Por Leo Ricciardino
Este lunes se reanuda la campaña política de cara a los comicios del 27 de octubre y el gobierno nacional oscila entre el acting de “escuchar el mensaje de las urnas” y retomar la línea argumental del ataque directo a la oposición. Algo de eso se vio estos días donde el presidente Mauricio Macri hizo un par de apariciones públicas en las que aseguró que aún “no se votó nada” y a continuación agregó que su principal preocupación es “cuidar los ahorros de la gente”. Lo mismo ensayó el candidato a vicepresidente Miguel Pichetto, que estuvo en Rosario y volvió a cargar las tintas por la crisis al resultado de las Paso.
El gobierno nacional se embala con poco. Unos cuantos días de estabilidad cambiaria le alcanzan para intentar volver a posicionarse en un escenario en el que el adversario le lleva cuatro millones de votos de ventaja. Macri y su gabinete tienen la suerte de que la sociedad argentina decidió hace tiempo tomarse las cosas con calma institucional. Y así como esperó pacientemente hasta los comicios para decirle “No” a Macri y sus políticas, ahora se arma de calma para esperar hasta el 27 de octubre primero y hasta el 10 de diciembre después.
Pero hay un inconveniente, o varios para ser más precisos. Pero uno es urgente y tiene que ver con las necesidades más elementales de los sectores vulnerables: el hambre. La última devaluación golpeó fuerte a los sectores que ya venían con problemas para alimentar a sus familias y resulta cada vez más difícil a los estados provinciales, municipales y ongs contener la creciente demanda de alimentos. Por eso el gesto que se le pide a Macri, entre otros tantos que ya ha tomado en contra de sus ideas y de su voluntad, tiene que ver con declarar la Emergencia Alimentaria Nacional. Una herramienta que no soluciona de fondo las cosas pero que puede ser muy útil en esta difícil coyuntura.