Jennifer González Covarrubias (NA)
En un barrio de Ciudad de México, rodeado de avenidas hiper transitadas, se mezclan los ruidos de las bocinas de los autos con los potentes rugidos de tres leones africanos, que emergen de la terraza de una casa y que a veces provocan que algún vecino llame despavorido a la policía.
Esta semana volvió a ocurrir. La denuncia de usuarios de las redes sociales movilizó a cuerpos de seguridad y funcionarios ambientales, y su dueño, lejos de esconder la mini sabana africana de cemento que tiene en su techo, mostró sus documentos en regla e incluso dejó que periodistas aventurados comprobaran con sus propias manos que son «inofensivos».
La llamada de auxilio se dio después de que esta misma semana, México quedara espantado porque una leona atacó a un hombre que aparentemente la tenía junto con otro león y un tigre como mascotas en su casa en Ciudad Juárez, Chihuahua, fronterizo con Estados Unidos.
«Yo sí estoy bien consciente de lo que tengo, si no los manejas bien se vuelven bien incómodos, o sea no es un perro que puedas tener en la sala de tu casa», dice el dueño de la manada capitalina, Omar Rodríguez, un empresario de 48 años.
Ante las voces que denuncian el cautiverio de grandes especies, Rodríguez se muestra renuente a dar detalles sobre el camino que recorrieron los animales hasta llegar a su casa de clase media y solo acepta que los compró y que nada más uno de ellos llegó ya sin garras.
Ese es Nojoch, un león blanco, que adquirió de cachorro junto con Gorda, de pelaje café, ambos de año y medio.
Después llegó Numbi, también una leona blanca, ahora de 8 meses, que ya es capaz de poner un poco nervioso a Omar cuando comienza a jugar con la pierna de un periodista.
Los leones blancos son una subespecie muy rara en el mundo animal producto de un gen recesivo inhibidor del color, que está en peligro de extinción.
Nojoch, Gorda y Numbi viven en el techo de una casa de dos pisos, con barrotes altos y reforzados y un cuarto «trampa», donde comen y duermen, y que también serviría para encerrarlos, separarlos o apartarlos en caso de emergencia, pero «nunca, nunca» ha habido ningún problema, asegura Omar.
Un Rottweiler en la manada
«Yo quiero a mis animales», dice Omar a los periodistas mientras Gorda mordisquea una escoba.
Los leones no pelean entre ellos y sorprendentemente tampoco con Nerón, un Rottweiler al que protegieron una vez de los ladridos de amenaza de otro perro, cuenta orgulloso Omar.
Parte de la fórmula para que no sean agresivos, prosigue Omar, es «convivir con ellos todos los días», además de «sobre alimentarlos» con más de 10 kilos de pollo a cada uno.
«No sé si somos parte de su manada o ellos son parte de la nuestra», dice Omar, agregando que «hay seres humanos que son más peligrosos» que sus leones.
Y los vecinos más cercanos a la casa de Omar coinciden.
«A veces escuchamos sus rugidos, pero son mansitos, no están maltratados. Yo creo que el que denunció esta semana se asustó al escuchar los rugidos… seguro acaba de llegar a vivir acá», calcula Luis Ángel Santolla, miembro del comité vecinal del barrio Viaducto Piedad.
Omar asegura que su principal motivación es conservacionista.
«Yo quiero que mis nietos y los tuyos conozcan un león blanco», enfatiza.
Pero está consciente del riesgo que corren él y su familia.
«Mis hijos van entendiendo que es un animal al que hay respetar, al que hay que cuidar, también deben entender que no es un perro, es un animal muy fuerte», concluye.