Opinión

Los desconocidos que se fueron


Carlos Duclos ¿Quién es Amalia Granata?, preguntó el profesor, y los 37 alumnos del curso respondieron casi al unísono dando una respuesta correctísima, con pelos y señales (especialmente medidas) ¿Quién fue José Ingenieros? Se hizo silencio y apenas dos levantaron la mano para esbozar una tibia, dudosa y además temerosa respuesta. Pero el inicio de esta nota de opinión, es marginal y solo para poner de manifiesto que los conocimientos fundamentales sufren hoy una devaluación tan dramática como la moneda argentina. Es cierto que las personas no tienen por qué saberlo todo, pero tampoco desconocerlo todo, porque quien poco o nada sabe, pocos logros obtiene en la vida. El fin de esta columna, lo aclaro, no es el de puntualizar sobre el grado de ilustración o cultura ciudadana, el fin es otro y comienza con esta pregunta: ¿Quién fue Josefina Stermsek? El lector seguramente no lo sabe, no tiene por qué saberlo. Yo tampoco sabía quién era esta mujer, hasta que caminando por las barracas de Auswitchz vi su fotografía colgada en la pared que parecía decirme «no te olvides de mí». Ella fue deportada por el nazismo a ese campo de exterminio en el mes de agosto del año 1942 y dos meses más tarde, junto con otros cientos, fue torturada, gaseada, muerta e incinerada. Todo en unas pocas horas. De Josefina no ha quedado nada, nada de nada; solo su fotografía colgada en un lugar remoto del mundo, Cuando vi su imagen me atrajo su mirada, en la que resplandece la inocencia, la bondad y la tristeza que, sospecho, se volvió desesperación cuando era empujada a la cámara de gas. Desesperación de ojos anegados y de alma partida en mil pedazos. Cuando observé el rostro de Josefina, como el de otros, me formulé varias preguntas de orden existencial, pero sobre todo aquella mañana aprendí algo: que nos es imposible saberlo todo sobre las personas que habitaron este planeta y fueron humilladas, sometidas, torturadas y asesinadas, pero es un compromiso moral, si se pretende que la vida tenga un sentido, tomar conciencia de que en todas las épocas, ha habido seres sufrientes, despojados de su dignidad, pisoteados, abandonados y sumergidos en el tormento. No es un ejercicio de mera compasión el reflexionar sobre esta circunstancia, sino una acción del pensamiento que nos lleva a considerar la necesidad de dar importancia a la vida, con todo lo que ello implica respecto de derechos y obligaciones. Una acción del pensamiento que nos impele en una segunda e inmediata instancia a la acción concreta. Como la historia de Josefina hay millones en todas partes del mundo y en todas las épocas. Por supuesto en Argentina y desde luego en nuestra propia ciudad. Podríamos citar ejemplos tales como soldados muertos en la defensa de la Patria, o desaparecidos inocentes durante la dictadura militar (con minúscula), o de víctimas de la delincuencia, o de accidentes viales, o laborales. Incluso podríamos hasta mencionar a cientos de miles de seres humanos buenos, inocentes, víctimas de enfermedades que a temprana edad partieron luego de sufrir. Seres anónimos que la gran historia no registra y que solo quedan en los anales de las familias por determinado tiempo y no siempre. Seres a los que, en muchos casos, les debemos algo (por ejemplo la vida, pues sin ellos nosotros no seríamos) o el legado de una acción con la que, al menos, se procuró una sociedad mejor; o un testimonio que invita a luchar por lograr ese tipo de sociedad hoy tan lejano. Los seres humanos no solemos detenernos a reflexionar sobre tales cosas, sobre los “anónimos que se fueron”, pero sería importante que lo hiciéramos y que así como hay monumentos a personajes célebres o soldados desconocidos, hubiera monumentos a esos desconocidos (¡tantos!) que murieron para que otros fueran; que sufrieron para que otros no soportaran tales horrores. No está mal conocer la biografía de Amalia Granata o de Lio Messi (por citar a algunos famosos), pero que saludable para la humanidad es reflexionar sobre esos desconocidos que nos dejaron algo bueno, o su dolor como testimonio, hechos que nos impulsa (o debería impulsarnos) a nosotros mismos a legar pensamientos, palabras y obras para una humanidad mejor.]]>