Por Carlos Duclos Que quede claro, nadie en Francia, excepto una mínima porción de violentos infiltrados en la sociedad europea, terroristas en los hechos o en potencia, va a tomar la decisión del gobierno francés de dar marcha atrás en el aumento de los combustibles como un signo de debilidad. Al contrario, será asumido como un signo de sensatez de un gobernante que sabe escuchar a los que debe escuchar, a esos miles de ciudadanos de la clase media que, incluso votando a Macron, salieron a decir “no” a medidas que afectan la dignidad del hombre. Es cierto que hubo hechos de violencia injustificados, perpetrados seguramente por violentos que tienen propósitos que nada tienen que ver con el justo reclamo. Y es cierto también, por qué no decirlo, que entre los más exaltados hubo ciudadanos comunes (trabajadores y estudiantes) que reaccionaron ante una medida que consideraron violatoria de sus derechos. Medida que, como se dijo aquí en una opinión de los últimos días, fue el detonante del “Francia Arde”, pero no el fondo del asunto. Los franceses, como los ciudadanos de muchos países europeos, tienen miedo de seguir perdiendo un estado de vida que aun cuando ha desmejorado en los últimos tiempos, de ningún modo se parece a esta realidad argentina incalificable, deplorable e indignante. Realidad que lleva muchos años, décadas, con una pobreza estructural que es muy superior al 28 o 30 por ciento como aseguran algunos, y que se llega a esos números por un dibujo de las estadísticas, pero no por una visión justa de la realidad. Señoras, señores: ¿quién puede vivir con una jubilación aumentada a 9.000 pesos por mes? ¿Alcanza incluso un salario de 30.000 pesos para una familia tipo cuando un alquiler es de 12.000 pesos y un crédito para la vivienda inalcanzable? Es una gran hipocresía sostener que pobre en Argentina es aquel que percibe un salario menor a 19.000 pesos. Causa indignación y justo enojo. La inflación este año aquí alcanzará el 50 por ciento y en algunos rubros más aún; las tarifas siguen aumentando y el gobierno de Santa Fe, para no cargar las tintas solo sobre el gobierno federal, se propone en unos días más convocar a una audiencia para aumentar las tarifas. Y siempre los garrotes los recibe el mismo pato de la boda: la clase media. Una clase media que, quién sabe por qué, si por anestesia cultural o resignación psicológica de masa, se mantiene imperturbable, casi desfallecida, ante los azotes que le propina el poder. Una clase media que, en algunos casos, mide todo con sus simpatías políticas, sin advertir que la única simpatía para la vida del hombre es la realidad y la necesidad de combatirla si es adversa. Francia, como tantas veces en su historia, ha salido a las calles. Muchos de los protestantes no pertenecían ni a centrales sindicales ni a partidos políticos. Eran y son ciudadanos independientes que ante la policía cantaron la Marsellesa, que ante la injusticia y lo indebido salieron a protestar. («Marchemos, hijos de la patria, Que ha llegado el día de la gloria El sangriento estandarte de la tiranía Está ya levantado contra nosotros ¿No oís bramar por las campiñas A esos feroces soldados? Pues vienen a degollar A nuestros hijos y a nuestras esposas») Con mucho dolor, debe advertirse que la sociedad argentina, en medio de desempleo, inflación, robos a más no poder, homicidios, tarifazos, pobreza y mentiras históricas, está hoy pendiente de un superclásico por una copa que lleva el nombre de nuestros insignes libertadores, pero que se jugará en la capital del reino, Madrid. Para muestra basta un botón. ¡Cuánta pena!]]>
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