen que confluir; algo que sea importante contar, el resto del elenco, quién dirige y si eso ocurre no importa si es un gran personaje o uno pequeño o si, en el caso de una película, es de la industria o independiente», repasa Morán durante una charla con Télam.
En clave todavía más personal la actriz, de 65 años y de una extensa y laureada trayectoria en cine, teatro y televisión, señala: «Al momento de elegir un nuevo papel me da mucho miedo repetirme y básicamente tiene que pasar algo que me despierte el deseo, el miedo y la imaginación».
El largo camino de Morán en sets y escenarios suma a partir de anoche una faceta inédita con el desembarco de «Ay, amor divino», la pieza que creó y encaró bajo la dirección de Claudio Tolcachir, en la plataforma de teatro por streaming Teatrix.
La obra en la que la artista recorre su vida en clave intimista y personal se estrenó con gran éxito en junio de 2016 en el Teatro Maipo de Buenos Aires, giró por algunas salas del país, llegó a la Sala Verde de los Teatros del Canal en Madrid y ahora se ofrece en una puesta filmada a cinco cámaras por Teatrix.
«La verdad es que me cuesta disfrutar del teatro si no es en una sala, pero al tratarse de una producción tan cuidada siento que no se pierde para nada el ángel de lo teatral», resalta Mercedes.
Con esta llegada a Teatrix, la intérprete suma un nuevo paso a un tránsito plagado de hitos que en TV la tuvo como protagonista de «Gasoleros», «Socias», la versión local de «Amas de casa desesperadas», «El hombre de tu vida» y «Guapas», por citar solamente algunos.
Su andar en cine -que comenzó en 1987 como parte del elenco de «Mirta, de Liniers a Estambul» y ostenta otros 25 títulos con dirección de Lucrecia Martel y Juan José Campanella, entre más-, le regaló su primer papel central recién en 2014 con «Betibú», de Miguel Cohan, y desde entonces su presencia se hizo más notoria en filmes como «El Ángel», su premiado protagónico en «Sueño Florianópolis», «La familia sumergida» y dos rutilantes piezas del cine chileno: «Neruda» y «Araña».
Sobre las tablas Morán debutó en 1983 y entre la veintena de piezas que asumió desde entonces destacan, dando cuenta de pocas de ellas, «Locos de contentos», «Cristales rotos», «Pequeños crímenes conyugales» y «Agosto: Condado de Osage». También en teatro en 2010 dirigió «Amor, dolor y qué me pongo».
—¿Influyó la pandemia en la decisión de ofrecer «Ay, amor divino» en una plataforma de streaming?
—La pandemia nos atraviesa en todo sentido e interviene en todas las decisiones que tomamos. Llevarla a Teatrix no fue literalmente por la pandemia aunque como no estaba en mis planes volver a hacer pronto esta obra y la pandemia nos habituó a vincularnos de otra manera con los espectáculos, terminó teniendo su influencia.
—¿Aún así fue una decisión difícil llegar a Teatrix?
—La verdad que fue toda una decisión que tardé mucho tiempo en tomar porque cuando lo escribí y lo hicimos pensé que «Ay, amor divino» podía hacerla durante mucho tiempo por ser un formato de unipersonal. Pero pasó el tiempo y por ser tan autorreferencial sentí que debía revisar algunas cosas para que tuviera sentido reponerla, y ahí apareció Teatrix como un lugar ideal para encontrase con ella desde las casas y con la intimidad que propone.
—¿Puede pensarse que por su carga personal «Ay, amor divino» es una pieza única en tu trayectoria?
—Sin dudas. Al ser tan intimista con ella estrené un vínculo diferente con el público y significó una propuesta arriesgada porque en este caso no tenía ningún personaje que me protegiera y decidí conectar con la gente desde un lugar más personal.
—¿Eso marcó una diferencia fuerte en relación a tu andar teatral?
—Absolutamente. Cada función era una fiesta por reencontrarme con el público desde otro lugar y poner en práctica que me conociera. Pero aún así logré equiparar esa sensación con la función sanadora de la ficción que hace que tengas que tomar distancia para encararla.
—Como la artista que sos tenés una vida extraordinaria y, sin embargo y a partir de esta pieza, lograste conectar con una audiencia que no tiene esas vivencias…
—Es que no es lo extraordinario de una vida sino la manera de contarlo y de generar empatía y reconocerse en los vínculos. «Ay, amor divino» habla del amor en mi vida desde sus diferentes facetas y de los afectos tan entrañables que me colmaron y allí aparece que lo que te define como persona es cómo te vinculás con los demás.