Info General

Matías, el último nieto restituido: «Creí que saber quién era no iba a cambiar nada y cambió todo»


Desde 2016, Javier Matías Darroux Mijalchuk, hoy de 45 años, es el número 131 recuperado por Abuelas de Plaza de Mayo

Por Romina Calderaro – Télam

«Me gusta Matías», dijo en la sede de Córdoba de Abuelas de Plaza de Mayo cuando le dijeron cuál era el nombre que le habían elegido sus padres biológicos. Después preguntó si se podía prender un cigarrillo. A partir de ese día de 2016, volvía a ser Javier Matías Darroux Mijalchuk. Le acababan de decir que era hijo de desaparecidos. Y él se tomó la noticia con calma porque lo intuía. No tuvo dudas siquiera cuando se hizo el primer análisis en 2006 y le dio negativo.

«La voz del corazón nos grita verdades que los mandatos sociales reprimen», dijo en una entrevista con Télam este hombre de 45 años que siempre supo que era adoptado y se llevaba mal con su familia de crianza al punto de que a los 15 años se fue de su casa en Caballito para rebuscarse de la vida en la calle.

Su abuelo de crianza -el que hizo los trámites de la adopción, el que podría tener las piezas que Matías necesita para completar el rompecabezas que le permitiría saber quiénes eran sus padres más allá de los datos formales-, ya murió. Y las discusiones políticas con él, que siempre se sintió más «de izquierda» en relación con su abuelo al que definió como «muy conservador», siempre terminaban igual. Él le decía «son los genes, querido». Y nada más.

Hay cosas que Matías sabe y muchas otras que ignora. Entre las más importantes, qué fue de su hermano o hermana porque cuando su mamá biológica desapareció estaba embarazada de dos meses.

Tampoco pudo vincular a sus padres con ninguna agrupación política y, como pasa con muchos hijos de desaparecidos, no apareció aún nadie que los haya visto en un centro clandestino de detención.

Lo que sí sabe Matías: es hijo de Elena Mijalchuk y de Juan Manuel Darroux, ambos desaparecidos. Y fue su tío Roberto, hermano de Elena, el que se acercó a Abuelas de Plaza de Mayo para denunciar esas desapariciones y buscar a sus sobrinos. A uno ya lo encontró.

Sabe (nunca le ocultaron que era adoptado) que lo encontraron en la calle cuando tenía cuatro meses y que nació en el Hospital Alemán de la Ciudad de Buenos Aires. El resto es una historia compleja que tiene aún muchos agujeros.

Su padre biológico trabajó en la Prefectura entre diciembre de 1961 y junio de 1966. Entre septiembre de 1969 y mayo de 1975 hizo tareas administrativas en la Universidad de Morón, donde conoció a Elena Mijalchuk, que estudiaba para contadora. Se enamoraron y fruto de ese amor nació Matías.

—¿A qué se dedicaban tus padres al momento de la desaparición?

—Mi viejo tenía formación militar. Había estudiado en Prefectura y en algo andaba porque mi mamá guardaba el fierro de mi papá en la cartera, hay gente que vio granadas en la casa de ellos y mi papá le había dicho a su familia y a la de mi mamá que si desaparecía por un tiempo no lo buscaran. Por eso, cuando desapareció no lo buscaron. Por eso, Roberto recién los denunció como víctimas del terrorismo de Estado recién en el año 1999. Sé también que mi viejo se dedicaba a cometer actos delictivos, podría ser para recaudar plata negra para financiar operaciones, es una hipótesis. La cosa se complicó cuando la policía detuvo a un primo de mi viejo que estaba en su auto. Ese auto tenía papeles de la Armada. Ahí mi viejo decidió que todos los que «trabajaban» con él tenían que pasar a la clandestinidad.

—Eso fue antes de que los chuparan a ambos…

—Claro. mi viejo lo que hizo fue pasar a la clandestinidad, lo intentó, el vínculo de militancia de sus compañeros no lo sabemos, pero hasta el 26 de diciembre de 1977 se comunicó con mi vieja en algunas ocasiones, su idea era que todos se fueran del país hasta que la convocó a mi vieja a una cita en la que nos chuparon a ambos. Fue en Pampa entre Lugones y Avenida Figueroa Alcorta, en Núñez.

Matías vive en Capilla del Monte, Córdoba y trabaja en Pami. Diez años después de acercarse a Abuelas y de que el primer análisis le diera negativo, su vida empezó a cambiar para siempre.

—¿Cómo fue el día en el que te dijeron que eras hijo de desaparecidos?

—Fue un proceso. Una persona en moto llegó a mi casa y aplaudió para que abriera porque yo vivo en Capilla del Monte. Salí y le pregunté qué necesitaba y me dijo que me tenía que comunicar con la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CONADI). Me comuniqué y me dijeron que me acercara a Abuelas Córdoba. En la sala había una psicóloga, una abogada y una representante de Conadi. Me informaron que mi tío Roberto me estaba buscando desde hacía 39 años, que me llamaba Matías y que era hijo de desaparecidos. Esto fue en 2016.

