Por Belén Corvalán
“Nosotros empezamos a golpear puertas para ver cómo podíamos ayudar a los pibes. Para que consigan salir, pero no sólo de las drogas, sino de la vulnerabilidad en la que están. Que se detengan a pensar, que se quieran, que se valoren y que se den oportunidades”, dice a CLG Alicia Romero, titular de la ONG Madres contra el Paco, un movimiento que surgió en 2005 a partir de la organización de mujeres que decidieron unirse para luchar contra el flagelo del consumo de paco en jóvenes.
Según un informe de la Secretaria de Políticas Integrales sobre Drogas de la Nación Argentina (Sedronar), el consumo de estupefacientes en jóvenes de entre 12 y 17 años se triplicó entre el 2010 y el 2017.
Hace 23 años Alicia Romero e Isabel Vázquez fundaron “Club de madres Manos Solidarias”, un comedor comunitario que actualmente cocina 870 raciones de almuerzo por día. “Después tuvimos que sumar la merienda porque la que viene es gente de pobreza estructural muy fuerte”, relata Alicia.
El comedor que está ubicado en Lomas de Zamora, en Villa La Madrid, para ser más precisos. Detrás de La Salada, nació en plena década del ‘90, como emergente de un contexto de crisis económica y social. “Los pibes necesitaban comida para poder sostener una clase”, cuenta la representante de la ONG. Por eso primero funcionó como merendero y después, ante el surgimiento de otras necesidades no sólo alimenticias, también agregaron el apoyo escolar. Sin embargo, a partir de la crisis del 2000 todo empeoró. “Venía todo muy mal y hay gente que se aprovecha de esas situaciones. Se introduce para hacer su negocio”, recuerda Romero.
Ante la falta de oportunidades de todo tipo y de no poder proyectar un futuro cercano ambicioso, por la realidad económica y social que sucumbía al país, el consumo de droga apareció como el antídoto capaz de abstraer a los jóvenes de ese contexto, aunque sea por un momento efímero. Muchos de los chicos del barrio que habían asistido desde chiquitos al merendero empezaron a caer presos, a otros los mataban o se mataban entre sí por ajuste de cuentas, según explican las fundadoras.
“Nosotras les preguntábamos a los demás qué era lo que pasaba, y ahí los pibes nos contaban y explicaban qué era el paco y la pasta base”, comparte Alicia, que desde ese momento se involucró con la problemática y hasta entonces es la imagen del reclamo al Estado por la visibilización y la gestión de políticas públicas para combatir el consumo de drogas.
El paco, como se lo conoce popularmente, es la pasta base de la cocaína. Es decir, los residuos que quedan de la producción de esta. “Con tan solo dos pitadas, se produce en el cuerpo una especie de placer y euforia inmediata”, cuenta Alicia. El discurso científico explica que afecta en forma directa al sistema nervioso central, generando progresivamente el deterioro neurológico, y por consecuencia, también el del sistema cardiovascular.
“Las drogas existieron siempre, nunca dejaron de existir. Pero después del 2000 la situación tomó otra gravedad. Se empezó a hacer el narcomenudeo con toda una cadena de clientes”, enfatiza Alicia respecto a este sistema del negocio de droga que funciona gracias a la connivencia de distintos eslabones que participan en la cadena de venta. “Hay toda una estructura que funciona en conjunto con la policía. Porque si no tenés con quién arreglar, no te lo podés poner al búnker. Todo el mundo lo sabe. La gente del barrio no denuncia por que tiene miedo. Se utiliza el miedo como metodología, saben que los soldaditos que cuidan a los tranzas están armados. Se paga la liberación de zona. La justicia está atrás de un escritorio, no tiene territorio y no camina el barrio”, sintetiza.
“También los gobiernos saben que existe, porque hay una economía negra que se quiere blanquear siempre, pero no se blanquea. Hay toda una estructura que mueve dinero negro”, agrega.
