Nunca es tarde para rendir homenaje a un ser querido, ni siquiera cuando hayan pasado 31 años de su desaparición física. Luego de idas y venidas y de una película biográfica fallida, finalmente Alberto Olmedo tendrá un reconocimiento muy especial que viene de la mano de su hijo Mariano, quien se encargó de la dirección del film.
CLG dialogó con el realizador de «Olmedo: el rey de la risa»: un documental íntimo en el que sus hijos recuerdan al hombre detrás del ídolo popular.
— Imagino que debe estar ansioso por el estreno de su película…
— Estoy feliz de poder haber terminado algo que tenía en mente desde hace mucho y poder llegar al fin de todo esto. Es una manera de rendirle un homenaje a mi viejo, que quería hacerlo hace muchos años, y dejarlo descansar en paz desde mi perspectiva.
— ¿Todavía sueña con que la idea original de la película se concrete en algún momento?
— Estoy muy conforme, porque muchas veces el tema de hacer una película, hacer un documental o hacer cine en general, es muy complejo. Uno arranca con un guión que luego se lo pasa al director y después muta. A medida de que el director le pueda cumplir al guionista entre un 60 o 70 por ciento de lo que se escribió, uno se tiene que dar por satisfecho. Yo creo que acá lo logré y tuve que hacer cambios, que significaron muchos meses de montaje, donde le puse toda la dedicación y esmero para que sea mi producto.
— En el documental se pueden ver cosas nunca antes vistas sobre la vida de su padre
— El concepto general fue mostrar su vida y entrevistar a humoristas que lo recuerdan y hasta se imaginan qué sketch les hubiese gustado hacer. La película no está pensada en formato sketch, sino en recordar las raíces de mi viejo.
— Lo que sí destaca en la película son las anécdotas personales más íntimas. Y sobre todo las familiares…
— Totalmente. Mis hermanos me dieron una gran colaboración. Y lo que hago también es hacer un homenaje a los amigos de mi papá de Rosario y a Pancho Guerrero, la persona que lo llevó a trabajar a Buenos Aires; a Humberto Ortíz, que interpretaba a Coquito en el Capitán Piluso, quien era su amigo y compañero de andanzas durante 20 años; y a Hugo Sofovich, que los considero como mi familia. Y a César Bertrand, que también estuvo con mi viejo. Hice esto también para lo que vendrá, con la idea de que la juventud tenga un punto de vista distinto y que vean la vida de un artista que se hizo de abajo.
— Debe tener miles… pero, ¿cuál es el recuerdo más lindo que tiene de su padre?
— Ir a comer los días lunes a un restaurant que se llamaba «Fechoría», donde nos juntábamos mis hermanos y él. Los lunes eran los días que no tenía ningún compromiso y lo podíamos disfrutar a pleno.
— ¿Piensa cómo su padre se hubiera manejado con el humor en estos tiempos?
— Ahora estaría jubilado (risas). Lo que creo es que se hubiera transformado. Le hubiera buscado la vuelta como lo hizo en los ’60, antes de juntarse con Hugo Sofovich. Hoy las películas que hacía son aptas para todo público. En los ’90, el vocabulario que usaba en la televisión fue diez veces más intenso de lo que hacía mi papá. El hacía miradas, no le faltaba el respeto a la gente. Quizás se la agarraba con el enano Polvorita, pero era todo parte del show, porque se querían mucho.
— Se notaba la generosidad de su padre, porque hacía participar hasta a los técnicos del canal…
— Sí… con ese detrás de escena que inauguró mi viejo. Seguramente en estos últimos tiempos hubiese inventado algo. Siempre se le ocurrían cosas y a Hugo también. Era una dupla inseparable. Difícil asociarlos por otro camino.
— ¿Con Gerardo Sofovich también tuvo una buena relación?
— Sí, era amigo de Gerardo. Con él hicieron una gran película que fue «Los caballeros de la cama redonda»; y la verdad es la comedia argentina por excelencia.
— ¿Le hubiese gustado ver a su padre en un papel dramático?
— Lo hizo en «Susana quiere y el Negro también», dirigido por Julio de Grazia, y de ahí iba a hacer un camino. Tenía oferta de otros países y lamentablemente todo quedó en la nada.