Los números que cotidianamente muestran la cantidad de infectados por coronavirus no alcanzan a reflejar el verdadero impacto de la enfermedad
Por Lorena Bolzon (*)
Los números que cotidianamente muestran la cantidad de infectados por coronavirus no alcanzan a reflejar el verdadero impacto de la enfermedad. En el incierto contexto de esta pandemia, solemos olvidar que cuando se diagnostica un caso de Covid-19, la noticia afecta no solo al paciente, sino también a todo su entorno familiar y social. Así, el número de afectados se multiplica exponencialmente.
Es claro que el paciente y su tratamiento médico son prioritarios, pero no lo es menos la contención afectiva. A su estado de salud y a su aislamiento, se suma el impacto por la desconexión radical con su familia. Esto lo vuelve aún más vulnerable.
Si bien las realidades son diversas, la presencia del virus en el entorno cercano provoca un choque emocional importante en el conjunto familiar. La vida se tensiona y mientras se asimila el impacto por la separación del ser querido, que debe ser aislado u hospitalizado, se incrementan los temores y angustias por su estado de salud. Al mismo tiempo, habrá que atender a las necesidades de los restantes miembros del grupo familiar, que también deberán aislarse estrictamente.
Por ello, es fundamental que tanto la familia como el propio paciente cuenten con una red que pueda asistirlos y acompañarlos ante la incertidumbre de la situación.
Desde la Orientación Familiar recordamos que es necesario mantener la cohesión del sistema familiar, esto es: la unidad de sus integrantes para poder sobrellevar la angustia y adaptarse a las nuevas condiciones del contexto. Deberá lograrse una reorganización global del sistema familiar que incluye prácticas, reglas y costumbres. Debemos fortalecerlos para que, dentro de lo posible, conserven rutinas, pautas de alimentación y especialmente de descanso.
Aún los más pequeños son perceptivos del estado emocional de su entorno. Es preciso mantener un diálogo abierto con niños, niñas y adolescentes acerca de lo que está ocurriendo, teniendo siempre en cuenta su grado de madurez. Brindarles información clara, acotada y pausada,adaptada a su edad, que permita percibir su capacidad de escucha y comprensión. Que sea franca, sin crear ningún tipo de expectativa, fundamentada en los informes y partes médicos. Que conozcan dónde y cómo se encuentra el familiar enfermo y en qué afectará esta situación a su vida cotidiana.
Es sumamente importante que los niños tengan confianza en los adultos que han quedado a su cuidado, para generar un clima de cercanía en el que se sientan seguros de poder transmitir sus dudas o temores, con la plena creencia de que atravesarán esta situación estando ‘juntos’.
La clave es cuidar al enfermo y a su familia. Valorar a las personas, fortalecer sus vínculos familiares, es apostar a su capacidad resiliente como el mayor potencial que tenemos para afrontar las situaciones traumáticas, lograr sobreponernos y hasta, salir fortalecidos.
(*) decana del Instituto de Ciencias para la Familia (ICF) de la Universidad Austral