El actor rosarino trabaja de domingo a miércoles en Mar del Plata y luego en Buenos Aires. En medio de la temporada, también habló de política
Por Alfredo Ves Losada – Télam
En un esquema veraniego con el que podrían identificarse muchos, el actor rosarino Luis Machín pasa algunos días de la semana en Mar del Plata y otros en la Ciudad de Buenos Aires, pero la particularidad en el caso del actor es que su agenda no se reparte entre trabajo y turismo, sino que en ambos extremos de la ruta 2 lo aguardan un escenario, un diván y el traje con el que cada noche protagoniza «La última sesión de Freud».
En su primer desembarco en la cartelera marplatense en más de 30 años, Machín (55) revalida su gran presente en la escena nacional de domingo a miércoles, en el teatro Bristol, donde interpreta al padre del psiconálisis en un diálogo desafiante y profundo con C.S. Lewis, autor de «Las crónicas de Narnia», pero sobre todo un exateo convertido al catolicismo, representado por Javier Lorenzo.
La clave de la obra, escrita por el estadounidense Mark St. Germain y dirigida por Daniel Veronese, según explicó Luis Machín en diálogo con Télam, está en el encuentro en sí: «Ni Freud se fue de este mundo pensando que se iba a encontrar con sus seres queridos, ni Lewis que todo es células y materia. Yo pienso mucho en si servirá esto para que alguien piense que escuchar un poco al otro tiene algún valor».
«La última sesión…», que recibió cuatro nominaciones para el Premio Estrella de Mar y continúa además sus funciones en la sala porteña Picadero los viernes y sábados, es además para Machín una plataforma que refuerza su deseo de que «la cartelera marplatense vuelva a tener una oferta que no sea solo de comedia»
En un arranque del año atravesado por la incertidumbre que vive el mundo artístico por el proyecto de la ley «´Bases» que amenaza, entre otros, la supervivencia del Instituto Nacional del Teatro, el actor rosarino reconoció que vive tiempos de «pesimismo» y «enojo, con propios y ajenos».
—¿Advertís en este momento de tu carrera que la recomendación pueda ser directamente «andá a ver a Machín?
—Yo lo advierto, y es curioso, porque por un lado, cuando la persona se desvanece y queda por delante lo que compone, me parece sumamente interesante. Siempre me gustó la idea de que cuando me mencionan en la calle, mencionan al personaje. Me doy cuenta de que lo que reconocen es cierta ductilidad. A medida que pasa el tiempo, y como uno persiste en esta actividad, casi no hay forma de escapar a que en algún momento te reconozcan a vos mismo. Yo no voy a decir que no me gusta esto, y que alguien diga «andá a ver a Machín», pero me parece que a lo mejor eso nubla que se vea todo lo otro, el texto, la puesta. Por otro lado, digo «bienvenido sea» si a través de eso, de repente descubre un teatro que se va perdiendo. Es un lindo piropo, y eso debe tener un doble filo: hay que estar atento a que eso no achanche. Lo que sí me gusta es que la gente ya no sabe exactamente qué es lo que va a ver. Hubo una etapa en que yo era el actor dramático, el villano. Y de repente, aparecía una comedia en tele, y yo me mandaba. Entonces había algo disruptivo en lo que se veía. Y ojo, parece que uno todo esto uno lo planificara, y la verdad es que está ligado a que nuestra actividad es muy caótica a inestable.
—¿Qué es lo que entendés que se va perdiendo?
—Este tipo de obras. Nosotros somos unos dinosaurios. Acá están Favio Posca, Fátima Florez, Martín Bossi, la tendencia es hacia la comedia. Y no tengo nada contra eso, de hecho en televisión he hecho mucha comedia, y me gusta. Pero ojalá la cartelera marplatense volviera a tener una oferta que no sea solo de comedia, porque es rico para las personas ver variedad en el arte.
—¿Notás desde el escenario ese silencio casi hipnótico que se produce durante la obra?
—Desde ahí se percibe todo. Y lo que sucede en esta obra es muy estimulante. A mí me genera una mayor atención si estoy conectado con lo que pasa en la platea, no me saca. La cabeza en el momento en que yo estoy actuando está en ocho millones de lugares, pero que tienen que ver con lo que produce la gente que está ahí. Si algo que digo produce risa no es que me monto sobre eso para que estalle, sino a veces para lo contrario. Para mí es lo más fascinante: llevar a la gente para el territorio donde yo entiendo que hay que llevarla. Entonces tengo que conocerlos. Porque es la única noche que los voy a ver, esa función no se repite nunca más.
