Opinión

 “Los errores de Patricia en la era de la imagen”


Por Diego Añaños - CLG

Falta sólo una semana para las Paso nacionales y la campaña venía muy apagada. Mucho manejo de redes sociales, mucha visita a los medios de comunicación, mucha recorrida territorial, pero poco debate, poco picante. De hecho los cruces más virulentos se venían produciendo dentro de la interna misma de Juntos por el cambio. Todo tiroteo de baja intensidad, es cierto, pero era los únicos momentos en los que la temperatura subía un poco. Lo destacable es que los dardos siempre venían desde un solo borde de la interna cambiemita. Era Patricia Bullrich la que torpedeaba y Horacio Rodríguez Larreta el que callaba. De hecho muchos ya comienzan a sospechar que lo ocurrido en la provincia de Santa Fe podría ser una precuela del gran enfrentamiento nacional. Si fuera así, los intentos de La Piba de subirle el tono a la campaña, tendrían el mismo resultado que tuvo Carolina Losada cuando intentó sacar a Pullaro de su zona de confort (y que fracasaron estrepitosamente, claro). No es posible sostener empíricamente la conjetura de que la candidatura de Bullrich ha entrado en un franco declive. Las encuestas han dejado de ser una fuente de tendencias confiable, por lo que sólo nos podemos guiar por indicios. En ese sentido, los intentos por tratar de tensar el debate demostrarían la necesidad de recuperar posiciones. Pero comienzan a aparecer otras señales. El día miércoles, por ejemplo, María Eugenia Vidal anunció oficialmente su apoyo a Rodríguez Larreta. No basta con decir que siempre fueron aliados y amigos. Si así fuera, la decisión se hubiera conocido mucho antes. Por lo que ahí podríamos tener otro indicio del declinar bullrichista.

Probablemente sea esa misma situación la que haya llevado a Bullrich a cometer un error no forzado. A veces ocurre que los políticos sienten la que les corre la bola, como los tenistas. Se sienten cómodos, confiados, y se les ocurre que es el momento de meter un winner. A Alberto Fernández le pasó en reiteradas ocasiones hasta que algún asesor en comunicación, supongo, le pegó un sosegate y le sugirió dejar de ponerse innecesariamente creativo. La cuestión es que Patricia, en medio de una entrevista para La Nación donde todos eran centros a la cabeza, cuando nadie le había preguntado, fuera de programa y sin necesidad alguna de mencionarlo, aseguró que una de sus primeras acciones de gobierno iba a ser entrar con una cámara de televisión al Banco Central para mostrar las reservas que le deja el gobierno saliente. Mientras que el incalificable de Jonatan Viale se entusiasmaba con la idea como si le hubieran prometido un viaje a Disney, el único economista de la mesa intentó corregir el rumbo tratando de evitar el ridículo y dijo: “Las reservas no están ahí”. Pero claro, Patricia no entendió que le estaban tirando una soga, y con carita de pícara aceleró la moto y tiró: “No están, no están, no hay más”.

A ver, Patricia. Claro que no están. No están ahora, no estaban cuando gobernaba Macri, no estaban cuando gobernaba Néstor y no estaban cuando gobernaba el que vos quieras. Porque las reservas son, en su gran mayoría, un asiento contable. Es decir, un registro electrónico de depósitos en otras entidades bancarias (la Reserva Federal de los EEUU, el Banco Popular de China, el Bank of International Settlements BIS, e incluso el FMI). De hecho en ningún banco están físicamente la totalidad de sus depósitos. Si así fuera el sistema bancario no podría funcionar. Alguien debería decirle a Bullrich que sería un absurdo entrar con una cámara de televisión sólo para filmar una hoja de Excel. Basta con publicarlo en redes sociales. Un papelón, sin dudas, pero que deja al descubierto las estrategias comunicacionales en las que convergen la oposición, el partido mediático y el partido judicial.

En la era visual, “mostrar” es una forma de hacer política. Es el culto de la imagen, incluso de aquello que no exista. Es una foto con un epígrafe. Por más que en la foto sólo se vea una retroexcavadora o un señor contando plata en una oficina. Lo verdaderamente relevante es la descripción de la foto. Es José López llevando bolsos a un convento. ¿Qué hay en los bolsos? ¿Dólares? ¿Armas? ¿Ropa? Un video y un relato, nada más. Sin ir más lejos, los cuadernos de Centeno son una prueba de ello. Un delirio, gente llevando un delicado registro de delitos y dejándolo por escrito. Luego, gente creyendo en la historia que se monta alrededor del objeto cuaderno. Pero claro, el cuaderno se ve, hasta se puede tocar. Así de simple, sin sofisticaciones, el dispositivo funciona: basta con una imagen y una historia.

Seguramente los asesores de Luciano Laspina, una de las espadas económicas de Bullrich, le habrán escondido rápidamente cualquier arma que estuviera cerca, porque las probabilidades que una bala terminara en su entrepierna eran altísimas. Sin embargo, impávido, sin repetir y sin soplar, el economista salió a respaldar los dichos de su candidata (así como lo había dicho cuando Patricia habló de un blindaje). El rosarino apuró el trago, e intentó salir del brete poniendo sobre la mesa los principales ejes de la política económica del equipo de Bullrich: salida del cepo y devaluación, reducción del déficit fiscal, reforma laboral y desregulación financiera. Una suerte de neo-macrismo, pero a los garrotazos y en un Fórmula 1.