Los episodios violentos en el barrio comenzaron a repetirse cada vez con mayor frecuencia. “Empezamos a golpear puertas, para que alguien nos escuche”, manifiesta. Después de muchas luchas, en el 2006 pudieron alcanzaron el primero de muchos logros: tirar abajo el primer búnker de paco que operaba en Villa La Madrid. Ese fue el comienzo. A costa de mucho esfuerzo, tiempo, pero sobre todo valentía, la ONG Madres contra el Paco armó una red en el Conurbano en conjunto con otras organizaciones sociales para replicarse en otras zonas y contener el cordón urbanizado de la provincia de Buenos Aires. “Ahí hay villas muy pobres, que son inaccesibles para la policía y el Estado, donde pasan un montón de cosas. Funciona el miedo. entonces la gente no se mete”, sostiene Romero.
“El pibe que consume es un pibe que sufre de distintas maneras”.
Las madres unidas no sólo luchan contra un sistema que opera en complicidad de los distintos poderes, sino también asisten a los chicos o familiares que acuden a ellas en busca de ayuda. “Nosotros, como organización, empezamos a ver más macro y vimos que no era sólo ayudar a ese pibe a que se interne porque tiene un problema de consumo, sino ver todo el contexto y tener una mirada integral”, asevera.
Con la premisa de cubrir los vacíos donde el Estado se muestra ausente, la asociación de Madres contra el Paco traza acciones de inclusión. Desde hace cinco años trabajan a través de un dispositivo integral de abordaje territorial (Diat): “Un edificio que le ha cambiado la vida al barrio. Allí hay una radio, salas de música y computación, en donde talleristas y todo un equipo técnico brinda diversas actividades a los chicos. “Hay un montón de cosas para ofrecerles, los invitamos a que participen”, describe Alicia. A su vez, el instituto también recibe y orienta a los familiares que van a buscar ayuda. “Hay que asumir que tenés un problema. Después, asumir que tenés que hacer algo”, destaca.
Expandir y ver en perspectiva. Eso les permitió poder abordar la problemática desde un lugar de contención y brindar no sólo información, sino también la escucha. “Nosotros visualizamos el problema cuando nadie lo quería ver. Esos pibes son nuestros. El pibe que consume es un pibe que sufre de distintas maneras. Son escapes. Todo consumo de cualquier sustancia, sea legal o ilegal, es un escape de la realidad. Eso te lleva a ver que un pibe, cualquier pibe de cualquier clase social, no solamente lo atraviesa esa sustancia, sino que hay otras cosas. Y también tiene que ver el lugar por donde se mueve”, esgrimió.
“El primer contexto es familiar, y hoy, tanto en la clase pobre como en la media, los contextos de violencia familiar son muy recurrentes. En la clase media alt, se tapa, no se habla, y además tienen dinero, tienen obra social, comunidad terapéutica para que haga terapia, que se vaya de viaje o haga un deporte. En otro contexto, los pibes de los barrios tienen conflictos familiares que no los pueden evitar y tienen que convivir con ellos. Entonces, ¿quién los contiene? La esquina. Ese pibe va a parar a la esquina, donde te reciben con los brazos abiertos”, dispara Alicia.
Aunque las escuelas son un núcleo de contención y sostén muy importante, muchas veces no dan abasto ante tanta demanda y tampoco cuentan con las herramientas necesarias para abordar un problema de esta característica. “Hay equipos de gabinetes educativos que se ocupan y preocupan, hay mucha contención educativa, pero nunca alcanza pero está esa estructura para sostener”, desliza.
Sin embargo, es fundamental que haya políticas de Estado articuladas entre los distintos organismos que perduren en el tiempo y que actúen en conjunto con la ONG. El cumplimento de la Ley de Salud Mental es uno de los puntos principales que enfatiza Alicia. “Nadie está exento de tener un consumo problemático. Tenemos que conocerla y respetarla. Muchos consumen porque no están medicados. Tampoco tenemos políticas de inclusión, lo tenemos evaluado pero a la deriva”, remarca.
La recuperación es posible, y si bien hay infinidad de factores, y no sólo se resume a uno para que un chico deje de consumir, Alicia resalta que uno muy importante, sino el más, es la contención que recibe del entorno familiar. “Casi todo depende de la contención de la familia, o no. Hay veces que los pibes necesitan distanciarse porque la familia no le hace bien. El pibe que consume en la mayoría de los casos es un emergente de una familia enferma”, concluye.