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Los pasos que tiene que seguir Trump si desea apretar el «botón nuclear»


El cruce sobre el tamaño de sus «botones nucleares» con que inauguraron el año el líder de Corea del Norte, Kim Jong-un, y el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, alienta la pregunta sobre qué pasos deberían seguir estos gobernantes para iniciar un ataque nuclear, que en el caso del mandatario norteamericano sólo su vicepresidente podría detener.

La respuesta es preocupante en sí misma, pero crece en intensidad si se tiene en cuenta que, a diferencia del régimen de Corea del Norte, Estados Unidos debiera tener más aceitados sus sistemas de control nuclear, con la experiencia acumulada durante décadas de guerra fría con la ex Unión Soviética.

En primer lugar, el famoso «botón nuclear» no existe, sino que es una figura retórica alimentada por sucesivos mandatarios estadounidenses y por la imaginación de los libretistas de cine, pero en rigor tampoco es mucho más complejo que apretar una tecla: si el jefe de la primera potencia del mundo decidiera iniciar un ataque de tamaño alcance, le bastaría con poder hablar, para que el sistema reconozca su voz; con romper una tarjeta y leer un código numérico.

Según una investigación del histórico periodista del New York Times William Saphire, citada en su edición de hoy por el diario español El Mundo, no es necesario ni siquiera pronunciar unas palabras exactas para desatar una guerra nuclear. El presidente de Estados Unidos sólo necesitaría informar de sus intenciones.

La escena puede desarrollarse en la Sala de Crisis, situada en los sótanos de la Casa Blanca, desde un centro de mando militar o desde cualquier lugar del mundo gracias al famoso maletín nuclear con el que su ayudante de campo, un militar con un rango de mayor o superior y un historial inpecable, lo sigue por donde vaya.

Una vez que el presidente de los Estados Unidos comunica su decisión de lanzar el temido ataque, dentro del maletín nuclear, o en cualquier otro centro de mando, se encuentran resumidas las distintas opciones y escenarios de ataque para que él pueda evaluar en cuestión de minutos las posibilidades. Independientemente del objetivo, el ataque nuclear puede tener tres modalidades.

Puede ser total, tomando como objetivo a grandes ciudades, enclaves industriales e instalaciones militares; selectivo, centrándose en objetivos civiles y militares de alto valor estratégico; o limitado, apuntando hacia un número reducido de objetivos con interés militar, presumiblemente arsenales nucleares o balísticos del enemigo.
Cuando el presidente define el objetivo y la modalidad del ataque, debe preparar los códigos nucleares (conocidos como «Gold Codes») para identificarse. Estos se encuentran en una tarjeta opaca con un tamaño similar a cualquier tarjeta de crédito, con una carcasa que debe romper para leer su interior, donde se encuentra un papel con caracteres aleatorios y, solo en una parte, los códigos correctos.

Por seguridad, el presidente debe memorizar en qué parte se encuentran los códigos correctos con los que debe identificarse.

Esas tarjetas son fabricadas cada día por la NSA (Agencia de Seguridad Nacional) y se cambian todos los días, con el objetivo de reducir las posibilidades de hackeo o usurpación de funciones, agrega la información del periodista Saphire.

Este sistema fue instaurado por John F. Kennedy en 1962 y hasta 1977 el código fue 00000000, una de las contraseñas más sencillas, e inseguras del mundo, precisa el informe que reproduce El Mundo.
Pero, además, el rígido protocolo nuclear de los Estados Unidos exige una doble confirmación. El secretario de Defensa tiene que confirmar que la orden de lanzar un ataque nuclear provenga del presidente, pero no puede vetar la decisión del mandatario.

Es más, si el funcionario se negase a confirmar la orden, el presidente tiene atribuciones para removerlo de su cargo y nombrar un nuevo secretario de Defensa que la confirme.

Una vez que se concretó la doble confirmación, el paso que sigue es igual de cinematográfico: los responsables de la decisión tienen que tomar el «teléfono dorado» -que se presume que no se puede hackear-, y comunicarse con el Pentágono y con los cuarteles generales del Centro de Mando estratégico, situados en Nebraska, en el centro geográfico del país.

Si en el momento de dar la orden Estados Unidos se encontrase bajo ataque total, la llamada se realiza a una red descentralizada de bases con capacidad nuclear.

Cuando esos centros han recibido y confirmado la orden, envían un mensaje encriptado por escrito de 150 caracteres a las bases militares con capacidad nuclear encargadas de ejecutar la operación. Y también, pero a nivel puramente informativo, al resto de las bases norteamericanas con un alto valor estratégico.
Una vez que la orden llega a las bases encargadas de llevar adelante el ataque, el comandante debe confirmar los códigos con los de su caja fuerte y, si estos coinciden, seguir adelante.

La forma de lanzar las bombas cambia según qué base haya recibido la orden. Si se trata de una base aérea, se ordena a los bombarderos -normalmente B2 o B52- despegar y ejecutar la operación. En cambio, si la orden debe ejecutarse desde un silo de misiles o desde un submarino nuclear, el comandante (o capitán, si se trata de un submarino) junto a otro (u otros) oficiales de alta graduación, deben apuntar con los misiles hacia el objetivo, introducir sus llaves en el ordenador y girarlas simultáneamente para que la computadora confirme la orden.
La cantidad de llaves que se deben girar simultáneamente depende del tipo de instalación militar de que se trate, aunque lo más habitual es que sea de cuatro en un submarino nuclear y entre dos y cinco en el caso de un silo de misiles.

¿Pero qué pasa si una parte importante del gobierno está en desacuerdo con la orden presidencial y decide hacerla abortar?

Hay una única opción legal para detener a un presidente que ha decido lanzar un ataque nuclear: el vicepresidente, que también tiene un maletín y códigos nucleares, debe declarar al presidente como «no apto» para el ejercicio de sus funciones, y hacerlo con el apoyo de la mayoría de su Gabinete o del Congreso.

Este protocolo dispara nuevas preguntas. Una, la más obvia, es cómo se sabe si el presidente que ordena lanzar un ataque nuclear se encuentra en pleno ejercicio de sus facultades mentales.

En 1973, bajo el gobierno del republicano Richard Nixon, el mayor Harold Hering de la Fuerza Aérea de Estados Unidos planteó esta pregunta ante el gabinete. La respuesta que recibió fue su despido fulminante.