—¿Hay algo distinto en el público de verano?
—No tengo ninguna cultura marplatense que me permita hacer una evaluación, y la última vez que vine a hacer un temporada fue hace 31 años, con «Malvinas, canto al sentimiento de un pueblo», en la sala Payró. Pero yo no concedo nada por estar en Mar del Plata. No es que la hago más ligera. Hago la obra que sé que tiene que ser, y es una forma de no subestimar al público veraneante, y una apuesta. Porque no sólo que la cartelera marplatense ha perdido un tipo de teatro que no sea pasatista, sino que también la porteña. Yo tuve que hacer bastante fuerza para que la producción traiga la obra acá. Porque quiero que haya cosas que no se pierdan, porque creo en los silencios, en el tiempo, la atención. Evidentemente se está perdiendo la capacidad de reflexión, sino miremos dónde estamos.
—La obra pone a discutir ni más ni menos que a la ciencia y a la religión. ¿Qué supone eso hoy?
—Me parece extraordinario, porque habilita a pensarse en una diferenciación tan grande como esa. Si tenés a alguien que te dice que Dios existe por esto y esto, y otro dice que no y no, ¿dónde convive eso? En el encuentro. Ni Freud se fue de este mundo pensando que se iba a encontrar con sus seres queridos, ni Lewis que todo es células y materia. Yo pienso mucho en si servirá esto para que alguien piense que escuchar un poco al otro con tiempo tiene algún valor. Aunque en el fondo yo creo que es una batalla perdida, hay que seguir dándola. Está perdida porque los intereses del capitalismo nos han arrollado. Han sido los grandes ganadores. Ahora, aunque sea una batalla que sienta que hemos perdido, ¿no la vamos a seguir dando? Para mí, si hay una o dos personas que se quedan pensando en la posibilidad de que haya cierta empatía en el diálogo, lo vale.
—¿Cómo te llevás vos con esos encuentros que pueden darse en el escenario político actual?
—Muchas veces no me dan ganas. A veces rehúyo, porque no son debates. Porque a una gran parte de la sociedad le han quemado la cabeza. Es muy difícil. Yo con algo que diga en esta nota no puedo modificar nada, contra un slogan que dé alguien más relevante, un presidente de la Nación que ponga que los actores han chupado de la teta del Estado durante 20 años. Contra eso no puedo hacer nada, más que «La última sesión de Freud» en este momento. Podrán decir, «bueno, no es poco». Pero frente a lo otro, es un pedacito de papel abollado. Somos Pulgarcito. De todas maneras, el piedrazo Goliat se lo comió. En lo personal, trato de cuidar a la persona que pagó 12.000 pesos para ir a ver una obra de teatro que estoy haciendo.
—¿Qué creés va a pasar por ejemplo con el Instituto Nacional del Teatro?
—Soy pesimista. No sé si va a desaparecer, porque hay que hacer presión para que no suceda, al igual que el Incaa o el Fondo Nacional de las Artes. Creo que no son tan boludos como para que eso desaparezca. Pero van a encontrar la forma de desfinanciarlo, como van a encontrar la forma de privatizar todo, hasta YPF. Ahora, en qué va a derivar es otra cosa. Esto termina mal. Porque no hay sociedad que pueda resistir semejante atropello. Creo que con las facultades delegadas, (Javier Milei) va a hacer todo lo que dijo que no iba a hacer, así de sencillo.
—¿Cómo te parás como ciudadano frente a eso?
—En este momento tengo mucho enojo. Con propios y ajenos. No hago más un videíto para nadie. Porque muchos de esos lugares donde me piden, han votado a este Gobierno. Yo como figura pública dije un montón de cosas para que esto no suceda, y me putean en arameo en las redes y me tengo que comer que un montón de gente ignorante e insensible me insulte, no me dan ganas de ponerme a pensar por qué son así, sino que les tengo bronca. No quiero volver a caer en la trampa de las redes. En este momento estoy enojado y me ha afectado muchísimo. Yo estuve diez días internado después de las elecciones. El domingo fueron las elecciones; el martes me internaron. Se me detonó el cuerpo. Podría haber quedado hemipléjico. ¿Y si me pasaba eso? ¿Mi familia, mis hijos? Entonces voy a elegir donde dar la batalla, voy a perfilar para ir hacia un territorio donde lo considere válido.