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Los famosos y misteriosos chemtrails, tanto en Argentina como en Europa


Por Carlos Duclos

Voy relajado, mirando el bello paisaje de la campiña francesa. Estoy entre la Bretaña y Normandía y un viejo molino de viento me invita a que saque el celular de mi mochila de viajero y lo retrate con la cámara del móvil. La escena es bella, romántica, deliciosa a la vista, pero algo me sobresalta: en el cielo, dos estelas dejadas por uno o dos aviones, se cruzan y dejan una señal. Conozco esas señalas, las he visto en diversas partes del mundo y, por supuesto, en mi querida y abatida Argentina. Son los misteriosos (o no tanto) “chemtrails”, estelas químicas dejadas por aviones fantasmas cuya existencia algunos neciamente niegan y cuyos propósitos no están claros, pero que muchos vinculan con experimentos con el clima, fumigaciones inconfesables y otras cuestiones que mencionar no quiero (¿sería descabellado pensar en experimentaciones de grandes laboratorios y organismos internacionales?).

Sigo viaje, llego a la región de Normandía haciéndome, como siempre, preguntas de orden existencial y aseverando para mí (iluso tal vez) que este mundo pudo haber sido un paraíso para todos los hombres; pero no, un grupo poderoso, siempre, obnubilado por el oro, lo hizo casi dramático. Cuando miro el cielo de Normandía el espectáculo me sorprende: dos aviones, a una altitud incalculable van dejando estelas en el cielo y, sobre mi cabeza pensante y atribulada, dejan otra cruz en el firmamento.

Recorro con la vista el cielo y observo decenas de “chemtrails” que se van haciendo nube ¿para qué y por qué hacen esto?

La historia, claro, no termina aquí. Cuando regreso a la hermosa e histórica ciudad de Rennes, en Bretaña, una brisa se hace viento, el cielo se encapota y una fina llovizna cae sobre parte del nordeste francés ¿Casualidad o efecto de los chemtrails?

Muchos medios de comunicación, profesionales, políticos, gobernantes, niegan la existencia de estos fenómenos y aquellos que planteamos serias dudas sobre el origen de los mismos y los aviones que los realizan somos tildados de “conspiradores” o “paranoicos”. Sí, la misma paranoia que decía que el glifosato era cancerígeno; esa locura denostada por los amigos de hacer más riquezas a costa de la salud de la población y el bienestar del planeta. El glifosato, ahora se sabe, es cancerígeno, Monsanto ha perdido varios juicios en el mundo.

La misma paranoia que denuncia un hecho científico incontrastable: si siguen los desmontes para beneficiar al oro de la soja, muy pronto la vida será infernal en la tierra.

No es novedad que el poder mundial en las sombras sostiene que hay mucha población en el planeta, que existe un problema demográfico que hay que resolver ¿Será acaso por eso que a muy pocos gobernantes les importa la fabulosa contaminación existente, causante de tantos males?

Niños, jóvenes, y seres humanos que hubieran podido alcanzar vidas maravillosas y realizar muchas cosas plausibles para la humanidad, mueren antes de tiempo víctimas de enfermedades incurables; muchas criaturas nacen con problemas de salud. Pero para muchos esto también es una paranoia.

No hace mucho tiempo, un médico amigo, una eminencia que viaja por el mundo realizando cursos y actualizándose en congresos, me ha dicho: “el estrés y la contaminación causan cáncer, no lo dudo”. Yo tampoco.

Chemtrails, contaminación de todo tipo, desmontes, todo esto está causando un perjuicio, una angustia proverbial en el género humano, pero muchos callan, otros niegan. Como dijo el poeta: «poderoso caballero es don dinero…»