Deportes

María Rodríguez: una medalla paralímpica bañada en compromiso


La parálisis cerebral con la que ella convive la llevó al deporte y allí encontró un bienestar para su cuerpo y su ánimo

Por Gonzalo Santamaría

En el año 2015 en Rosario se inauguró el Paseo de los Olímpicos en la Avenida Pellegrini. Más de 135 deportistas locales quedaron emplazados en una de las avenidas más importantes de la ciudad y, entre tanto nombre, aparece el de María Angélica Rodríguez, atleta que disputó Atlanta 1996 y Sidney 2000, obteniendo la medalla de plata en Estados Unidos. En charla con CLG, la ex deportista paralímpica recordó sus años en actividad que estuvieron marcados por el compromiso.

La historia de María comienza en 1983, cuando empezó a entrenar atletismo. La parálisis cerebral con la que ella convive la llevó al deporte y allí encontró un bienestar para su cuerpo y su ánimo. Se dedicó al lanzamiento de disco, también probó con la jabalina y la bala y hasta se animó a correr en 100 metros planos. Finalmente, eligió la primera disciplina porque, como ella contó entre risas, “era la que mejor” le salía.

Justamente en Atlanta fue un quiebre para el deporte paralímpico o adaptado, ya que en 1996 los deportes convencionales sumaron sólo tres medallas (dos de plata y una de bronce), mientras que los deportistas adaptados consiguieron nueve (dos de oro, cinco de plata y dos de bronce). A partir de allí, el Estado comenzó a poner más el foco en estos deportistas.

Además de los dos Juegos Olímpicos, disputó tres mundiales: Inglaterra 1992, Alemania 1994 y México 1995, allí consiguió el récord mundial de lanzamiento de disco.

Ella competía en la categoría F6, la misma que la rosarina Yanina Martínez. En 1990 llegó al estadio municipal en colectivo y nunca lo abandonó. María entrenaba tres horas diarias. Iba, se perfeccionaba y nunca faltaba. Bajo la lluvia, sufriendo el viento o soportando las altas temperaturas. Ella allí estaba.

Es la menor de seis hermanos y hasta el 2000 vivió con sus padres en Barrio Acindar. Desde allí forjó sus logros mundiales y la medalla de plata en Atlanta. Su primer juego olímpico la encontró con miles de atletas de todo el mundo y gracias al disco recorrió el globo con la sencillez que la caracteriza: “Todos los países son iguales, nos atendieron re bien”.

En cada cita mundialista el cambio de banderas y vestimenta oficial era moneda corriente, pero ella tiene bien en claro que “lo más difícil de conseguir fue la medalla”. “Entrenamos dos años seguidos para ponerme en condiciones”, recordó María Angélica, que lanzó el disco a 18.80 metros y se subió al podio.

La presea está en su cuarto, junto a las obtenidas en Alemania y México, donde se coronó campeona mundial, y cada vez que la mira rememora “recuerdos muy lindos”, como las charlas con otros atletas: “Entre los otros deportistas nos hacíamos entender, con señas o lo que fuera, intercambiábamos cultura y diálogos”. De esas aventuras deportivas se trajo un amigo español con el cual se escribió durante varios años.

María y su familia

El 2000 fue otro cambio en su vida. Cuando volvió de Sidney tras disputar su último Juego Olímpico se casó con Guillermo y al año siguiente nació Kevin, su primer hijo. Años más tarde llegó Julieta, que sigue la herencia deportiva de la madre y practica patín carrera, justamente en el Estadio Municipal, lugar que vio crecer a María.

En los 90, la pista de atletismo era de tierra (se ríe). Corríamos y salíamos con toda las zapatillas llenas de tierra”, contó la medallista rosarina con cierta gracia.

Ahora vive en el barrio Las Delicias, en la zona sur de Rosario. Durante varios años trabajó en las cabinas de carga de tarjeta del transporte público de la ciudad y ahora tiene una tarea aún más difícil que conseguir una medalla olímpica o conseguir un récord mundial: “Si bien las dos cosas son difíciles, para mí es más complicado criar un hijo porque necesitan de nosotros para educarlos. Ahora hay muchas cosas raras en la calles. Hay que encaminar a los chicos”.