—¿Y cuál fue tu reacción?

—Dije que me gustaba Matías y pregunté si me podía prender un cigarrillo. Me confirmaron algo que yo ya sabía. Cuando me retiré de la sede les avisé a mis afectos más cercanos. Primero llamé a Vani, mi compañera de vida y después a mi primo y a su compañera que más que familia son hermanos de la vida. Después llamé a mi madrina y a mi padrino.

—¿Y cambió tu vida?

—Yo creí que no me iba a cambiar nada saberlo porque ya sabía. Y me cambió todo, soy una persona que tiene una intensidad de búsqueda de respuestas muy grande que siempre se hizo preguntas existenciales y enterarme nada menos de algo tan profundo como el origen fue sanador, me permitió pararme de otra manera frente a mí y frente a los demás. Me empezaron a cerrar un montón de cosas.

—Lo que Lacan llama «el saber de lo no sabido»…

—Hay una gran potencia en una parte de la psiquis que nadie nos enseña a descubrir. Vivimos en una sociedad que nos vincula para la apariencia, para el afuera, y se reprime la voz del corazón que nos está gritando verdades. Nadie nos ayuda, somos nosotros mismos queriendo sanar lo no sanado como habitantes de estas sociedades enfermas. Dí el paso de querer conocer mi identidad más por los demás que por mí, por si alguien me estaba buscando hace décadas. Pero siempre lo intuí, mi abuelo de crianza era de derecha y yo más de izquierda y discutíamos mucho de política. Cuando terminábamos las discusiones me decía «son los genes, querido».

A Matías lo adoptó la familia que lo crió el 28 de diciembre de 1977 y siempre le dijo que era adoptado.

A los cinco años falleció de cáncer su madre adoptiva y al año siguiente su padre de crianza se volvió a casar. «Fui a terapia desde los cinco hasta los 16» contó..

A los seis meses de vida casi se murió de un ataque de asma en Mar del Plata, a los 8 años su padre de crianza y su nueva esposa tuvieron su primer hijo biológico y ahí se complicó la relación con él, no sabían cómo manejarlo al punto de que su padre de crianza le dijo a su abuelo de crianza de entregarlo a un juez de menores y su abuelo le dije que no.

Matías cree que su abuelo de crianza es de los únicos que podían tener datos de sus padres biológicos porque trabajaba en el Congreso, era abogado e hizo el trámite de adopción. «Pero en esa familia había mucho secretismo y yo no coincidía con muchos de sus valores. Sobre todo con la hipocresía. A los 15 años me fui», contó.

—¿A dónde?

—A la calle. Me paraba en una esquina y pedía plata, fui un precursor de los malabaristas y los limpiavidrios. Después, me di cuenta de que la gente se asustaba y era mejor pedir a los autos. Estaba en Caballito en esa época. Trataba de dormir en la casa de alguien, pero cuando no podía me acostumbré a estar despierto de noche hasta que abriera el subte y dormía ahí.

—¿Cómo te sentís en el 45 aniversario de Abuelas dado que sos el último nieto restituido?

—El primer sentimiento es la necesidad de que encontremos al nieto 131. Después de la conferencia de prensa en la que se anunció mi restitución sentí que ya quería estar en la próxima. Yo asumí con mucha responsabilidad mi propia historia, que forma parte de una historia colectiva y decidí aportar mi granito de arena. Estoy muy comprometido con Abuelas.

La organización que preside Estela de Carlotto lo localizó para informarle que era hijo de desaparecidos en 2016 y el legajo de búsqueda de Conadi pasó al área de Apropiación de Menores dependiente de la Procuración General de a cargo del fiscal Pablo Parenti.

Durante un año se profundizó la investigación sin llegar a obtener un resultado concluyente respecto de los datos faltantes.

Luego, el legajo fue elevado al Juzgado Federal 5 para que se continúe con la investigación. Pasaron tres años sin que avanzara.

En una reunión de comisión directiva de Abuelas de Plaza de Mayo, en respuesta a las solicitudes de Matías de poder acudir a la sociedad en su conjunto en busca de posibles tesmimonios o respuestas que ayuden a esclarecer la desaparición de sus padres se tomó institucionalmente la decisión de reconocer a Matías como nieto 130 aunque aún el Estado no diera un dictamen que reconociera, a él y a su familia, como víctimas del terrorismo de Estado.

—¿Qué le dirías a alguien que cree que es hijo o hija de desaparecidos y no se anima a hacerse el análisis?

—Que si no lo quiere hacer por sí mismo lo haga por las personas que pueden estar buscándolo hace décadas. Por sus hijos en caso de tenerlos. Conocer tu identidad biológica es un derecho.